Transexualidades o las evanescencias de la pasión.*
- Conferencias y textos
- 17 abr 2019
- 10 Min. de lectura
Actualizado: 22 feb
Hugo Monteverde.
Comenzaremos comentando que “la Cosa” psicoanalítica progresó
de la histeria a la psicosis. No obviemos que fue la práctica de la
llamada “presentación de enfermos” con alienados, que realizó
Jacques Lacan paralelamente con sus seminarios teóricos,
sostenidos con su lectura de Freud desde el alemán, lo que extrajo
al discurso del psicoanálisis del atolladero resistencial en el que
pernoctaba.
La particular manera que la psicosis muestra la ordenación
imaginaria del cuerpo, lo que llamamos habitualmente hacerse un
cuerpo, ofreció sin duda una de las bases de reflexión para la
relectura del discurso psicoanalítico. La psicosis alumbro sobre la
importancia de la construcción imaginaria del mundo y como esta
construcción no venía para nada dada, muy por el contrario en lo
humano supone un verdadero proceso no solo de elaboración,
sublimación o elección sino además de lo posible en lo particular de
la historia de cada sujeto y lo ”posible” es por un lado
tremendamente elástico y al mismo tiempo tremendamente
imposible.
La sexuación toma así el mismo derrotero como una construcción
del ser donde nada depende de un orden natural sino de una
verdadera articulación en lo imaginario, es decir un “artificio”.
Por otro lado sabemos, o debiéramos saberlo, que el interés
investigativo en la clínica psicoanalítica prima indudablemente sobre
el terapéutico pues es lo que permite el avance de la teoría y lo que
nos muestra la historia del discurso analítico. Fue así en Freud y
también lo es en Lacan cuando rescata al psicoanálisis de las
catacumbas de la psicoterapia y la psicología del yo.
En este sentido las transexualidades también nos reenvían a un
marco de investigación más que terapéutico y supone un nuevo
desafío en la medida que nos remite a una clínica del borramiento,
es decir de la supresión, modificación y evanescencia de los
llamados caracteres sexuales secundarios; muestran en primer
plano la pasión por construirse no solo un cuerpo sino igualmente
una nueva identidad sexual, es decir otro “artificio”.
La reflexión en torno al tema desde una óptica psicoanalítica,
desde los primeros trabajos de Catherine Millot, pasando por los
textos de Henry Frignet, Geneviè Morel o Patricia Mercader entre
otros, no tan numerosos por otra parte, dejan mucho terreno que
desbrozar.
La diagnosis que va desde la psicosis a las estructuras perversas
tomando el marco homogéneo de lo psicótico o pre-psicotico a las
homosexualidades, discriminando por tanto la estructura transexual
del travestismo, es absolutamente insuficiente.
Por nuestro lado, con la Sra. Juana Martínez nos hemos encontrado
con las transexualidades en el seminario de Málaga y sobre esa
experiencia de apenas dos años, pero con un número significativo
de casos vistos, en niños, adolescentes y adultos quería trazar
algunas puntualizaciones que iremos desarrollando, caso a caso, en
el próximo curso antes de lanzar una publicación definitiva.
En primer lugar reseñar que no hemos constatado estructura
diagnóstica alguna que ordene las transexualidades pues éstas,
como las drogadicciones, se alzan más como un síndrome que
como una estructura clínica específica.
De allí que hayamos optado por el plural abandonando el singular
que de manera común se utiliza para denominar al transexual.
Vemos sin embargo que tanto la respuesta social como la del
discurso médico y hasta del jurídico quedan atrapadas en el efecto
imaginario del decir de los transexuales; otorgando a éstos una
nosografía, una entidad propia, llamada disfória de género y a la
que se responde de manera casi univoca otorgando el derecho al
individuo de ejercer la demanda de dicha reasignación tanto en el
plano del derecho como el de la asistencia médica.
Sin embargo hemos hallado en ese pedido, que muchas veces
toma un fuerte tinte reivindicativo a un nuevo sexo, todo tipo de
tipologías diagnósticas, desde la psicosis ordinaria que es el hecho
más frecuente y habitual junto con las prepsicosis no
desencadenadas, pero igualmente casos de neurosis obsesivas
graves y estructuras histéricas muy primigenias, como así también
claros ejemplos de homosexualidad.
