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Lo que pasa entre generaciones.

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    Conferencias y textos
  • 30 mar 2019
  • 7 Min. de lectura

Actualizado: 27 abr

IMPREVISTO

Ecos de Roma

MEDELLÍN SEPTIEMBRE 2021

Voy a comenzar contándoles un chiste surgido en la postguerra española.

Está un sacerdote dando una clase de catecismo a unos niños e intenta explicarles el concepto de Fe, se ve que con poca fortuna, por lo que decide recurrir a un ejemplo y les dice:

                                            si yo os digo que detrás de esa puerta cerrada hay un bote de melocotones y vosotros lo creéis, pues entonces eso es Fe. A ver Pedrito dime tú ahora ¿qué es fe? Y Pedrito responde sin dudar: melocotones en bote.

He traído este ejemplo porque me parece que muestra muy bien algo que de alguna manera todos los buenos profesores de niños saben o han constatado con desesperación y es la facilidad que tienen para quedarse con aquella parte del discurso proferido más irrelevante, como dicen muchas veces.

La cuestión es que no es lo irrelevante o lo anecdótico lo que el niño recoge de lo que se le dice. El ejemplo muestra bien que, detrás de la literalidad, lo que el niño ha captado es el goce del sacerdote:

                                          La gula de un cura en una postguerra plagada de hambruna.

Esto es lo que se transmite cuando hablamos de educación, la parcialidad de un goce tramitado por la palabra, o para ser más precisos, por el discurso de aquel que enseña, por lo tanto, se trata siempre de un encuentro nada más que posible y que produce algo del orden de lo inesperado (melocotones en bote).

En el reverso de este chiste podemos situar como ejemplo, un hecho cada vez más frecuente de nuestra modernidad y es el de aquellas mujeres, con parejas estables, que deciden ser madres, pero con la condición de que el hijo concebido lo sea de un donante anónimo, es decir, que su pareja con la que conviven y quieren seguir haciéndolo, no sea el padre de ese hijo, hecho que magistralmente recrea el bodrio Americano de “Virgin River”.

Además de otras consideraciones que podrían hacerse y desde luego todas ellas interesantes, me interesa destacar con este ejemplo, el intento de evitar lo inesperado del encuentro. Los melocotones en bote, podríamos decir.

Dos formas de transmisión, por lo tanto, bien diferentes que nos remiten a generaciones bien distintas también.

Este intento de evitación de lo inesperado, de lo imprevisto, lo encontramos ahora ciertamente generalizado en muchos ámbitos de la vida de las nuevas generaciones: se prefiere el escrito a la palabra, el Whatsapp al llamado, lo virtual al encuentro presencial…

Lo que hoy podemos apreciar en la relación del sujeto con el Otro, es un intento de evitación, evitación de lo simbólico podríamos decir, promoviendo la fijeza de la imagen. Una imagen que se extiende, ya no solo en películas, sino en series interminables.

Los sujetos tratan de recrear un Otro a su imagen y semejanza, fijo, que pasa también por la imagen, en un intento, vano desde luego, pero no sin consecuencias, de evitar lo inesperado, el encuentro, la tiché, lo que vuelve cada vez más difícil el lazo social o si se quiere promueve lazos sociales más atomizados.

Esta promoción de la imagen fija, congelada, filtrada, sitúa a los sujetos cada vez más del lado del narcisismo, del yo, la imagen narcisista, yo ideal (i(a)) que funciona como imagen del cuerpo separada del Otro de la palabra. Yo ideal que va desplazando cada vez más el Ideal del yo (IA), produciendo una identificación sin mediación, como podemos constatar no solo en las redes sociales sino también en el aumento de la demanda de operaciones estéticas para parecerse más a la propia imagen ofrecida por los filtros de internet o para parecerse a famosos, no necesariamente de carne y hueso: personajes de cuentos, muñecos…

Retomando el ejemplo del cura, nos encontramos con una paradoja:

                     allí donde parecía encontrarse un sujeto pegado a la literalidad del discurso, de lo proferido (melocotones en bote) vemos que, en realidad, se trata de algo muy diferente pues lo que se lee es el goce del que lo profiere, mientras que, en nuestro discurso contemporáneo, donde parece que todo es posible, incluso convertirse en Kent, el novio de la Barby, de lo que se trata justamente es de la literalidad de la imagen.

Nos encontramos entonces con un cambio de paradigma que rubrica un cambio generacional sin precedentes:

                   se trata de hacer del Otro simbólico, del Otro de la palabra, que como tal está del lado de lo inesperado del lenguaje inconsciente, un otro imaginario fijo. Otro imaginario tomado por lo que revela como imagen, más que lo que revela como discurso, con efectos sobre el inconsciente mismo.

Nos enfrentamos a una fractura entre el discurso proferido y lo que en realidad sucede que, contrariamente a lo que pueda parecer, nos remite a una dificultad creciente de afrontar la diferencia, lo que no es esperable, lo que uno no quiere. Pareciera, como digo, por el discurso proferido que hay una mayor aceptación de la diferencia, pero cada vez la respuesta a lo diferente es más virulenta.

Un ejemplo claro de lo que estoy diciendo es el discurso sobre lo femenino. Aparentemente nos encontramos con un discurso que reivindica la igualdad y la promoción de las mujeres en todos los ámbitos, pero lo que ocurre (y nadie parece sorprenderse) es que cada vez las agresiones contra ellas son más virulentas o más violentas para ser más claros, pues se ha desmontado el aparato simbólico que puede permitir de alguna manera el abordaje de la diferencia y la tramitación de esa dificultad desde la complejidad de un discurso que tenga en consideración el real que entraña, es decir que permita una cierta articulación entre goce y pensamiento, una irrupción más articulada, con mayor complicación.

