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Psicoanálisis y saber.

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    Conferencias y textos
  • 17 abr 2019
  • 18 Min. de lectura

Actualizado: 22 feb

Camila Vidal

¿QUÉ SABER AL FINAL DEL ANÁLISIS?

Seminario XVI, De un Otro al otro, Lección 5 marzo 1969, Paidós, p. 191.

“…Este saber arreglárselas (savoir-y-faire) sigue aún demasiado cerca del saber hacer (savoir-faire), sobre el cual se presentó antes un malentendido que por otra parte favorecí, con objeto de atraparlos a ustedes por donde se debe, por las bolas. Se trata más bien de saber estar allí (savoir-y-être).”

Siempre me costó entender la cuestión del entusiasmo del final de análisis. Según uno se acerca al final menos motivos de entusiasmo me parecía que había, salvo el hecho, claro, de terminar algo empezado hacía mucho tiempo. Sin embargo cuando el fin se produjo me sorprendió verdaderamente el hecho de que sí existía un fin lógico, que realmente uno llegaba allí y terminaba, era verdad, no se trataba de un delirio individual que se había vuelto colectivo, ni de una necesidad neurótica de encontrar un sentido a la existencia haciendo existir el psicoanálisis.

Tenía una tía, con la que viví unas semanas en mis primeros años en Vigo, que era muy religiosa y en su casa hacían reuniones para leer la biblia, cuatro o cinco personas la leían y la comentaban. Comenzaban su reunión, a la que siempre me invitaban, un poco antes de la hora en que yo salía para el grupo de psicoanálisis que teníamos allá por el año 85 del pasado siglo. En aquel momento nos reíamos y hacíamos comentarios sobre el hecho de que nosotros leíamos a Lacan mientras ellos leían la Biblia, pero para mi constituyó, desde ese momento, una preocupación que no lograba disipar:

¿y si es lo mismo?

¿y si es lo mismo lo que hace mi tía con sus amigas leyendo la biblia que lo que hacemos nosotros leyendo a Lacan?.

Esa pregunta retornaba, de manera casi desapercibida, cuando en alguno de nuestros seminarios o reuniones algún docente hacía alusión al hecho de estar allí reunidos en vez de estar “divirtiéndose” fuera como hace la gente “normal”. Eso que sonaba muy bonito y nos dejaba muy satisfechos, para mi siempre resonaba con un:

¿y si es lo mismo que lo de mi tía con la biblia?.

Pues bien, la satisfacción del final de análisis tiene que ver claramente, para mi, con esta cuestión: no es lo mismo, no se trata de una creencia, ni de una suposición; con el final uno sabe que no es lo mismo, que no se trata de la palabra del dios Lacan, no es su palabra, es que cada uno puede comprobar que eso está ahí, un final posible.

Por eso, cuando aún a veces escucho el argumento de que si estamos ahí estudiando en vez de estar en la calle un día de sol a las ocho de la tarde, no creo que tengamos que pensar que es seguro que es algo muy diferente de lo que hacen las personas cuando van a misa el domingo o el sábado por la tarde. Lo que marca la diferencia no es lo que hacemos, lo que marca la diferencia es que hay un final, un final que se puede esclarecer y que es deber de la Escuela el poder recogerlo fomentando un lugar de transmisión para los AE. Un final en que ya no se trata de la lectura (no quiere decir que uno deje de leer, por supuesto), pero ya no se lee de la misma manera pues la lectura no fundamenta ninguna trasmisión de ese final que para cada uno supone un particular más allá de cualquier lectura.

Es más, muchas veces la lectura se presenta como supervisión pues lo leído confirma muchas veces lo pensado previamente.

Hace ya algunos años que puede entender que el amor por el psicoanálisis, o el excesivo amor podríamos decir, constituye una dificultad, dificultad tanto para la transmisión como para el propio análisis -indicación de Lacan sobre que cuando se trata del saber el amor no ayuda demasiado, en ese caso es más pertinente el odio.

