Volumen I. La Angustia
- Conferencias y textos
- 16 abr 2019
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Actualizado: 22 feb
La Angustia, no es sin objeto;
señal de lo real.
Charla impartida por Hugo Monteverde en el ámbito del Seminario “La Angustia, ausencia sin remedio”, dictado en La Asociación psicoanalítica de Galicia , el 18 de mayo de 2013; en la ciudad de Vigo.
Estimados colegas esta clase XII de Lacan, pronunciada a mediados del año lectivo de 1963, se enmarca en un viraje que ya viene gestándose no solo en este Seminario X sino aún desde el VIII, La transferencia.
Allí el analizante es causa del deseo del analista pero paradójicamente no de su propio deseo, en la medida que el deseo del analista –que como causa tiene al de su analizante- hace de obstáculo al proceso analítico.
En sencillas palabras, el deseo del analista juega un lugar de resistencia para que se despliegue el deseo del analizante, dado que este último tendrá como causa un lugar ignoto que poco tendrá que ver con el de su psicoanalista.
Se conforma así una antinómica pareja, el trabajo de la asociación libre del paciente contrapuesto al propio deseo del director de la cura.
Es en esta extraña pareja de intereses contrapuestos donde se conforma la resistencia del proceso analítico y ahí, en ese preciso punto, la angustia vendrá a echar una mano para favorecer el buen hacer del dispositivo analítico en la medida que será una señal de lo real que guiará el psicoanálisis si se la sabe escuchar.
Así la angustia del analizante, como señal de lo real, será la brújula de la dirección de la cura contrapuesta al propio deseo del analista que se despliega como resistencia.
Antes de seguir progresando en nuestra charla de hoy, la angustia como señal de lo real, daremos unos pasos atrás para articular esta idea del capitulo XII de este Seminario X.
Hasta el Seminario V, Las formaciones del inconsciente, tenemos en apariencia al Lacan estructuralista –apelativo del que él mismo se mofa- al interpretarse en esos parámetros su grafo del deseo.
Lean ustedes los Seminarios XVI, XVII y XVIII para observar a ese Lacan que ridiculiza su posición estructuralista en psicoanálisis, viéndose, el mismo, más cerca de un funcionalista como Talcot Person que como un estructuralista.
En la ética del psicoanálisis comienza un profundo viraje en el pensamiento de Jacques Lacan, para finalmente mostrarnos a las claras en el Seminario XVI la insuficiencia de su propio grafo del deseo para una explicación adecuada del sujeto y lo real. Este viraje en su pensamiento consiste en mostrarnos la insuficiencia profunda en articular el deseo como deseo del otro. Es a partir de los años 1961/62 que Lacan incorporará dos vías más de trabajo paralelas a sus observaciones sobre la obra de Jacobson, es decir la lingüística. Tanto el propio grafo del deseo como la metáfora paterna darán un campo de explicación para articular al sujeto barrado, pero ese campo será claramente insuficiente para articular, tanto el complejo de castración como la propia conformación de ese momento anterior a la constitución del deseo humano llamado la angustia. Más que el deseo del otro constituyendo su propio deseo el sujeto se encontrara con la falta de ese deseo otro y que será la clave final para articular una lógica sobre lo real de la angustia.
Recordemos que es en el Seminario IV, La relación de objeto, donde Lacan nos alumbra sobre el objetivo último de su enseñanza, dar una más sólida explicación al complejo de castración que Sigmund Freud nunca llegó a articular plenamente. Es esta una de las vertientes en como debemos reflexionar este capitulo XII del Seminario X, no hay angustia sin objeto, con las referencias de Santa Ágata y Santa Lucía pues son en extremo relevantes en relación al complejo de castración pues desplazan su articulación de lo imaginario del órgano masculino a la lógica de lo real del objeto expresado en esos ojos o senos servidos en las bandejas de los espejos.
Entonces retomando nuestra lógica expositiva, a la insuficiencia del grafo del deseo, es decir a la inoperancia de la lingüística como herramienta de articulación del inconsciente, nos reenvía, como afirmábamos anteriormente, a dos vías de trabajo paralelas al grafo del deseo y la metáfora paterna.
Una vía disímil a la del grafo, es el intento de una escritura lógica en la línea sentido-goce. Es una apertura a la teoría de Morgan y Boole, donde éstos nunca terminaron de desarrollar plenamente su lógica de conjuntos y donde Jacques Lacan se propone extenderla en lo que inaugura como la lógica de la no-totalidad; retoma así los conceptos de los cuantificadores que contrapone a los prosdiorismos aristotélicos. El desarrollo de esta lógica, como ustedes saben, lleva a las formulas de la sexuación que nos presentara finalmente en Encore dando un paso más en su intento de articular el complejo de castración de una manera más sólida que frente al grafo de deseo y la metáfora paterna.
