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Psicoanálisis y transmisión.

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    Conferencias y textos
  • 17 abr 2019
  • 14 Min. de lectura

Actualizado: 22 feb

Camila Vidal.

SEMINARIO ESCUELA

VIGO 2019

Límites de la transmisión

En el último Espacio Escuela celebrado en Vigo surgió la cuestión de qué es lo que, en nombre de una Escuela de psicoanálisis, es posible decir a lo social.

Se nos hizo patente la dificultad de poder acordar sobre qué podría la Escuela como tal intervenir en la realidad del mundo que nos ha tocado vivir con sus grandes cambios a nivel de la familia, del sexo, de las relaciones entre los individuos, la atomización de los lazos, etc. y no, desde luego, porque la teoría psicoanalítica no pueda ofrecer un marco teórico sobre el como pensar estas cuestiones, que lo ofrece y en algunas de ellas bastante precisas, sino por la dificultad de acordar entre nosotros mismos las consecuencias prácticas, podríamos decir, de las implicaciones que la teoría nos brinda.

Y es que el psicoanálisis no es una filosofía, no da una explicación del mundo, es una teoría hecha a retazos, también se podría decir, a falta de una teoría general como decía Oscar Masotta. Por eso es verdad que, en nombre del psicoanálisis, podremos sostener muchas veces, y de hecho ocurre, una cosa y al mismo tiempo la contraria dependiendo de dónde nos situemos. Y es que ya nos lo advertía Freud, tratándose del inconsciente no existe la contradicción, puede coexistir una cosa y su contraria sin que eso suponga ninguna dificultad para su coexistencia.

Sabemos también lo que la sociedad capitalista ha hecho con las aportaciones del psicoanálisis, que en su momento pudieron resultar subversivas, al igual que con otras muchas provenientes de otras disciplinas y del arte mismo: si hablamos del nombre del padre se nos toma la palabra para justificar posiciones reaccionarias que nada tienen que ver ni con el psicoanálisis ni con su práctica y llegamos a escucharnos a nosotros mismos, psicoanalistas, preconizando una añoranza del padre que en nada justifica ni la teoría ni la práctica lacaniana.

Con el goce ha pasado algo parecido, hablamos de un goce singular y enseguida nos encontramos con la promoción de todos los goces al cenit social con la idea de que todos son legítimos y un empuje al mismo, enseñado ya casi como disciplina en las escuelas. Goza!!! se escucha por todas partes en un mandato superyoico tan ineludible como imposible de satisfacer, con severas consecuencias para las subjetividades.

Eso es pan cotidiano en la enseñanza de hoy, crispando las instituciones en la inutilidad burocrática y degradando al propio sistema educativo. La declinación del padre no es estrictamente una cuestión masculina sino más bien de discurso, del discurso capitalista.

Es muy evidente esto en nuestros adolescentes, en los que la vertiente disidente del síntoma, por tomar la expresión de Colette Soler, resulta cada vez más difícil de encontrar. Todos, los síntomas, son asumidos inmediatamente por el orden social y muchas veces no les queda otro remedio que recurrir a la marca en el cuerpo, que aún parece conservar un cierto espanto, para encontrar algo que conmocione a ese Otro amo moderno que todo lo comprende, todo lo entiende y todo lo admite.

Quizás podemos situar aquí también las dificultades cada vez mayores que encontramos con nuestros pacientes para construir un síntoma analítico, un síntoma que resuma la posición disidente de sujeto en relación con el discurso del amo; discurso que más que amo es metonímico y corre de un sentido a otro sin mucha solución de continuidad, ni limites claros.

Es verdad, sin duda, que el psicoanálisis ha participado en la descomposición de los semblantes que sostenían el régimen de la represión del goce, pero mientras escribía esto, me surgía la pregunta de en qué medida el capitalismo necesitó, o se sirvió del psicoanálisis para promover este imperativo de goce o si éste hubiese surgido de la misma manera sin la presencia del psicoanálisis y entonces me di cuenta que existe entre ambos una cierta afinidad y, esta afinidad, es justamente que ambos promueven el goce desnudado; el capitalismo de una forma salvaje y el psicoanálisis de una forma controlada, un goce advertido, conocedor del horror que porta y de lo imposible que lo acompaña y por lo tanto vaciado de la demanda sádica que el superyo le imprime, pero el resultado es el mismo, la aparición de un goce desnudado de sus vestimentas.