El lo dice, en relación a la lectura crítica que se había hecho de uno de sus trabajos por unas personas, con el fin de desacreditarlo, podríamos decir. El caso es que él le dice a sus alumnos, cito de memoria, ojalá alguno de ustedes, que me aman tanto, pudiese leerme de esa manera, se ve que el odio que los guía en su deseo de desacreditación es muy productivo para la lectura.

Una separación se impone. Es lo que otorga el final.

Normalmente para mi, esta necesidad de separarme de mi amor por el psicoanálisis cada vez que quería escribir algún texto para algún lugar fuera del ámbito estrictamente analítico, una conferencia por ejemplo, se imponía y era el recurso a la realidad, a algún hecho concreto de lo cotidiano lo que me permitía encontrar un punto de apoyo para sustentar esta separación.

Ahora es mi propia cura, o más bien el final de análisis –pues quien se cura de lo incurable- en lo que puedo, llegado el caso, sostenerme y eso no es únicamente un hecho de lectura.

Esta conclusión del final, el hecho de constatar que un final es posible, supuso un cambio radical en mi manera de concebir el psicoanálisis, de hacer lazo con él. Supe que era un arma poderosa, algo realmente valioso, lo que cambió tanto mi práctica como la forma de transmisión.

Quiero aclarar que esto es mi particular forma de concluir un psicoanálisis de muchas décadas y que para nada supone que siempre sea así. Para optros puede haber otras modalidades, no muchas más pero si otra diversidad exigua.

Poder esclarecer el momento del final de análisis es, como nos dice Lacan en el discurso a la EFP 6 de diciembre de 1967, la tarea que se le encomendará a aquel que quiera testimoniar de esa experiencia. Punto que debería devenir en esencial en una Escuela que quiera apreciarse como tal.

Este esclarecimiento es, a mi entender, crucial no solo para el que está en la tarea de ser analista sino para todo aquel que de una u otra manera pretende introducirse en la experiencia psicoanalítica. Apuntar, no a una finalidad, sino a un fin posible nos introduce también, en la cuestión de cómo causar el deseo de psicoanálisis.

Otro efecto del fin de análisis fue la idea de que ahora podría dedicarme a cualquier otra cosa, nunca antes la había tenido, ninguna duda, ninguna vacilación, yo quería ser psicoanalista. Cuando el final se produjo sentí que no solo podría, sino que me gustaría dedicarme a cualquier otra cosa.

Patricia Dahan me decía que esa idea de poder dedicarme a cualquier otra cosa era el producto de la liberación del deseo, algo del deseo se pone en marcha y puede “dedicarse a cualquier cosa”. Pero yo sabía también, lógicamente, que no era posible, las cartas estaban jugadas y se trata de una cuestión ética de no retroceder frente al camino recorrido. Pero el caso es que, durante un tiempo, fantaseé con esa idea hasta que en un momento dado pude comprender que tenía una deuda con el psicoanálisis, deuda impagable sin duda pero que me obligaba a hacer “algo” con eso tan valioso que había encontrado.

Pero esto que les acabo de comentar esta por fuera de toda idealización pues que uno crea que podría dedicarse a cualquier otra cosa no quiere decir que tampoco pueda, tanto estamos en el escuchar que no es menos cierto que el ingenio propio se nos atrofia un poco.

Ahí es cuando puedo hacer el acto de pedir el pase, estaba en deuda, estoy en deuda y no puedo sustraerme a ella. Mejor me parece decir entonces que algo se des-anuda, se des-ata, el deseo se hace más libre y se requiere una nueva elección que no estará por fuera del psicoanálisis por el propio peso de las cosas.

El deseo del analista surge así prendido de tres puntos precisos:

A) Lo pulsional en relación con el significante “morbosa”: esta niña es una morbosa había dicho mi madre y efectivamente tenía razón había mostrado desde muy pequeña un gusto especial por el sufrimiento, las catástrofes y las malformaciones corporales que me había llevado a decir, tumbada en el diván, “…algo de esto tiene que ver con el deseo del analista, pero sin el morbo”.

B) Del efecto producido por la caída del Otro una vez constatada la caída del Sujeto de supuesto saber.

