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La Actualidad de la Represión

  • Foto del escritor: Conferencias y textos
    Conferencias y textos
  • 23 sept 2019
  • 8 Min. de lectura

Actualizado: 1 mar

Camila Vidal

Corría el año 2001 cuando presenciamos, con consternación, como los fundamentalistas talibanes dinamitaban las colosales estatuas del siglo V, los Budas de Bamiyán en Afganistán, después de haber sobrevivido casi intactas durante 1.500 años. Una ola de indignación recorrió nuestras sociedades occidentales, reafirmándonos en la idea de nuestra superioridad ética y cultural.

Veinte años más tarde somos nosotros, occidentales, cultos y refinados, quienes recorremos las plazas de las ciudades derribando y pintarrajeando estatuas.

Al mismo tiempo, y en consonancia con lo anterior, otra noticia me llena de estupor:

la plataforma HBO retira de su catálogo “Lo que el viento se llevó” por incluir, al parecer, una visión idealizada de la esclavitud.

Conviene recordar que, cuando la película se estrenó en España, fue también proscrita por el franquismo que la calificó de “gravemente peligrosa”. Los motivos eran distintos claro, puesto que lo que se reprobaba era el comportamiento pecaminoso y contrario a la moral de la protagonista. Escarlata O´Hara nos era descrita como una mujer de carácter, astuta y luchadora, nada acorde con los estándares femeninos de la época sino más bien adelantada a su tiempo, empoderada -sería un adjetivo de nuestra estulta modernidad- como podría calificarla pero, parece ser que también era una esclavista cruel y por ello debe ser proscrita según han decidido los nuevos inquisidores. Junto con ésta, están también proscritas una larga serie de otras películas a causa de la “moralidad” en cuestión de sus creadores.

Podrían multiplicarse los ejemplos de cómo lo políticamente correcto ha pasado a convertirse en la forma de la represión propia de nuestra época, de cualquier normalidad, ya sea la pasada o ésta a la que estamos rápidamente acostumbrándonos, convirtiéndose, la represión, no en productora de síntomas como había sido el caso hasta hace bien poco, sino en el síntoma por excelencia de nuestra modernidad.

Lo incómodo, lo que nos recuerda nuestra propia barbarie, lo que trae de primera mano lo imposible presente en toda sublimación cultural, en definitiva, el malestar en la cultura como nos decía Freud, lejos de ser usado para sentar las bases de un pensamiento crítico que permita “hacer con ello” simplemente se elimina, se destruye, se borra, en definitiva se reprime.

Es verdad que esto ha aparecido siempre, en todos los tiempos. Pero lo nuevo en nuestra época actual es la generalización del fenómeno sumado al hecho de atribuir el calificativo de reaccionario a todo aquel que ose ponerlo en cuestión.

¿Tiene esto alguna relación con el hecho de que lo sexual haya dejado de ser lo reprimido por excelencia?

¿O cómo podríamos pensar esta relación?

Si en la época victoriana era la moral protestante represora de toda sexualidad genital, hoy es la modernidad capitalista del siglo XXI, capaz de aceptar todas las formas de genitalidad; todos los goces están permitidos. Nada que objetar podríamos pensar, salvo que no es lo mismo la sexualidad desnuda de la genitalidad, promovida hasta la saciedad por todos los mas media, que el ropaje de la sensualidad que la envuelve.

La represión sexual de la época victoriana, en definitiva, lo que producía era una complejización de las relaciones amorosas, de la erótica. La represión, caída sobre el sexo, obligaba a ciertos circunloquios, a rodeos importantes donde el juego de la seducción debía desplegarse, elaborarse, para tratar de alcanzar su finalidad. Hoy todo esto está caduco, no existe el tiempo necesario para el despliegue de una erótica, todo es directo y rápido, siguiendo el modelo masculino en sus rasgos mas perversos; no lo olvidemos, donde la complejidad de las condiciones eróticas se desvanecen como el clima en nuestra época aparece una demudada genitalidad de tintes primarios que parece avanzar sin cortapisas.

La caída de la norma fálica y el declive del padre, han traído a primer plano esa lista interminable de LGTBIQ de una reivindicación de elección sexual en la que muchos de sus postulados, como igualmente los de la promoción de la “igualdad de género”, apuntan a una gran simplicidad, y obedecen a una forma defensiva de situarse frente al horror de lo radicalmente distinto, del sexo Otro, de la elección forzosa.