Por eso el psicoanálisis tuvo su momento de mayor desarrollo en los albores del capitalismo. Solemos decir que necesita la democracia para poder tomar presencia pero quizás tiene también algo que ver esta afinidad a la que me estoy refiriendo que hace que exista una confluencia en esta cuestión de la promoción de un goce desnudo.

Claro que no es el mismo capitalismo el de los años 60 que el capitalismo actual, salvaje le llamamos. En aquellos años 60 en los que Lacan llenaba auditorios, se dolía de la falta de intimidad con sus alumnos que ello le provocaba y añoraba una sala un poco más vacía que le permitiese moverse entre su audiencia, el goce aún no aparecía desnudo, estaba rodeado de las cosas del amor, de la ideología que no deja de ser también una especie de amor y el amor se quería libre, pero amor al fin y al cabo.

Hoy ya no es lo mismo, la progresión del capitalismo dio al traste con las cosas del amor y esto fue lo que Lacan vaticinó, la puesta al día de la perversión, de la estructura perversa que se encuentra en la base de la constitución de todo sujeto como ya lo había descubierto Freud en “Los tres ensayos”. Una perversión generalizada que hoy observamos en pleno desarrollo y cuyas consecuencias estamos lejos de poder evaluar correctamente tanto en nuestro campo, como en lo social.

La ciencia se encuentra también tocada por este acceso del goce desnudo al cenit social. La producción de los objetos plus de goce, de los gadgets, ha cambiado el papel mismo del científico que ha dejado de ser el que salía al encuentro, a la búsqueda de un trozo de real, a correr detrás de las producciones que el saber produce de forma ininterrumpida e incontrolable podríamos decir, con la angustia subsiguiente puesto que muestra absolutamente la insuficiencia del sujeto para su imposible control. Verdadero saber sin sujeto también, fruto del propio encadenamiento significante, una maquinaria voraz e imparable de la que solo se puede correr detrás pues se hace caduco nada más producirse.

Un ejemplo a modo de ilustración:

la inmunoterapia que hoy se aplica en los neos, parece ser que con relativo éxito en los pacientes oncológicos, carece, parece ser, de protocolos precisos de actuación, no se sabe cuántas sesiones conviene poner ni que intervalos ni las cantidades tampoco. Los médicos corren detrás de este descubrimiento, tratando de no perder el tren del progreso, trabajando en precario pues no hay el tiempo de estudiar todas estas cuestiones antes de que otra terapia aparezca en el horizonte con buenos resultados también que hay que probar de la misma manera.

Pero en la investigación pura más de lo mismo, angustias de drosófilas mutadas que escapan del laboratorio, investigadores mil euristas, y demás excéteras con desfuelle corriendo detrás del automatismo del algoritmo hecho carne.

Hoy por hoy el discurso científico y sus novedades van por delante de los supuestos investigadores. No es solo por el método científico, que Claude Bernard nos brindó, que el método experimental excluye al sujeto relegándolo al papel de observador, sino que la lógica estructural del discurso de la ciencia se aleja de los sujetos por su velocidad de funcionamiento o en otras palabras, deja a los científicos en el trasfondo de la debilidad mental en relación al discurso que a duras penas pueden sostener.

¿Podrá el real producido por el psicoanálisis convertirse en una protección ante esta voracidad del saber producido por la ciencia del que Lacan ya anticipaba consecuencias potencialmente devastadoras?

Por ahora más bien nos lleva la delantera la religión, creo yo.

Lacan encontró también dificultades para no dejarse atrapar en la demanda social que se le dirigía, de tomar posición en los acontecimientos de mayo del 68 por ejemplo. Lo que el tenía para decir, no era, lo que de él se quería escuchar; señalándonos este punto de límite que la transmisión del psicoanálisis lleva siempre aparejado.

Hay otros límites que hacen fronteras.

Freud, en su escrito “Resistencias contra el psicoanálisis” de 1.924 los sitúa entre la medicina y la filosofía, haciendo referencia a la transmisión, nos dice lo siguiente:

“Así el psicoanálisis sólo saca desventajas de su posición intermedia entre la medicina y la filosofía. El médico lo considera un sistema especulativo y se niega a creer que, como cualquier otra ciencia de la naturaleza, se basa en una paciente y afanosa elaboración de hechos procedentes del mundo perceptivo; y el filósofo que lo mide- con la vara de sus propios sistemas artificiosamente edificados, considera que parte de premisas inaceptables y le achaca el que sus propios conceptos principales -aún en pleno desarrollo- carezcan d claridad y precisión. Semejante situación bastaría para explicar la recepción indignada y reticente que los círculos científicos le dispensaron al psicoanálisis”

Lacan, por su parte, estableció límites que no remiten a frontera alguna, como ya hemos señalado.