Lo mismo ocurre con la posición sexual, se prima lo imaginario, el cuerpo, más que la línea del pensamiento.

Se habla de que el psicoanálisis está obsoleto y lo que se promueve es una psicología centrada en fórmulas rígidas de actuación sobre el deber ser y lo políticamente correcto, tan infantilizantes que realmente sorprende que puedan tener tanto éxito.

Podríamos resumirlo diciendo que hay una menor transgresión a lo que se dice, un pensamiento más uniformado, una mayor pobreza que propicia el pasaje al acto al faltarle al sujeto recursos simbólicos con los que poder enfrentar las complejidades de la vida.

Durante bastante tiempo llevo preguntándome a qué puede ser debido el aumento de casos de psicosis que se puede apreciar en nuestras consultas desde luego, pero también en lo social ¿cómo podemos pensarlo?

Siguiendo esta línea de argumentación, que puede remitirse a lo puramente observable, vemos como del lado de la neurosis aparece una cosa muy obsesiva (que se constata también en la clínica), una rigidez imaginaria del sujeto, poco amable a lo que no es equivalente, una mayor prevalencia de lo imaginario que de lo simbólico. Simbólico que aparece cada vez más anulado en su vertiente de lo inesperado, vertiente que sabemos es lo que propicia una ética, la del psicoanálisis, una ética del equívoco, del malentendido, eso que no marcha como siendo lo que nos orienta, quedando el inconsciente del lado de lo desestructurado, cada vez más por fuera de lo que tiene que ver con la creatividad, por fuera de lo productivo.

En la psicosis, por el contrario, nos encontramos que, por estructura, ésta es más transgresora, no porque los individuos psicóticos sean mejores, no digo eso sino que, por la falta de límites que propicia la estructura psicótica, resulta más transgresora, con mayor posibilidad de delirar, de pensar, de lo imprevisto del significante y acaba mostrándose como el reducto de lo que la neurosis ha cedido:

                                            una irrupción más articulada entre goce y pensamiento, con mayor complicación, en aras de ese algo más directo, de esa identificación sin mediación que desemboca en la pérdida de una erótica (ahora no hay el tiempo necesario, me decía recientemente una paciente). Todo es directo y rápido, siguiendo el modelo masculino en sus rasgos más perversos, donde lo complejo de las condiciones eróticas se desvanece y lo que aparece es una demudada genitalidad de tintes más bien primarios.

La cuestión que se nos plantea entonces, es la puesta al día de la teoría y la práctica del psicoanálisis para dar respuesta a los impasses con los que nos encontramos para mantener vivo el psicoanálisis, sin por ello caer en la trampa de la cientificidad o de la moda.

El psicoanálisis no es una ciencia, como tampoco otras muchas disciplinas, como el derecho por ejemplo, que no obstante rigen y ordenan nuestras vidas.

No es adaptándonos a los aires de nuestro tiempo como vamos a conseguir hacerlo pervivir, realmente no creo que fuese eso lo que nos indicaba Lacan cuando decía aquello de:

                                       Mejor, pues, que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época, sino recuperando algo del espíritu subversivo que los discursos de Sigmud Freud y Jacques Lacan tuvieron en la subjetividad de las épocas en las que los desplegaron.

Freud claramente proscrito por la clase médica y Lacan finalmente vilipendiado por los jóvenes del 68 a los que no les decía lo que ellos querían oír a pesar de todos sus requerimientos y no, seguramente, porque no simpatizara con el movimiento, sino porque esa no era su labor como psicoanalista. Su labor como psicoanalista era interpretar desde el psicoanálisis el momento que estaban viviendo para poder así adelantar sus consecuencias y eso era lo que hacía, adelantándonos que la perversión sería el rasgo de los tiempos venideros con la primacía de la imagen.

El psicoanálisis, dice Freud, suministra el hilo que conduce a la persona fuera del laberinto de su propio inconsciente.[1] Esta es la orientación por lo real, orientarse por el hecho de una otredad radical en relación al sexo.

Si el sujeto de la cultura no es más que el mismo sujeto del inconsciente, se trata justamente de sacar al sujeto de su inconsciente, no adherirlo a él, por lo tanto, de una ética más allá de las exigencias de la época, una ética de la diferencia nos dice CS[2]

Se trata entonces de hacer como Lacan, como él mismo nos indicó, más bien ir contracorriente, seguir siendo un síntoma, aquello que se pone en cruz, que obstaculiza el discurso que ordena el mundo que nos ha tocado vivir.

Estar a la altura significa por lo tanto, no reproducir sus prejuicios, sino interpretarlos. Convertir el psicoanálisis en el refugio de aquellos a los que no seduce el discurso de lo políticamente correcto, que buscan otras vías que las que les ofrece la represión generalizada en la que nos encontramos, que buscan cómo situarse de otra manera frente a lo segregativo que todo discurso produce.

Quizás no sean multitud, pero tampoco tenemos que pensar que eso solo nos interesa a nosotros, pero si no somos capaces de decirlo alto y claro nadie va a poder escucharnos y finalmente nadie sabrá lo que el psicoanálisis puede ofrecer realmente, conduciéndolo a la irrelevancia por la que corre el riesgo de deslizarse.

 

Camila Vidal

Vigo 15 de septiembre de 2021

 


[1] Entrevista realizada a Freud por George Sylvester Vierek en 1926

[2] Soler, C. Incidencias políticas del psicoanálsis/1. Ediciones psicoanálisis y sociedad pág. 137-159

 
 
 

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