En este punto encontramos dos cuestiones vitales para el deseo del analista:

1) Saber ser un desperdicio porque se sabe, finalmente, que uno fue un objeto para el Otro, para esa mujer que fue un día nuestra madre .Este es el horror al que todos, como humanos, nos enfrentamos y del que nada queremos saber y es el atravesamiento de este horror el que servirá a la posición del analista, a poder prestarse como objeto para su analizante.

2) De ese Otro que no existe, quedando de ese modo el goce del lado del Uno, y no solo el goce que hay sino también el que falta y que cada uno atribuye a ese Otro que no existe:

“Un analista es lo que produce un psicoanálisis” nos dice Lacan.

Referencia de Lacan en el seminario 19 sobre el Uno que es siempre en relación a una falta y lo explica por la propiedad biunívoca de los conjuntos; a cada elemento de un conjunto le corresponde un elemento del otro conjunto y cuando un elemento falta entonces aparece específicamente el Uno. Están el sujeto y el Otro, cuando el otro cae aparece el Uno del lado del sujeto

C) De lo que yo he llamado “Niebla” en un intento de nombrar lo real. Sostenerse ahí soportando ese goce que no sirve para nada, una práctica sin valor, decía Lacan, para lo cual ha de haberse podido atravesar el horror del acto; que no se trata para nada de la curación sino de una conclusión.

¿Se trata, en el entusiasmo, de un relanzamiento del deseo de psicoanálisis?

¿Es el reconocimiento de una deuda impagable una manifestación de un nuevo deseo de psicoanálisis?.

¡Realmente no lo creo!

El deseo de psicoanálisis es un deseo de saber, saber sobre el psicoanálisis y sobre uno mismo.

Pero ¿quien desea en verdad un psicoanálisis? ¿Los padres cuando nos traen a un niño a la consulta? ¿Los pacientes cuando llegan con su sufrimiento? ¿Nosotros mismos cuando deseamos ser psicoanalistas?

Estos retazos los traigo para mostrar que sin duda mi relación con la causa analítica cambió con el final del análisis, pero en definitiva podemos decir que lo que adviene con el deseo del analista es más bien la caída del deseo de psicoanálisis; no hay nada del deseo del analista, tal como he tratado de mostrarlo en los párrafos anteriores, que tenga que ver con el amor por el psicoanálisis y menos aún con el deseo de saber.

Porque no se trata de un hecho de lectura, como manifesté al comienzo, sino de la posibilidad de una invención.

Una vez desasido del Otro, garante de todos los saberes, surge la posibilidad de una invención particular ahí donde el agujero del saber se hizo patente. La nueva elección por el psicoanálisis aparece por el lado de una posición ética, no del deseo por el psicoanálisis.

El deseo de ser psicoanalista es un deseo de rectificación, se desea ser psicoanalista para hacer por los otros algo mejor de lo que suponemos hicieron por nosotros mismos, algo mejor de lo que la madre hizo por nosotros como hijos. Es así como Lacan nombra los deseos de famosos psicoanalistas de su época. Klein, Winnicott... un deseo de maternaje, “furor sanandis” decía Freud.

Pero el psicoanálisis no es eso, lo sabemos y solo funciona por la transferencia y esta mediante el engaño; es decir bajo el engaño del Sujeto de supuesto saber. "Engaño" necesario para poner en marcha un dispositivo que si no fuese por ese “engaño” no podríamos poner en funcionamiento pero que no por ello deja de ser “engaño”.

Este mismo hecho nos advierte de que no es posible desear verdaderamente un psicoanálisis. Porque tampoco es buena cosa que un psicoanalista ame el engaño, pues aunque es un hecho frecuente no quiere decir que sea lo recomendable; es más el “engaño” es muchas veces el obstáculo de una transmisión honesta del psicoanálisis en una Escuela.

Pero entonces ¿qué es lo que trae a los pacientes al análisis? Es la transferencia sin duda, pero la transferencia es amor, no es deseo de psicoanálisis.

