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"Collage Clínico" o la importancia del diagnóstico diferencial.

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    Conferencias y textos
  • 6 jul 2023
  • 11 Min. de lectura

Hugo Monteverde 


  

La doble enunciación fue utilizada por Freud en contadas ocasiones. La desplegó con maestría en el caso Hans para cercar la Neurosenwahl de una Ding implacentera.

  

No será por tanto, nuestra exposición, el enunciado de un padre e hijo cercando lo real de la madre en la determinación de la fobia, sino los retazos de un decir de la escucha del psicoanalista entre lo neurótico y lo psicótico. Diplopia que “bordelinizará” ya no una estructura clínica sino esa categoría de punto de Capitón. Creo que a Jacques Lacan, el enunciado de tal concepto le sirvió para bucear en el obscuro universo de la Verwerfung del “Hombre de los Lobos”.

Para elaborar, en definitiva, el estatuto de la significación del sujeto en la metáfora del padre. Capitón entre significante-sentido y cuya ausencia podría establecerse en no más de unos pocos anudamientos generales en las diferentes casuísticas -según palabras del propio Lacan.

Así debemos plantear que privilegiar, si un anudamiento significante-goce u otro de significante-sentido, pues de cómo encaremos la cuestión está no será indiferente a como estructuremos un Diagnóstico diferencial.

Relatos:

Un suicidio materno en plena apertura de lo puberal deja a Miguel en la certeza de no haber ocupado ninguna posición sólida en el fantasma materno que le permita fijar otro semblante que no sea el de un estatuto fálico degradado.

Punto de fragilidad que el analizante en cuestión pretende sellar con un lugar de ausencia. Ausencias de recuerdos, confusión en el pensamiento que le otorgara una cierta mitología a su historia familiar, ausencia frente a todo lo que hace y como ajeno a sus producciones que le vendrían a otorgar un lugar en la vida.

Punto de ausencia cuya angustia concomitante daba cuenta del saber de cómo esa aparente “ajenitud” en las cosas, recubría un punto de inconsistencia estructural, consistente en un yo con una gran fragmentación.

Es precisamente en el primer movimiento de la fractura de su precaria homeostasis subjetiva que este sujeto puede producir, por una vez más, un nuevo intento de análisis –el tercero.

Su demanda se inscribe de entrada en la resituación de la angustia frente a no sentirse inscrito en nada de lo que era su historia.

La angustia con el correr de las entrevistas deja su lugar difuso, con seudas explicaciones obsesionales del trágico abandono materno, para situarse en la profunda división que suponía su cotidianidad. Escisión ubicada por un lado, en una aburrida vida matrimonial con una muy pobre vida sexual con su mujer y una tarea profesional -psicoanalista- que no acababa de sentir como propia, y el recorrido por una larga serie de relaciones extremadamente promiscuas en donde hallaba un satisfactorio goce clandestino.

No es así el caso de Antonio, cajero por más de veinte años en una entidad bancaria. Vive su angustia sin una explicación aparente, sin más justificación que el de no poder sostener nada, ausente de ella todo lo que le es posible y soportándola estoicamente. Abrumado después de un intento de suicidio, llega a mi consulta sin más delirio que el insoportable peso de no poder sostener su pensamiento. Siempre se le arma un cortocircuito, se le desintegra la cabeza, “[...]Es como si las palabras y las cosas estuvieran fuera de mí[...]”. No recuerda cuando ha sido la última vez que tuvo relación con su mujer “[...]Hace mucho que no siento ninguna sexualidad aunque esté horas tocándomelo[...]” y me demanda si el “Tauritón” supondría una solución a su problema. “[...]La jalea real no me da resultado alguno[...]” No cree tampoco que el venir a verme cambie las cosas, él es así desde siempre, constantemente le ha costado vivir.

Ambos casos presentan semejanzas imaginarias y hasta de sentido en muchas de las cuestiones expuestas:

¿Pero e el mismo goce el que está en juego?

Miguel plantea en las entrevistas preliminares una interrogación por vez primera sobre su identidad sexual, recorrido que permite resituar aún más ese lugar como fuente no sólo de placer sino también de angustia.