Esta normalización de la proliferación de sexos, tantos como se puedan nombrar, no redunda en absoluto en una mejor posibilidad de elección para los sujetos, sino que nos acerca otra forma de segregación de lo femenino como intento de desterrar aquello que no puede ser normatizado, siempre discordante, que obliga a una permanente pregunta sobre el espacio vacío al que nos confronta y que lejos de propiciar un espacio seguro para las mujeres lo que nos trae es una profunda degradación del lugar de la mujer, cuyo ejemplo paradigmático son las llamadas manadas de jóvenes, y no tan jóvenes, abordando adolescentes para violarlas.

Lo que le pasa al cuerpo y lo que pienso son cosas totalmente diferentes. Hay como un abismo.

Con esta frase, resume una analizante su división subjetiva luego de un largo tiempo de análisis.

De ahí el sufrimiento, añade. Mi cuerpo, mi palabra y lo que pienso va cada uno por su lado.

Esto puede decirlo una mujer que, según sus propias palabras, no podía entender porqué podía tener relaciones sexuales por internet pero era incapaz de tenerlas ante la presencia de un partenaire en la realidad; el pensamiento inundaba la escena y no permitía al cuerpo una respuesta “adecuada”.

Más allá de la estructura clínica a la que remitamos el caso, para la ocasión una neurosis obsesiva, lo que pone de manifiesto es la dificultad que la presencia real del cuerpo introduce en el establecimiento de cualquier lazo. Es por eso que para muchos psicóticos el recurso a las redes sociales ha abierto una ventana al mundo y una posibilidad de establecimiento de algún tipo de vínculo que de otra manera les estaría vedado. Nada que objetar, todo lo contrario.

Pero en el reverso de las estructuras neuróticas lo que observamos es, como ya hemos dicho, una desintegración de una sensualidad compleja, un deconstructivismo de las viejas lógicas eróticas de las que nos hablaba S. Freud, desnudando una sencilla y devastadora genitalidad.

Ya no hay deseo a la mujer del prójimo en la medida que el prójimo actual está en la descomposición de las estructuras clásicas de la familia y la atomización de los vínculos sociales. Como puede haber deseo de la mujer del prójimo si el tercero se reduce a la familia monoparental.

El orgasnometro de Woody Allen, de un profundo placer solitario ya está aquí, por tomar a otro de los autores a punto de convertirse en proscrito.

El cuerpo representa siempre una dificultad para el ser hablante y nuestra cultura actual parece revelarlo con toda su crudeza; su imagen, su peso, sus necesidades, sus semblantes, en definitiva el goce indecible que transporta, es siempre causa de incomodidad, de molestia para uno mismo pero muy especialmente en la relación con el otro.

Esto siempre es así y es en este sentido como entiendo que algunos de nuestros analizantes puedan decirnos -durante las entrevistas telefónicas o virtuales tan corrientes en este tiempo del Covid que nos ha tocado vivir- que es gracias a que no están en nuestra presencia en la consulta que han podido decirnos tal o cual cosa y que incluso se resistan a retomar sus sesiones presenciales.

Podríamos pensarlo de una manera coloquial puesto que esto ya está en el lenguaje, no es necesario ser psicoanalista para constatarlo, remitiéndonos a ese dicho tan común de dar la cara. Me dejó por whatsApp, dicen ahora, añadiendo al hecho del abandono la deshonra de la cobardía de alguien incapaz de poner la cara, de poder venir a decirlo en persona, como un desprecio más.

Pero no es una cuestión menor la prevalencia de lo escrito, en las comunicaciones telefónicas actuales, sobre la llamada de voz que ha pasado a ser de mal gusto e irrespetuosa, y que refleja como precisamente las antiguas condiciones eróticas y la sensualidad que las envolvía se disuelve en nuestra postmodernidad.

Esto ya se hacía antes por supuesto, no es nuevo y como no había whatsApp se hacía por carta, que requería, no obstante, una cierta elaboración, pero la idea era la misma, quedarse en reserva, resguardarse del acto del decir.

Y es que efectivamente dar la cara no es fácil, introduce una dificultad para el que quiere decir algo, introduce el cuerpo allí donde uno quisiera poner solo palabras.

Y eso es de lo que se trata justamente en el análisis, hacerle sentir al analizante que no son sólo palabras, que su cuerpo está allí comprometido.