En su texto “La ciencia y la verdad”, magia, ciencia y religión se sitúan en el interior mismo de la teoría psicoanalítica ya que son el resultado de diferentes formas de abordajes de la verdad como causa, de esa verdad siempre no toda, inabordable e inalcanzable y del saber que esa verdad conforma. Verdrängung, es decir, reprimido en la magia -disimulado, nos dice; Verneinung, es decir, denegación en la religión, “…deniega lo que funda el sujeto para considerarse en ella parte interesada, le deja a Dios el cargo de la causa, pero con ello corta su propio acceso a la verdad”; y Verwerfung, preclusión de la verdad como causa en la ciencia, de la verdad como causa de lo que no quiere saberse nada.

Como dije, no hacen frontera porque se sitúan en el corazón mismo de nuestro quehacer como psicoanalistas.

“…Es a la solicitud de cada uno de estos modos de relación con la verdad como causa a la que ustedes tienen que resistirse” nos dice Lacan en “La ciencia y la verdad”.

Nos deslizamos de uno a otro, sin apenas darnos cuenta, cada vez que pretendemos convertir al psicoanálisis en una forma de interpretación del mundo, usarlo con pretendidos efectos preventivos o proyectar nuestros caracteres sobre los sujetos con los que tenemos que vérnoslas (la ciencia y la verdad).

Porque, de lo que trata el psicoanálisis es de lo que resulta más extranjero para cada uno, para cada ser hablante, un dominio sin fronteras precisas, imposibles de delimitar en el mapa, una tierra incógnita, donde el goce se presenta en una extranjeridad radical, tierra “éxtima”, aquello más intimo, más singular es también lo más ajeno.

Quizás podemos hablar de un borde, este borde demarca entonces lo reconocible del inconsciente, pero lo real nos desborda pues no hay borde alguno para lo real. Es lo que despierta en el final y que hay que intentar mantener despierto, la evidencia de que uno está desbordado por lo real -eso es la niebla que yo traía en mi testimonio de pase. Quizás, permítame que lo diga así, sin demasiada reflexión, pensar que al final del análisis algo despierta haciendo evidencia de un borde de lo real sea una percepción masculina del goce fálico –“Bruma” que dice Lacan.

La transmisión académica en la enseñanza de los textos freudianos y lacanianos conllevan una lógica de enunciación clara que tal vez no sea tan fácil de establecer en los relatos del Pase pues se destilan en lo muy particular de cada final de análisis. La transmisión de las articulaciones del final de análisis poseen la aparente “incongruencia” de no dirigirse a una zona de saber clara y didáctica sino a un límite tras el cual solo irrumpe la profunda ignorancia y donde todo sentido se difumina. Es lo real donde los límites de lo subjetivo, de las construcciones yoicas y de saber se disuelven en el propio desbordamiento del encuentro con la lógica del final de análisis.

Algo queda por fuera de esa lógica, el límite mismo se borra y el sujeto queda sin referencias. Se me ocurría que se podía pensar que Santa Teresa escribe justamente para poder salir de lo real de ese goce. Como decía antes el límite está dentro de la lógica fálica. Pero cuando se desnuda desnudar lo real los límites se difuminan y la locura “femenina de goce” irrumpe.

Es extraño que el empoderamiento femenino de nuestra época nadie lo haya atribuido al discurso capitalista y los efecto de desnudamiento de sentido que produce de manera directa.

Y este desnudamiento que en lo social produce el discurso capitalista, maridado a la ciencia y la tecnología, donde arroja al sujeto a un sinsentido de goce aupado a la metonimia del objeto perecedero, de los gagets obscelecentes ¿no es acaso más veloz y radical que nuestra práctica clínica de psicoanalistas?

Si lo es. Y por ello uno de los efectos es la debilidad y la pérdida de lazo social del discurso psicoanalítico en nuestra época. Cada vez nuestro discurso se halla más aislado, más encapsulado de lo social.

¿El último lustro de la práctica clínica de Jacques Lacan, con la sesión ultra corta no fue un intento de atajar la velocidad demudada de la estructura del discurso capitalista para desnudar el goce?