Las vertientes masculinas y femeninas del transtorno, por otro lado,
no son tampoco homologables pues presentan peculiaridades bien
discriminadas en relación a la sexuación. Partiendo de un elemento
común, que es el aparente cambio de sexo, éste se articulará de
muy disímil manera, se trate ya sea, de una hembra o un macho
“biológicos”.
La hembra parece adaptarse más al lazo social en su faceta de
hacerse ver como hombre que la inversa, donde el sujeto suele
mostrar una mayor desacomodación y fragmentación, cuando no la
provocación o el desamparo más radical.
La reasignación sexual es como mínimo un serio escollo imaginario
a la reflexión del problema pues la observación clínica muestra que
tras el aparente cambio de sexo lo que se pone en juego es una
estructura de borramiento o supresión más que una operación
propiamente de cambio de sexo.
Con esto queremos decir que la supresión de los caracteres
sexuales secundarios, que en más de una ocasión el sujeto los vive
como profundamente molestos, toma mucha más fuerza como
demanda que el resultado de la transformación propiamente
quirúrgica y la conclusión “estética” del proceso. La feminización, la
eliminación del vello, o engrosamiento de caderas y mamas en el
hombre como la eliminación de senos, o la posibilidad de poseer
barba, verbigracia para la mujer, es en un gran número de casos
más importante que el propio supuestamente resultado final del
artificio de la construcción quirúrgica de una vagina, que reinstala lo
genital en las terminaciones nerviosas del glande unas veces y
otras en una ausencia absoluta de sensaciones genitales más allá
del éxito médico de ese reimplante, o el inservible pene que en más
de una ocasión termina necrosado.
También es frecuente encontrar una nueva demanda, no menos
fuerte, de reasignación a lo ya reasignado; es decir:
…no me
gusta el resultado y quiero volver a ser como antes del proceso.
Esto da cuenta, y la clínica lo muestra de manera palmaria, que en
un gran número de casos el goce genital, ni entra en juego, ni está
en escena; es un elemento radicalmente suprimido de la erótica
subjetiva de muchos transexuales. Otra, es la cosa que esta
atravesándose y de allí lo no infrecuente de la demanda de “la
reasignación a lo reasignado”.
Hemos constatado, por otro lado, que tal supresión de goce genital
no siempre es debido a una estructura prepsicótica o psicótica pues
la afánisis del deseo es presente en algunos escasos casos de
obsesión. En otros, lo opuesto; hay una verdadera transformación
de goce donde lo pénico, atrofiado hormonalmente, deja paso a una
potente genitalidad anal, cuestión muy habitual en el travestismo
homosexual.
Así la diversidad erógena, libidinal y diagnóstica muestra una
variabilidad sorprendente en esta clínica de las transexualidades.
Sin embargo en este síndrome no habita el malestar, la angustia no
es un rasgo frecuente, mas bien la pasión por la supresión de las
marcas que entrañan los caracteres sexuales secundarios de la
diferencia sexual; en definitiva un interés muy potente sobre el
hecho de borrar las huellas de esos caracteres sexuales más que
por los nuevos resultados conseguidos tanto a nivel quirúrgico, de
belleza, como del goce genital.
Más que de angustia, los afectos son de molestia, rechazo y
crispación por lo que “biológicamente” se es.
Todo esto nos sugiere la belleza andrógina de Leonardo Da Vinci o
de Giovani Boltraffio, sintetizando el ideal de los artistas
finiseculares donde la belleza como ideal no era ni femenina, ni
masculina. Aunque aquí más que la belleza se mueve lo
indeterminado, la diferencia sexual que se esfuma y que además,
no siempre pero muchas veces, engaña al otro.
Las transexualidades nos abren un campo de investigación a las
regiones más elementales de la constitución humana y a las
articulaciones más profundas de la sexuación.
Lejos estamos del seminario Ou pire cuando Lacan nos comenta:
“ …es
justamente como significante que el transexual no quiere saber
nada. En esto padece un error común. Su pasión es la locura de
querer librarse de este error. El error de la consciencia común que
no ve que el significante es el gozo y el falo no es más que el
significado de ese gozo. El transexual no quiere ser significado falo
por el discurso sexual que denuncia como imposible. Se equivoca
solo en una cosa, en querer forzar el discurso sexual que en tanto
imposible está en uso de lo real, en querer forzarlo por la cirugía.”