En una palabra, a partir de ese momento de su enseñanza Jacques Lacan intenta dilucidar el deseo ya no como deseo del otro sino más bien como su falta. Pero este camino, aunque más sagaz, también muestra su aridez para lograr una sólida articulación del llamado complejo de castración freudiano.
De allí la necesidad que Lacan tiene de incorporar una segunda vía de trabajo, que complemente la lógica del lenguaje expresada en el grafo y la lógica de la sexuación vertida en el Seminario XX.
En verdad esta segunda vía, que sería La tercera, es la vía topológica de una lógica nodal que aun tenemos que dilucidar. Y que es, en esta línea de los nudos, que encontraremos luchando a Lacan al final de sus días en su intento de articular el complejo de castración freudiano con su concepto de Sinthome; final de una enseñanza plagada de luces pero no de menos sombras.
Estas articulaciones alrededor del complejo de castración y la naturaleza del deseo humano se desarrollan entre los pontificios de los Seminarios XVI al XVIII; y de allí al Sinthome. Tránsito de un discurso sin palabras que no sea del semblante a la articulación de un Sinthome que articule la castración más allá del propio matema de la metáfora paterna y del deseo como deseo del otro.
Ahora bien, es en todo este contexto de la enseñanza de Lacan, que en este capítulo XII, del Seminario de La angustia retomará la vertiente imaginaria –en un sentido fuerte- del complejo de castración.
Esta presentación del complejo de castración, vía el objeto “a” en su vertiente imaginaria en los ejemplos de Santa Ágata y Santa Lucía, comienza en verdad en el capítulo XI, que les expuso la vez pasada la Sra. Camila Vidal al señalarles la diplopía, o amboceptor, del objeto “a”. Dos caras que desdoblan lo real del objeto “petit a” entre objeto causa y objeto del deseo.
Esta reflexión, profundamente clínica que les expuso la Sra. Vidal tiene sus antecedentes en el propio Freud. Si ustedes recorren verbigracia los textos, “Una degradación de la vida erótica”, “El tabú de la virginidad” o las condiciones eróticas, encontrarán que el propio Sigmund Freud muestra de manera intuitiva esta dislocación o diplopía del objeto en el deseo humano. Freud nos remarca que el objeto fetiche para nada hay que imbricarlo como un objeto de satisfacción. El objeto fetiche es causa del deseo pero que la satisfacción del mismo se vehiculiza en lo que llama el objeto genital.
Para Freud ya existe esta diplopía del objeto, pues una cosa es la causa del deseo como condición erótica y otra muy distinta lo que permite la siempre relativa satisfacción pulsional.
Esta diferencia no es irrelevante, pues si no hay angustia sin objeto, se trataría de ver a que lugar se refiere cuando hablamos de la caída del resto en torno a la castración y a su angustia concomitante:
a) Si al objeto causa
b) Al objeto del deseo o
c) A un momento anterior que permite la irrupción o la pérdida del objeto.
A este respecto Lacan nos reenvía a “Inhibición, síntoma y angustia”; allí Freud evoca la indeterminación de la objektosigkeit, la indeterminación de la elección del objeto de la angustia. Sin embargo Lacan nos advierte al mismo tiempo que Freud nos dice que es angust vor etwas, angustia ante algo.
Por otro lado sabemos que Freud semánticamente distingue entre el miedo y el horror. Es lo que hallamos cuando reflexiona el miedo a la castración conduciéndonos a reflexionar sobre lo siniestro y lo familiar. Es una distinción, en el fondo, débil pero al mismo tiempo certera a los fines de pensar ese etwas.
De allí, por esta vertiente freudiana, es que Lacan nos lleva a las tres anécdotas de Chéjov para distinguir entre el espanto de la amenaza de algo al miedo, que sin amenazar, se presenta como lo desconocido.
Este miedo a algo desconocido, extraño, no tiene nada que ver con ese miedo a algo, etwas, del que nos alumbra Freud. Un miedo frente a algo familiar, que genera angustia y que por tanto habrá que buscarlo en otra parte. Entonces Lacan concluye, siguiendo literalmente a Freud, que el miedo del que se trata en la angustia es uno que no viene de afuera, de lo desconocido, sino que proviene de adentro de uno mismo más que del exterior; en una palabra a algo muy familiar a falta de una topología mejor.
La angustia de etwas es siempre un temor que proviene de algo conocido por el sujeto e “interno” a su propia estructura. De allí esa débil pero certera distinción y profundo maridaje entre lo siniestro y lo familiar en relación a la castración y la angustia que nos reenvía el genio freudiano y que Jacques Lacan sabrá trascender con su concepto de éxtimo..
Ahora bien, sabemos que en Freud hay dos teorías de la angustia y que ambas son necesarias para articular ese etwas.