El asociar esta serie como intento de presentificar al otro de la muerte escondido durante tantos años y que le interrogaba sobre sus reales inclinaciones sexuales, provoca paradojalmente en muy poco tiempo la caída de ese modelo de goce.

Deja de practicar las escenas sumamente promiscuas y prostituidas que por años atravesaron su vida.

Como el fumador asustado, que por su angina de pecho abandona sorpresivamente el tabaco, Miguel corta de raíz con sus hábitos sexuales.

Caída que se salda con una nueva formación sintomática que le permite estabilizar un nuevo lazo de tipo heterosexual que en su forma de amor y placer le resultan absolutamente originales en su historia.

Irrumpe así el amor a una nueva mujer que vendrá a ocuparlo todo en su vida. La mujer que le permite un rasgo perverso en la heterosexualidad. La mujer toda universal como verdadera ortopedia neurótica del yo desde donde apuntalar la fractura narcisística de la relación materna. Ortopedia, por otra parte, destinada a destituir los ideales paternos, enunciados de manera marcada en esta historia.

Se inscribe, por tanto, en el recorrido de esta cura un apuntalamiento libidinal, sublimación, de la figura femenina para fortificar la fragilidad estructural del sujeto. Podríamos decir que Miguel consigue pasar de la satisfacción de la tendencia, que supone su rasgo perverso, a un empezar a saber que hacer con el objeto femenino en la genitalidad.

Hay en Miguel una estructura de borde entre una neurosis muy primaria que roza muchas veces una verdadera precariedad “psicótica”, pero se le puede exigir y confrontarlo a la verdad.

Su estructura subjetiva responde y produce una nueva reacomodación estructural.

No es el caso de Antonio, atrapado en la no emergencia de su tendencia genital. Trata de hallarla desesperadamente y de forma angustiosa soporta su vacío y el peso en cada reclamo de su mujer.

Ha Antonio no se le puede confrontar a nada, más bien acompañarlo en su padecimiento y tratar de sostenerle sin mentirle pero tampoco recurriendo a la verdad.

Su estructura subjetiva es una cáscara daliniana, un vacío irremediable y si quieren llamarle “Asperger” se podría a pesar de lo equívoco de tal cuadro.

Para Miguel en cambio hay labilidad, recreación fantasmática de una rica erótica y presencia de lo genital.

Al mismo tiempo que se presenta tal precariedad -desde la satisfacción de la tendencia a la construcción del objeto- es necesario para Miguel acompañar tal recorrido sublimatorio genital con la destitución paterna, que antes señalamos, no producida hasta ese momento en la historia de este analizante.

El padre estaba altamente considerado.

Este movimiento destitutivo terminará cristalizando un yo más estable y que permite un reacomodamiento estructural al poder el sujeto gozar de su inconsciente de otra manera.

Pero esto no se conseguirá sin pasar primero por una grave crisis que será el punto de una nueva estructuración de sus síntomas.

Antonio en cambio padece su angustia desde el vaciamiento mencionado, cristalizado por fuera de todo sentido de las cosas, sin poder producir un delirio que otorgue movimiento a la estructura y viendo, pasivo e impotente, como sus dos hijos adolescentes no sólo le faltan el respeto sino que le amenazan y hasta llegan a agredirlo físicamente de manera bastante violenta. Por años había pensado que su familia resolvería sus grandes inseguridades, pero hoy en día ya sabe que no es así, casarse ha sido un gran error y no concibe como seguir soportando su familia, como salir de la situación actual que en verdad es la misma desde siempre. Su crisis, no es la primera, sino una más de una larga serie. Ha dejado de ir a su trabajo y cree que debe continuar por tal senda, no debe retornar como tantas veces ha hecho y sólo ve como solución ir a vivir con su anciana madre; alejarse de todo de una vez para siempre.

Antonio entiende que todo su descalabro familiar se debe a su inconsistencia pero no logra tener una explicación certera de esta gran fragilidad que le ha acompañado toda su vida. Anhela morir, es lo único que calmaría su sufrimiento “[...]No soy de este mundo[...]”

Para Miguel en cambio hay otra doble serie vital, que en lugar de cristalizar su posición en una insoportable inmovilidad como en el caso de Antonio, lo proyecta hacia el mañana.