Estamos lejos de este comentario, no porque no acordemos con él,
sino porque hallamos en las transexualidades un campo mucho
más allá de lo pertinentemente significante. Creemos que este
síndrome conjunta por un lado los registros imaginario y simbólico
produciendo una hiancia profunda en relación a lo real; en una
palabra, se nos vizualiza un material clínico que nos ilumina algo
que ya sostuvimos hace veinticinco años en nuestro libro “Bases
freudianas” cuando sosteníamos una gramática de saber de lo real
al reflexionar sobre el goce mismo. Un saber que se derivaba de
una insuficiencia el en goce y donde ya este perdía toda certeza
provocando una profunda ajenitud del sujeto frente a él mismo.
Parece que al menos por algunos fuimos escuchados y leídos, pues
no me resulta indiferente lo comentado recientemente por Jacques
Alain Miller en su comentario del Seminario 16 de Lacan. Nos dice
textualmente:
“ ...El fantasma es gramatical y la gramática es un
saber. De ese modo, tenemos entonces, la articulación saber y
goce en el fantasma.”
Por supuesto el señor Miller se “olvida” de señalar que ese saber
proviene de la falla que todo goce conlleva en su real.
Pero retornando al corazón de nuestro tema de las transexualidades,
estas nos alumbran efectivamente sobre un saber que hallamos en lo
real mismo de la subjetividad. Ya no se tratará de un desarrollo
libidinal freudiano, habrá que incorporar a éste el objeto mirada y el
objeto voz en tanto y en cuanto debemos girar completamente, poner
patas arriba, la constitución vía significante del inconsciente.
El objeto petit a toma el relevo, como muy bien nos lo propone
Jacques Lacan tanto en el Seminario 16 como en el 17.
Si existen cuatro discursos, que luego serán cinco con el del
capitalismo, es porque ninguno de ellos puede cristalizarse en la
subjetividad. Pues si bien el del amo, es el del inconsciente, ni siquiera
este logra una estabilidad y el pasaje de uno al otro esta garantizado,
como así mismo la producción de otros nuevos como ocurrió con el
discurso de la ciencia, del capitalismo o del propio psicoanálisis.
Con Freud tenemos un discurso, el del inconsciente y con Lacan de
momento cinco, pues por su propia naturaleza lo simbólico se
caracteriza por su inestabilidad.
Esta es la gran diferencia de óptica entre Freud y Lacan, la
inestabilidad profunda del sistema inconsciente.
Tal inestabilidad de lo simbólico no tiene otra etiología que su propia
“naturaleza”. La primera marca, la Bahung fundamental que constituye
al sujeto es una huella inscripta en la evanescencia y el borramiento;
para nada en la definición de la inscripción significante. Esto será un
segundo momento que retroactúa sobre las primeras marcas de la
indiscriminación del percepto.
Las percepciones antes de la separación y la discriminación, por parte
del bebé de la “cosa heidegeriana”, son las que construyen la Bahung.
No hay certeza del lado de la lengua, esta es de un segundo tiempo,
pero tampoco del lado del goce primordial, pues a parte de perdido en
su vacuola de real, allí a veces el sujeto constata una radical extimidad
y extrañeza.
De allí que el saber que pueda aportar el goce será siempre en su
falla, es decir en su borramiento o desaparición; en una palabra, en su
pérdida.
Debemos repensar la propia naturaleza de la Bahung, la primera
marca que constituye al sujeto, como una huella primordial anterior al
encuentro con lo simbólico y “perdida” en lo real de un goce más allá
del goce llamado fálico.
Esto se vislumbra en la clínica de las transexualidades, no porque los
transexuales quieran borrar los caracteres secundarios de su
sexualidad, razonamiento que nos parecería harto ingenuo, sino
porque nos muestran tal vez como ningún otro, y en un primerísimo
plano, la evanescencia con la que se constituyen las pasiones
humanas.