Como saben una teoría es cuantitativa, la libido sexual retenida por represión se libera desviada de su fin primario como angustia. La otra, es la conocida como señal de alarma.
¿Alarma de que? se interroga; y se responde, de un peligro llamado castración.
Es así como Freud articula el llamado miedo a la castración como modalidad de angustia utilizando sus reflexiones sobre el síntoma y articulando la angustia al segundo avance en la construcción de la estructura de la histeria de angustia y a la falsamente llamada fobia.
Allí vemos, en esta articulación de la angustia en relación a los dos tiempos o avances de la construcción sintomática ambas teorías entrelazadas entre sí. Y es allí donde Freud sella la angustia como fuente interna de un miedo exterior y por donde Lacan nos reenviará a la angustia como señal de lo real.
¿Cómo se articula entonces todo esto?
Es indudable que en Lacan esta perspectiva de que la angustia no es sin objeto se sitúa en torno al problema de la castración, y que este toma el sesgo de la perdida del objeto; en Freud, la cosa es reflexionada desde lo imaginario, en el daño narcisista de la posible separación del órgano pénico del cuerpo del niño. Y allí, donde Freud sitúa la castración en la perdida del pene –premisa universal de pene- Lacan retoma la temática de la castración en torno al objeto “a”.
¿Cómo?
Marcándonos que no hay común denominador en lo que un Michel Tort situaría como soporte y Lacan como cachorro humano atravesado por el significante. El soporte para Lacan es en verdad resto de una operación de la que el sujeto se ve separado vía del lenguaje. El sujeto es a duras penas la diferencia, lo que queda, de un resto real producido vía atravesamiento significante. Y en la producción por fuera de ese resto real, que es el objeto “a”, encontraremos dos claves; una la del deseo y otra la de un momento anterior que irrumpe como angustia. Pero serán dos claves que habrá que articular con una finura que exceden los tiempos de esta exposición que poseo para esta charla de hoy pero que prometo retomarlo en mi exposición del año próximo.
Ahora quiero centrarme en un aspecto previo a la finura mencionada, aspecto que el propio Lacan nos reenvía tomando como ejemplo particular el propio mito de Edipo.
Nos aclara, que ese momento anterior a la constitución del deseo humano no es la posibilidad de mutilarse, ni ningún tipo de sacrificio, y menos aun el gesto con que Edipo se arranca los ojos; ese momento anterior es un lugar de angustia conformado por algo de la imagen y que es la imposible visión que te amenaza de tus propios ojos en el suelo. No es una angustia del interior sino algo interno que te observa desde los exterior. Si los ojos te miran desde el suelo es que la castración no se ha producido.
En una palabra:
“…La posibilidad imposible de que la castración no se produzca, eso y solo eso es lo real de la angustia.” Como muy bien nos trasmitía textualmente, en sus lúcidas enseñanzas, Oscar Masotta por los años 70 del siglo pasado en Buenos Aires.
Lacan traslada la caída freudiana del pene, como objeto separable, a Zurbarán en las imágenes de Santa Lucía y Santa Ágata. Dichas imágenes no producen la angustia pero tienen la clave de su conformación, aunque es una clave que habrá que buscarla en una finura que remarcamos en párrafos anteriores.
Y Lacan la busca en la lógica del goce sadiano, en la pareja del sádico y el masoquista y que despliega en todo ese seminario de transición que es el de Los cuatro conceptos.
Te amo.
Pero porque inexplicablemente
amo en ti algo
más que tú,
el objeto a minúscula,
Te mutilo.
Jacques Lacan va a buscar la clave de la conformación de la angustia en la caída del objeto, en ese juego de ocultación mediante el cual el sádico va en busca del masoquista no sin una evidente angustia, en su cara sádica. Angustia y objeto se ven llevados a ocupar el primer plano viéndose como la angustia se focaliza en el punto del objeto que cae; resto del sujeto como real y que trata de escenificarse con más fracaso que éxito en toda escenografía de la tortura. Así se va tejiendo un esquema corporal compuesto por objetos anatómicos adosados.
Con ello Lacan reenvía la Premisa universal de pene que nos sugería Freud a un estatuto generalizable de partes separables constituyendo un cuerpo. Y en ese cuerpo la detumecencía del órgano como objeto caído tanto para el varón como para la dama y que hará de ejemplo de amboceptor para una caída en dos vertientes de lo imposible.
Todo esto nos reenvía al comienzo de nuestra exposición y a la necesaria finura antes enunciada y prometida para el año próximo, pues lo que terminará conformando el deseo del analista, y a la resistencia concomitante en el dispositivo, no estará como causa en el deseo del analizante sino más bien en su falta. Con este misterio, o pregunta, donde el dispositivo juega de amboceptor entre analizante y analista cierro mi exposición de hoy para que os la llevéis a vuestras casas y vuestro quehacer.
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