Doble serie que se había establecido durante tantos años, entre esa cotidianeidad de aburrimiento obsesional ausente y su goce clandestino -donde la condición es un semblante de penetración a un otro masculino feminizado. Las entrevistas producen en él un importante cambio subjetivo, al reverso de Antonio. Algo se ruptura en su orden y produce una rápida caída del conjunto, en la medida que el sujeto puede producir un cierto reconocimiento de lo implicado allí del goce.

En Antonio lo que irrumpe es la idea de abandonar los años de esfuerzo mental inútil para representar un papel que nunca pudo ocupar en el seno de su familia, ni en el trabajo; abandonar este mundo para siempre.

Para Miguel en cambio hay un segundo momento de resituación de la angustia que sobrevendrá cuando termina de consolidar de manera definitiva su nueva situación familiar. Su flamante mujer -así mismo, también, psicoanalista- se ubica en la dirección de una inscripción institucional radicalmente diferente a la que de una u otra manera imaginariamente él me representa, de manera más equívoca que certera.

El espacio de una elección se cierne sobre este sujeto, el análisis lenta pero inexorablemente lo lleva a las puertas del acto moral.

Para Antonio, no hay elección posible, sólo la vuelta al otro materno se le plantea como solución al insoportable peso de su no poder pensar. “[...]Cuanto soportaré estar con mi madre[...]” “[...]He conversado con gente en su sala de espera que están viéndolo hace más de catorce años, tal vez lo mío sea un problema de tiempo[...]”

No se equivoca, toca al terapeuta no retroceder. Tratar de construir un vínculo que por el mismo le es imposible y que lo alivie del vacío, lo aleje del suicidio y que lentamente se vaya pudiendo resituar su situación laboral por una pensión de invalidez. En este caso no hay psicoanalista sino psicoterapeuta que hará lo que se pueda.

Para Miguel, por el contrario, ese segundo momento de articulación de su angustia es veloz, se produce un anudamiento que se gesta en la caída de los ideales paternos. Todo en el caso avanza precipitadamente.

Esta caída inevitable, en tanto ha producido el primer movimiento de viraje en la estructura de goce, lo confronta de lleno al otro de la muerte materno. Otro enmascarado, en la significancia del suicidio, en el primer momento de resituación del saber de su angustia.

Recordemos, que la caída de ese goce anterior y la nueva estabilización sintomática, se nos presenta como una formación reactiva al otro de la muerte eludido, en los términos de sus propios actos.

Es decir, su propia posibilidad de muerte que suponía su degradada vida sexual hacía obstáculo para inscribir tal cuestión como deseo del otro. Pero no ya para con él, sino como deseo de muerte del otro paternal hacia su propia madre.

Allí, precisamente en ese otro escamoteado, irrumpirá un punto de fragilidad estructural.

Así como para Antonio no hay irrupción de la fragilidad. El la habita, como la muerte misma ocupando el puesto de su hermano muerto bajo el Cristo del Gran Poder cada Semana Santa; para Miguel, en cambio, el nuevo placer alcanzado por el trabajo de análisis, cede su plaza a la verdad de la estructura para completar el recorrido y cristalizar al final la diferente posición de goce alcanzada, ya antes, por el analizante.

Esta irrupción es aparatosa en Miguel. El sujeto presentará, en las puertas de su acto ético, un cuadro de profunda confusión mental o de fragmentación yoica en un lenguaje psiquiátrico, o de una insidiosa división subjetiva en acto en una jerga psicoanalítica poco usada. Este episodio se presenta con lo que le es típico, desgaste físico, imposibilidad de conciliar el sueño durante un par de semanas, gran agotamiento y confusión mental.

En definitiva, lugar de una elección difícil.

El circuito angustioso termina de cerrar su ciclo al producirse la caída total de los ideales paternos, que de sostenedor de la orfandad familiar se recorta el hecho de no haber podido lograr una salida exogámica en ese desgraciado matrimonio.

Camino, el de la exogamia, al que el propio analizante se dirige, a partir de poder superar aquel momento, sin mayor dilación y por fuera de toda fragmentación.

Irremediablemente algo había que perder en esta cura entre la recuperación del objeto femenino y la caída del ideal paterno, pero no sin antes de pasar por una total desestructuración del yo como corresponde ante toda nueva reedición de la Neurosenwahl.