Es por la vía del deseo de un analista poco proclive a regodearse “excesivamente” en el “engaño” que el deseo de saber puede advenir, es el encuentro con un psicoanalista que puede producir eventualmente un deseo de psicoanálisis.

Es verdad también que hay coyunturas históricas y sociales que pueden propiciar, o no, este deseo de saber.

Las circunstancias actuales en las que nos encontramos inmersos no propician de ninguna manera dicho deseo. El otro día trabajando el texto de “Televisión” de Jacques Lacan en Vigo nos percatábamos de lo mucho que habían cambiado los tiempos y lo impensable que resultaba imaginarse hoy un programa de la TV en el que alguien pudiese expresarse tal como Lacan lo hizo en aquel momento.

El saber no está de moda, es difícil encontrar hoy un público dispuesto a escuchar un Nadie resiste un discurso de más de diez minutos si no es algo totalmente comprensible. Es un hecho de nuestra realidad social, de la debilidad que invade toda nuestra sociedad capitalista.

Porque el deseo de saber supone ya el reconocimiento de una falta y lo que nos ha traído esta crisis, en la que estamos inmersos, es la constatación del triunfo del pensamiento capitalista que nos había convencido de que siempre podemos ir a mejor, de que nada fundamental podría faltarnos, dejándonos en la indefensión más absoluta sin otro recurso que la recriminación al otro social, despojado el sujeto de toda “culpa”, de toda responsabilidad, inermes como niños ante la ferocidad de las fauces de la mamá cocodrilo.

No parece que el panorama tenga visos de mejorar, ni que esta crisis vaya a traer aparejada una modificación de esa posición subjetiva. Nada que esperar por ese lado, todo lo contrario.

La paradoja más salvaje del capitalismo reside precisamente en eso, en ser la meta más elevada que ha alcanzado la humanidad hasta la fecha a nivel del funcionamiento económico-social y que al mismo tiempo engendra la mayor de las disgregaciones en la convivencia humana, pues no olvidemos que el malestar en la cultura, señalado por Freud, parte de los avances de la civilización y no de su barbarie o retroceso.

El ser humano, nos dice Lacan, por causa del lenguaje, es un animal totalmente desadaptado para el mundo que le toca habitar. Cuanto más la ciencia progresa y mayor es el desarrollo tecnológico mayor la inadecuación de cada individuo a su mundo, aunque se empeñen en querer convencernos de lo contrario. No se trata de quejarse de eso, es así, es inevitable y además está muy bien para muchas cosas. Pero ninguno de nosotros sería capaz de sobrevivir más de tres días (algunos ni eso) solos en medio de la selva.

Cada vez, la mayoría de la población está mas alejada de poder comprender el funcionamiento de los dispositivos que necesita diariamente para su vida cotidiana y cada vez la inadecuación es mayor. De ahí que todos esos aparatos no producen, al contrario de lo que pudiera parecer, ninguna sensación de mayor seguridad subjetiva sino todo lo contrario y la angustia campa a sus anchas.

Cada vez las situaciones traumáticas se multiplican en el mundo supuestamente "seguro" en el que vivimos, cualquier mínimo desorden se convierte en desestabilizador pues cada vez resulta más inesperado. Cómo es posible que haya pasado esto o lo otro nos preguntamos; y nos extrañamos cada vez que la naturaleza quiere recuperar su terreno.

Es decir negamos la indefensión con la ciencia, la tecnología y el capitalismo, pero lo real de la indefensión humana ésta siempre a la vuelta de la esquina. La indefensión vuelve pues es uno de los nombres de lo real, algo ha quedado por fuera, fuera de nuestro alcance, fuera de nuestra posibilidad de manejarlo.

¡Es lo imposible!

El psicoanálisis es el único discurso que deja su plaza a lo imposible. ¿Cómo hacer con eso?

En todos los demás discursos esta cuestión está forcluida, hoy todo es posible; hasta la deshabitada la Luna (...Y la luna!!!!! rezaba un anuncio de la TV)

¡Y si uno no puede, es que es una especie de idiota o algo así! ¡Culpabilidad asegurada!