¿No quiso a mediados de los 70 introducir en el dispositivo analítico una relación transferencial de mayor velocidad que el propio lazo social de la época?

Fue, si se me permite, la inauguración de otro tipo de enfoque clínico, tal vez más apegada a una lógica borronea que al significante. Pierre Rey, con su irónico título de reminiscencias rimbaunianas de “…Una temporada en el infierno”, hace una crítica nada velada de esta fase de Lacan como terapeuta, tildándole veladamente de salvaje. Y tal vez ésta clínica sí tenga los sesgos actuales del discurso capitalista de este siglo, tan cercano al discurso del analista como nos subraya Jacques Alain Miller.

Se trata entonces de un problema de estructura, en el siglo XXI, que hace obstáculo a la clínica y a la transmisión en nuestra disciplina, el psicoanálisis.

Y mientras nosotros, los psicoanalistas debatimos clínica y teóricamente por un lado la lógica que permite la constatación de un final de análisis y por otra la visualización de lo real, donde ninguna marca, ningún límite ni estructura del sujeto son válidas para reseñar mapa alguno de ese real; en paralelo lo social mismo de igual manera confronta a los sujetos a esa falta de límite frente a lo real pero de manera mucho más directa, salvaje y veloz.

El capitalismo gana la partida al discurso psicoanalítico por su manera salvaje y rápida de operar demudando lo real del goce, atomizando los vínculos y creando sujetos aislados en su propio goce, el malestar se impone y se interpone en el vínculo analítico.

Retomo entonces ahora lo planteado en el debate del CRIF sobre la cuestión de Uno.

La pregunta que se nos planteó era la siguiente era la siguiente:

¿Cómo tratar el problema del Uno al cual nos confrontamos?

Lo primero que me gustaría es hacer la distinción entre el Uno y lo único. El Uno es la unidad, la serie, el enjambre; no es lo único.

Esta distinción me parece pertinente ya que a nivel institucional la confusión entre ambos tiene consecuencias bastante negativas.

Según lo pienso, ningún temor, tendría que venir del Uno; salvo, efectivamente la cuestión que Colette Soler plantea sobre el odio, que se dirige al Uno. “…El homicidio del decir que ex-siste como Uno, especialmente el Un-decir de la excepción, el homicidio de lo que en un ser hablante singular ex-siste al discurso del Otro” ya que el hecho de que haya un Uno no impide que otros tantos unos como queramos puedan surgir.

Un Uno y otro Uno y otro Uno; y esto, si bien no evita lo único, la enunciación única, si puede quizás, eventualmente, hacerle algo la contra. Lo que si me parece cierto es que la confusión de ambos, del Uno y de lo único, si puede llevar, como muchas veces sucede, a recibir como “sospechoso” cualquier deseo de ocupar un lugar -del tipo que sea: de enunciación, de jerarquía, de enseñanza, etc. -con consecuencias bastante desastrosas a mi entender.

Por lo tanto el Uno no es lo único y el deslizamiento de uno a otro dificulta muchas veces la vida institucional.

El error, me parece, es pensar entonces que la cuestión del Uno es un problema personal o un problema de la institución, porque en verdad es un problema que atañe a la propia estructura del discurso analítico. Esto no quiere decir, evidentemente, que no haya algunos más dispuestos a encarnarlo que otros, pero no se trata de una cuestión de voluntades, buenas o malas, sino de algo que tiene que ver con la propia estructura del discurso analítico y por lo tanto atañe a la transmisión del psicoanálisis.

El psicoanálisis es un discurso solvente, pero no muy sólido en su funcionamiento, en el sentido de que el saber a transmitir no es un saber preciso, como en la ciencia. Me gustaría traer aquí las palabras de Lacan en el texto antes citado de la ciencia y la verdad hablando del saber que, en la ciencia, a diferencia de la magia y de la religión y tal vez habría que añadir el psicoanálisis, se comunica:

“... no es porque tal es la costumbre (comunicar el saber), sino que la forma lógica dada a ese saber incluye el modo de comunicación como suturando al sujeto que implica”

Entonces, su transmisión se juega siempre en la transferencia. Saber intrasmisible nos decía Lacan, no es transmisible por fuera de la trasferencia del maestro, a falta de una teoría general como ya dijimos. Y la transferencia, ella si, remite a lo único, a la totalidad. Se espera un saber que vendría a completar al sujeto. Lo que se juega en la transmisión del psicoanálisis es la transferencia, no tanto el saber porque, el saber producido por el psicoanálisis no es un saber socializable, no permite la protocolización de la enseñanza como en otros registros de la ciencia, pues no es científico, no es cuantificable y lo calificable de su clínica no puede estandarizarse pues no deja de remitir a lo particular.