Cuadros por cierto, estos falsos brotes en las neurosis, poco descritos en la literatura psiquiátrica y menos aún la psicoanalítica, y que -más allá de la figura del bordeline- en los años cincuenta se agrupaban bajo la figura del surmenage. Desestructuración por otra parte, más fácil de encontrar en ciertas crisis de la adolescencia y que dejan materialmente al sujeto al aire de su historia. O como nos comenta Freud, en el “Proyecto de una psicología para neurólogos”, “[...]el retardo de la pubertad posibilita la ocurrencia de procesos primarios póstumos.” Manera al fin de entender nuestro caso de este brillante psicoanalista, donde una adolescencia tardía pretendía evitar el encuentro con el saber que escondían los deseos de muerte.

En cambio para Antonio la vida misma es un estar al aire y sin historia en su monótona repetición de la mili, cuando se fugó y lo dieron por desertor hasta que por casualidad el teniente lo descubrió escondido en la propia caseta del blanco de tiro en medio del campo de artillería.

Ambos se enfrentan a Tánatos, pero si para Miguel este encuentro dialectiza la estructura, para Antonio lo cristaliza, como siempre, en su abrumante padecer por fuera del pensamiento. El debe permanecer escondido en su casa, el mundo le asusta y a duras penas puede salir a la calle para venir a verme. Un malestar insoportable, sin lógica ni concierto, aturdiéndole la cabeza, le atenaza en los interminables idas y venidas por las entrevistas con su psicoanalista.

¿No vemos entonces en la frescura de la clínica, que es lo que está en juego en ambos casos? ¿No es acaso en lo real de esa experiencia patética del sujeto con das Ding, el punto de “Capitón”, lo que marca la estructura clínica?

Creo que ambos casos muestran la relación elemental, o las diferentes modalidades estructurales, en cada sujeto del significante al goce.

Lo importante en el Diagnóstico diferencial no son las relaciones de la palabra a los sentidos posibles de la polisemia sino el anudamiento entre significante y goce. Esto nos dará la clave del diagnóstico y la posibilidad de dirigir la cura en un u otro sentido.

Para Miguel, es, en la reedición de un capitonado de goce elemental en donde se juega el profundo odio a la falta de cuerpo paterno y que el devenir de la historia familiar reforzó en el profundo abandono padecido. Abandono radical a dos bandas y que su fantasma trata de mantener en el anonimato. Saber que el sujeto pretende ignorar hasta preferir pagar con el exceso mismo de su desestructuración, hasta el final, una posición preservada de toda relación al otro de la castración.

Este hombre le costaba interrogarse por su desinterés en engendrar descendencia y por la mala vida que le daba a su perra supuestamente tan querida. No podía interpelarse, en una palabra, por su extraño abonamiento a esas formas elementales de su goce.

Para Antonio en cambio, la cuestión es más terrible, es la ausencia misma de desabonamiento entre el goce y la cadena significante en una amplitud que parece trasbazar los límites de una estructura melancólica, dándonos a entender la profunda gravedad del pronóstico.

Pero más allá de las cuestiones de diagnóstico y de pronóstico ambas estructuras clínicas develan otra manera de entender el punto de Capitón.

Creo, que más que, como un anudamiento entre significante y sentido tal como lo planteaba Lacan en su primera época, tal vez pueda empezar a pensarse en como investigar esas ataduras primordiales de la palabra con el goce.

¿Acaso no se visualiza en nuestro relato clínico que se trata más de una costura de la palabra al goce que a una significación lo que esta en juego en las bases mismas de la estructura subjetiva?

Cuando Jacques Lacan nos trae el relato, tan remanido entre nosotros, del hacerse golpear el cuerpo, como rasgo inequívoco de psicosis en Joyce ¿no esta pensando quizá que algo de un goce narcisista no se halla cocido a la palabra?

En esa simplicidad clínica, ambos casos expuestos, en el ámbito de lo real de la consciencia, ¿no visualizan una gramática de un goce funcionando en su labilidad el primero y la ausencia de esta costura en el segundo?

 

Barcelona 1990.

*Los contenidos del caso clínico se han hecho anónimos para la protección de datos y el relato se ha novelizado para evitar cualquier revelación de secreto.

 
 
 

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