Por lo tanto ni querellarse contra el orden social, ni menos aún sostenerlo.

Entonces ¿qué queda para el psicoanálisis? ¿Cómo pensar el interés que puede despertar para evitar su desaparición?

Un caso clínico presentado en las últimas Jornadas de la EPFCL celebradas en Vigo nos traía el caso de un hombre que se presenta en la consulta como un desecho social y al que, el encuentro con un psicoanalista, permite abordar la cuestión del resto de forma de no tener que encarnarlo. Entre negarlo, como trata de hacer el capitalismo, y encarnarlo como hacía este sujeto hay otro tratamiento posible. Esta es la apuesta del psicoanálisis, no la denuncia del capitalismo que solo ayuda a su perfección como nos recuerda Lacan en “Televisión”, sino apostar por el desecho, denunciar el desecho haciéndose resto.

El saber está devaluado y seguramente lo estará por mucho tiempo, pero el resto está ahí.

La angustia, cada vez más actual, nos informa de lo irreductible de ese resto tanto más irreductible cuanto más se trata de ocultar.

Toda mi existencia sostuve la percepción de un deseo desfalleciente. Desencuentros, olvidos, un deseo siempre débil, siempre esperando a ese Otro que me sujetase de manera decidida. Vacilación y voz entrecortada por un miedo a ese Otro que siempre va a dejarme caer. Algo de todo esto queda al final pero con un cambio de signo.

Ya no estar pendiente del Otro que me deja caer, sino situarme allí como resto, en una posición que no puede enunciarse desde un lugar que no sea de resto.

Podríamos decir que el psicoanálisis es en si mismo un resto, un producto de la cultura, del saber de la ciencia.

El psicoanálisis no es sólo síntoma del sujeto forcluido de la ciencia, sino el resto mismo del discurso científico.

Un discurso que se reconoce como fallido y de un momento particular de la historia de lo humano; no es un discurso universal y que, a su vez, produce también sus propios deshechos, no lo olvidemos. Nuestra misma Escuela del Campo Lacaniano podría pensarse como tal; no es fingiendo desconocerlos como vamos a salir del atolladero.

Se trata de recoger esos restos, y perder toda esperanza de que el otro cambie su forma de gozar y hacer con ello.

Es lo fallido del discurso lo que lo constituye como verdadero. Y es el no reconocimiento de este fallido, la dificultad de asumirse como resto, lo que engendra buena parte de las dificultades.

Lo que el psicoanálisis nos enseña es que hay un agujero en el saber; un agujero en el saber sobre la constitución del sujeto, ahí solo queda la marca, marca de goce de esa constitución que ningún saber vendrá nunca a recubrir.

Un imposible que atañe tanto al análisis como a su transmisión y por ende a la formación misma del psicoanalista. Este es el origen de los síntomas, podríamos decir, dar un significado a esa falta y como sujetos nos apresuramos a transformar ese imposible en impotencia en el intento, siempre infructuoso, de escapar al horror producido por este origen segundo en relación al lenguaje.

Para Lacan el psicoanalista, más que el resultado de una formación es el producto de un análisis llevado hasta su fin, es decir el analista es un producto del análisis mismo, igual que el sujeto es el producto de la operación del lenguaje, por eso puede decir en un momento que él nunca habló de formación del analista sino que habló de formaciones del inconsciente jugando con la de-formación que la formación introduce.

Es necesario entonces preguntarse qué saber es el que se obtiene al final del análisis y en qué ese saber permite al analista un saber hacer diferente en la dirección de la cura.

El recorrido de la cura y su finalización me ha permitido verificar cómo el punto en el que se constituye la neurosis es al mismo tiempo el punto de separación. Allí donde la contingencia de mi nacimiento puso en evidencia la dificultad de mi madre con el nombre, constituyendo el nudo de la neurosis misma, es el mismo punto que produce ese desencuentro temprano entre ambas y me obliga a buscar fuera, produce un punto de separación radical que posibilitará más adelante el encuentro con el psicoanálisis. Es decir, donde la operación de separación posibilita el advenimiento del sujeto, allí mismo se construye la neurosis, por eso el análisis permite a ese sujeto separarse de su propio acto, no confundirse con él, cuestión crucial para la dirección de la cura si tenemos en cuenta lo que Lacan nos dice de que el acto analítico es un acto sin sujeto -“…es un sujeto que en el acto no es.” Clase del 10 de enero de 1968 Seminario “El acto analítico”.