El saber que permite poner un cohete en la luna, una vez producido, sirve a cualquiera que quiera reproducirlo. En el psicoanálisis eso no ocurre, de ahí lo que Lacan nos señala, es intransmisible. Y es por esa causa, por la que estamos siempre expuestos a la posible aparición de un “enunciador único”.

En el discurso capitalista ese riesgo de “enunciador único” no existe, siempre apuesta por el enjambre de los unos, eso sí, unos atomizados en la soledad de sus goces.

¿Acaso la velocidad errática del universo financiero, en su funcionamiento, no apuesta por el enjambre de los unos sin permitir lo único?

El juego bursátil es una lógica de la nominación pero enmarcada en la permanente destitución de valores y ganancias.

En el análisis, con su finalización, nos encontramos con la destitución del Sujeto de supuesto Saber y la liquidación de la transferencia -desenlace. El analista cae como Sujeto de supuesto Saber, pierde su valor agalmático y decimos que la transferencia se dirige entonces a la Escuela.

Pero, en la Escuela, no hay en verdad ningún lugar de destitución, en todo caso sería la Escuela misma, lo cual nos plantearía una interesante paradoja. Hace poco Colette Soler nos decía que la única solución era hacer agalmática la Escuela y estoy de acuerdo con eso, pero entonces tenemos que apelar a la transferencia.

¿Es posible encontrar una solución de transmisión destituyendo la transferencia al final del análisis para luego reencontrarla en la Escuela?

Así pues nos encontramos con una paradoja y un impase. Por ejemplo, nos hemos propuesto el intento de “dispersar” el Uno, de evitar ese Uno un tanto amo, ese “enunciador único”. Para tal fin de evitar “él único” hemos puesto límites a la acumulación de cargos dentro de la Escuela y finalmente nos encontramos con que un imposible nos vuelve, en la forma de que resulta difícil cumplir esa misma norma que nos hemos dado a causa de que faltan personas dispuesta a presentarse para ocupar esos cargos.

Creo que esto, por si mismo, tendría que hacernos reflexionar.

En realidad el único lugar de destitución que hay en la Escuela es el del AE, lo cual me lleva a otra reflexión que puede ser interesante y es que para que algo pueda ser destituido primero ha de instituirse y no estar instituido de facto por la propia historia institucional.

“La situación” nos refiere entonces, siempre, en lo imaginario, a la posibilidad de un funcionamiento posible corrector. Y a lo que nos enfrentamos es a un imposible, a un problema de estructura, intrínseco a la propia doctrina psicoanalítica y al saber que ella produce, un efecto perverso de la transferencia.

En el capitalismo la perversión transferencial es sustituido por la voracidad del consumo. Tampoco parece que allí podremos encontrar un rumbo edificante.

Lacan nos advierte, en el seminario 19 “...O peor”, de la “tontería” que supone la intención de transgresión cuando tenemos que vérnosla con un imposible:

“ese imposible en la medida en que se demuestra, no se transgrede”. Podemos también en este sentido tomar las palabras de David Bernard en su ponencia de la Cita internacional “...el límite no puede concebirse aquí como una línea a transgredir, así como la fantaseamos siempre, sino como un límite a los bordes que intentamos alcanzar, como es definido en la matemática”.

No es un problema únicamente de las personas y no se resuelve, por tanto, por una cuestión de voluntades, ni creando dispositivos que terminan un tanto como el Sr. Valdemar.

Se trata entonces de hacer con un imposible. Nada nuevo para nosotros, psicoanalistas.

Un funcionamiento demasiado defensivo vuelve, como ya he señalado, sospechoso a todo aquel que quiera ocupar un lugar, al tiempo que dificulta en la práctica nuestro funcionamiento institucional.

Pero en verdad todo esto nos muestra una evidencia. Cuando Jacques Lacan disolvió la Escuela freudiana de París, los entonces jóvenes turcos crearon la École de cause y Lacan sólo la adoptó. Así lo enunció, pero sin mucha esperanza de que iba a servir –así literalmente lo dijo.

Y termino entonces con una pregunta:

¿Por qué esto que esta inscrito en la verdad histórica no tiene enunciado, ni enunciación alguna?

 
 
 

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