Este compromiso es cada vez más esquivo, la cultura marcha rumbo no solo a una mayor debilidad mental por la represión generalizada a la que hacíamos referencia, sino además a una gran dificultad en relación a poner el cuerpo.

Por ello no se trata solo de la presencia del analizante en el dispositivo.

El analista paga con su cuerpo nos decía Lacan en La dirección de la cura, siguiendo el dicho freudiano:

nadie puede ser ajusticiado in absentia o in Effigie.

El dispositivo freudiano no está de moda, requiere de un esfuerzo y de una valentía moral que no propicia en absoluto esta idea capitalista de que todo es posible y lo que no, lo que insiste como dificultad, puede ser simplemente eliminado en nombre de altos ideales culturales y de una singular idea del progreso; como las estatuas de los dictadores, las películas que hablan de la esclavitud o aquellas otras concebidas por creadores de dudosa moralidad.

Si pensamos la transferencia, como nos señala Lacan, como la puesta en acto de la realidad sexual del inconsciente, hemos de deducir que esto implica la presencia efectiva del analista en la sesión. Es a través de esta presencia, en el aquí y ahora del encuentro analítico, como lo pulsional toma cuerpo demostrando al analizante que no se trata sólo de palabras.

¿De qué otra forma sino podría este hecho transmitirse?

Así como en la sexualidad humana no se trata del orgasmo final, fácilmente accesible en la más absoluta soledad como nos mostraba Woody Allen con su máquina, sino del lazo imposible de una relación que no existe y que, por ese mismo hecho, no deja de producir, en cada uno de nosotros y en lo cultural mismo, todo tipo de complejizaciones que hacen a lo propiamente humano; en el análisis no se trata de lo que uno dice, de las verdades o mentiras que confiesa, de ningún conocimiento sobre uno mismo al cual se accede, sino del lazo transferencial que permite una forma de acceso a eso pulsional silencioso, en donde lo que está comprometido es el goce imposible del cuerpo hablante.

La cuestión que se nos plantea, a nosotros analistas, es la puesta al día de la teoría y la práctica del psicoanálisis para dar respuesta a los impases con los que nos encontramos para mantener vivo el psicoanálisis sin por ello caer en la trampa de la cientificidad o de la moda.

El psicoanálisis no es una ciencia, como tampoco otras muchas disciplinas, como el derecho por ejemplo, que no obstante rigen y ordenan nuestras vidas.

No es adaptándonos a los aires de nuestro tiempo como vamos a conseguir hacerlo pervivir, realmente no creo que fuese eso lo que nos indicaba Lacan cuando decía aquello de:

Mejor, pues, que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época, sino recuperando algo del espíritu subversivo que los discursos de Sigmud Freud y Jacques Lacan tuvieron en la subjetividad de las épocas en las que los desplegaron.

Freud claramente proscrito por la clase médica y Lacan finalmente vilipendiado por los jóvenes de 68 a los que no les decía lo que ellos querían oír a pesar de todos sus requerimientos y no porque no simpatizara con el movimiento sino porque esa no era su labor como psicoanalista.

Su labor como psicoanalista era interpretar desde el psicoanálisis el momento que estaba viviendo para poder así adelantar sus consecuencias y eso era lo que hacía adelantándonos que la perversión sería el rasgo de los tiempos venideros con la primacía de la imagen.

Se trata entonces de hacer como Lacan, como él mismo nos indicó, más bien ir a contracorriente, convertir el psicoanálisis en el refugio de aquellos a los que no seduce el discurso de lo políticamente correcto, que buscan otras vías que las que les ofrece la represión generalizada de la que hablamos, que buscan cómo situarse de otra manera frente a lo segregativo que todo discurso produce. Quizás no sean multitud, pero tampoco tenemos que pensar que eso solo nos interesa a nosotros, pero si no somos capaces de decirlo alto y claro nadie va a poder escucharnos y finalmente nadie sabrá lo que el psicoanálisis puede ofrecer realmente.

La fascinación por la imagen fenecerá, el padre retornará pero no para implementar una nueva erótica sino para reforzar la represión que ya constatamos en nuestro tiempo. Salir de la estupidez y debilidad mental de nuestra época no es sencillo, tal vez sea una tarea titánica, imposible, pero vale la pena intentarlo; cualquier otro sesgo llevará al psicoanálisis a la irrelevancia por el que ya camina.

 
 
 

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