¿Es posible poner en relación este saber obtenido al final con el saber hacer del analista? ¿es posible establecer alguna articulación entre ambos?

Una práctica no tiene necesidad de ser esclarecida para operar, nos dice Lacan, sin embargo podemos afirmar, sin alejarnos demasiado de su planteamiento, que el “saber hacer” no solo requiere necesariamente del esclarecimiento sino que está íntimamente ligado a él.

Vayamos a la clínica:

“No dejarse usar” es la forma clínica que toma el punto de separación en un varón de una madre abusadora. El ejemplo creo que muestra bien, por un lado lo eficaz de la formulación en lo que se refiere a la separación, no dejarse usar, y por el otro lo patológico, en el sentido de pathos, de la neurosis ahí constituida. El análisis opera sobre el fantasma sostenido en dicha formulación pero nada puede hacer con la marca dejada por esta constitución. Auténtico incurable entonces puesto que el “no dejarse usar” no es una respuesta del sujeto, sino que el sujeto mismo es esa respuesta, insondable decisión del ser que funda la posibilidad misma de la operación de separación que completará así el advenimiento del sujeto.

Cucaracha es la punta mínima tomada del otro necesaria para producir un anudamiento allí donde el oxímoron materno convoca únicamente la opacidad de un goce, aquel que “haría falta que no...”. “Hacerse un nombre con las insignias del Otro” es el axioma fantasmático construido en relación con ese oxímoron y “hacerse aplastar” es la vertiente pulsional enlazada vía significante con “cucaracha”.

El surgimiento de este axioma permite una reinterpretación de la historia y de la posición subjetiva:

“cucaracha” ha marcado con un “hacerse aplastar” su existencia. El descubrimiento de que detrás de ese “Cucaracha” se encuentra la dificultad materna con el nombre deja vislumbrar la opacidad del deseo materno y produce la caída del Otro “…no era una dificultad con ella, era una dificultad de ella (de la madre) misma”.

Llegados a este punto “cucaracha” es lo mismo que si hubiese sido cualquier otro significante provisto de cualquier otra significación posible. Poco importa aunque por supuesto no sea indiferentemente y dicha significación haya tenido gran importancia a lo largo de la historia “emocional” y estructural.

Poco importa el sentido, porque la significación cae, ya no es necesario “hacerse aplastar” para sostener el síntoma, para sostener al Otro, puesto que “cucaracha” devenido sinthôme posibilita la consistencia subjetiva por fuera del acto que lo hizo posible.

Así lo pulsional, siempre ligado al significante y que no tiene otra forma de traducirse que no sea en forma de pensamiento, trabaja en contra de la separación y en ese sentido se alía al saber y al pensamiento.

“…Me he vuelto a dejar embaucar” decía una paciente haciendo referencia al embrollo mil veces repetido en relación a una formulación precisa:

“no hay derecho”. Es el embrollarse al que hace referencia Lacan, que deja siempre al sujeto suspendido en su síntoma a merced de ese Otro que no existe.

Por lo tanto, de un lado el acto y del otro el pensar, vertientes de una polarización al servicio de la identificación y la falta de separación al propio ser-hablante.

Es la fórmula del acto, nos dice Lacan, su efecto de ruptura sobre el cogito.