¿Acaso estas pasiones del amor, el odio y la ignorancia no llevan el
común denominador del anhelo al borramiento subjetivo cuando el
individuo se deja arrastrar por ellas?
El borramiento se presenta como un universal en la “masa de la
afectividad” de lo humano.
Y en este caso, de las transexualidades, tal borramiento pasional se
manifiesta en el anhelo de borramiento de poseer otro sexo.
El objeto petit a es la forma del Gran Otro de la lengua que
organizará lo imaginario y esto determina una pasión muy particular
sobre el propio cuerpo. Un cuerpo que se construye bajo la égida de la
coaptación del objeto del deseo pues ahí la cuestión avanza del
fantasma al Otro de la lengua, no solo barrado, sino profundamente
inconsistente.
Las transexualidades muestran como ninguna otra clínica como el
objeto petit a es lo que marca al sujeto en una anticipación
significante, donde el deseo del otro de la asistencia arrastra tal
indeterminación en las definiciones de los primeros perceptos, los
cuales son un verdadero amboceptor entre lo real y lo simbólico con
lo imaginario.
Hay una verdadera diplopia entre la anticipación de la indefinición
del precepto como marca y el deseo del otro redoblando ese
borramiento en las inscripciones fundamentales que constituye la
base de la construcción subjetiva y la sexuación.
La sexuación es así una verdadera construcción ajena a toda
tendencia “natural”, pero tal constructor en el que el sujeto se
sumerge no es solo por la determinación fálica que enmarca lo
simbólico sino por una anticipación de lo real mismo, en un antes de
la lengua y en una división de lo real entre el precepto y tal marca
que arrastra el deseo del otro que lo constituye.
Hay que entender la langue como el resultado de un sombrero
producido por lo real más allá de la naturaleza de “la tela”, “el
lenguaje” que termine atravesando al sujeto.
Esa langue es una confluencia entre lo real de la pulsión y lo real
del deseo de la asistencia ajena. Esto es lo que, a nuestro modesto
entender, revela la clínica de las transexualidades, tal vez como
ninguna otra.
Pero hagamos una observación final, señalando un fenómeno
colateral pero muy recurrente en este tipo de clínica, más allá del
diagnóstico diferencial del síndrome transexual; estos sujetos
muchas veces son educados por la abuela materna o paterna en
lugar de la madre. La madre hace dejaciones de su funciones como
tal o se dirige a constituir otra historia que excluye a ese hijo.
Creemos que tal posición familiar da cuenta del estatuto de una
Bahung que no puede “suavizarse” -por no encontrar una palabra
más adecuada.
Son sujetos donde las primeras marcas -de lo que dominamos, el
precepto “indefinido”, antes de que el bebé pueda discriminarse de
lo percibido- y el encuentro simultáneo con el propio deseo
“borrado” de la madre le cristalizan de manera muy significativa en
esa Bahung de borramiento como elemento privilegiado que
insistirá, a modo de repetición, en la construcción del psiquismo sin
lograr un proceso de detención temprana como ocurre en otras
estructuras clínicas de neurosis y perversiones. Se establece así un
contacto muy “privilegiado” en relación a lo real de la pulsión y sin
necesidad que tal estructura tome la deriva de una psicosis.
En una palabra, la Bahung se prolonga más en el tiempo y el sujeto
logra su cristalización y detención de manera mucho más tardía.
Esta demora no es óbice para que la determinación de la estructura
pueda variar desde las neurosis un tanto primarias al rasgo
perverso en diferentes gradientes de masividad.
Cuando la Bahung continúa en el borramiento, sin que
posteriormente el segundo tiempo de la posterior reinscripción
significante logre que de manera acabada paralice su repetición,
nos encontraremos en las diferentes variabilidades de las psicosis
donde el síndrome transexual no será más que una suplencia
delirante hecha “carne” que sustituye la preclusión del Nombre del
padre –siendo esta, la estructura psicótica, la más recurrente y
habitual en éste síndrome.
Por último, simplemente acotar que tal como está constituida la
naturaleza humana, nos llena de asombro el escaso número de
transexuales, al igual que nos ocurre con los escasos accidentes de
tráfico, que existen en nuestra “civilización del bienestar”.
*El presente trabajo se publico en Cuadernos Europeos de Psicoanálisis.
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