La caída del sentido al final del análisis permitirá el atravesamiento del fantasma y la caída del Otro, consecuencia, como decíamos: ya no es necesario “hacerse aplastar” para sostener al Otro, para sostener al síntoma, puesto que éste se sostiene solo (cucaracha); sin embargo algo de esto se jugará en cada momento decisivo de separación para este sujeto, no puede ser de otra manera, puesto que es así como ha quedado constituido, esa marca de goce es indisociable del “parlêtre” mismo. A partir de este esclarecimiento el sujeto podrá, llegado el caso, lejos del padecimiento neurótico, leer allí, en cada ocasión, en ese “hacerse aplastar”, la marca de una separación realmente efectuada. Real incurable entonces pero que permite ciertamente un “hacer” diferente con la pulsión... a veces. Salir del embrollo, reconocer ahí su propia marca y extraer las consecuencias

El “saber hacer” del analista no es otra cosa, a mi entender, que el resultado de este esclarecimiento.

Primero, constatación de lo incurable. Verificación del sujeto como producto, es decir resto de la operación del lenguaje, posición necesaria para la operación del analista.

Lugar difícil porque el análisis puede destituir el saber creando un deseo inédito, el deseo del analista, sostenido en la constatación de un agujero en el saber, pero lo que no se despliega, como decíamos, es la propia marca, la marca dejada por la forma en como fue constituido en el acto de separación, auténtico real singular que hace del "parlêtre" mismo un resto de la operación del lenguaje.

Por lo tanto es la constatación en el análisis de la posición del sujeto como resto de la operación del lenguaje, lo que permitirá al analista operar en posición de objeto destinado a convertirse en mero resto, lugar necesario para el despliegue de cualquier cura.

Antes saberse resto aunque ese otro analizante lo revista de Sujeto de supuesto saber.

Segundo. Si podemos decir que la neurosis se constituye en el mismo punto en que el acto de la separación permite la finalización de la constitución del sujeto (alienación-separación) entonces nos encontramos con que efectivamente hay un acto sin sujeto, previo a su constitución ya que es necesario para que éste pueda constituirse, eso se pone entonces al servicio de la dirección de la cura puesto que el acto del analista es también un acto sin sujeto, provee, no de un modelo, sino de la estructura que permite el posicionamiento del analista por fuera de la posición subjetiva, por fuera del pensar.

Es como sujeto que se puede decir si o no, en la posición de objeto solo cabe el si, permitir que el analizante se despliegue en su goce, dejarle desarrollar el argumento, la experimentación, y las pruebas, para llegar a constatar su evidencia podríamos decir utilizando el uso que en ciencia se hace de la benevolencia, dejarse usar, ahora si para poner al otro al trabajo.

La misma regla de la asociación libre no pide otra cosa más que la “abdicación” del sujeto, separar al sujeto del acto del “decir” (El acto analítico clase 9 del 7 de febrero de 1968) para apuntar a lo real de su constitución.

Tercero. Separarse del acto, no confundirse con él, comporta entonces una distancia de la ética de lo bueno y lo malo para introducirse en el terreno político de lo que es posible liberando al sujeto de toda exigencia de lo imposible y es ahí, donde el super-yo se vacía de su demanda sádica.

Se trata de hacer de lo real una referencia, una brújula, esta es la orientación lacaniana, “saber estar allí (savoir-y-être)” como nos dice Lacan.

La “Niebla”, tal como la he presentado en mi testimonio de pase, aparece como lo que otorga un punto de ruptura a ese trabajo de simbiosis que el pensamiento y los actos producen en “lo mental” del ser humano. El oxímoron de la Niebla es un punto de llegada pues siempre fue el punto de partida, pero no es en si mismo nada hasta el momento en que se produce la separación de ese real.

Solo eso, ningún saber, ningún real pues no se trata de permanecer en la Niebla, sino simplemente de estar ahí, separado de ella, esa es la posición analítica. En términos freudianos no es otra cosa que la atención flotante.

Niebla de escucha de palabras separado de esa escucha.

“No saben que les traemos la peste” le dice Freud a Jung, cuando el 27 de agosto de 1909 llegan a New York invitados por la Clarck University frente a la estatua de la libertad.

Ellos no lo saben, pero nosotros si tenemos que saberlo.

Entre la religión y la peste, el psicoanálisis puede ofrecerse para aquellos a quienes la religión no sirve como respuesta.

Medellín, 2017. Colombia.

 
 
 

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