Etica y síntoma
- Conferencias y textos
- 3 jul 2023
- 4 Min. de lectura
III Convención Europea
Madrid 2023
Camila Vidal
“…Más que un concepto físico, la singularidad es un reconocimiento de nuestra completa ignorancia”.
Sahen, H.
El descubrimiento del universo.
Poder comenzar a comprender que el análisis no inventa nada, se plantea como la condición necesaria para empezar a vislumbrar que de lo que se trata es de hacer con lo que hay.
Y ¿qué es lo que hay?
Lo que hay es el síntoma en la superficie del anudamiento borromeo y más allá el sínthôme, como intento de anudamiento entre el lenguaje, la marca y el cuerpo. Tres registros disjuntos, que nunca terminan de anudarse completamente porque algo ha quedado fuera, la satisfacción mítica perdida de la que nos habla Freud, un goce directo que no pasaría por la palabra -un instinto, en definitiva- y cuya consecuencia, además del malestar en la cultura, es la pérdida del sentido, la pérdida de la noción de causalidad puesto que antes de ese anudamiento no hay nada (represión originaria nos decía Freud), el parlêtre es el producto de ese anudamiento que “forcluye” y deja inasible lo instintual. Anudamiento que deja un real inaccesible.
Sabemos que un análisis es necesario, pero no suficiente, para producir un analista. Lo sabemos, pero por ello mismo es necesario poder cernir algo también de eso que un análisis no produce, pero que ha de engarzarse con esa producción que el análisis hace posible. Sin duda se trata de una posición ética ligada a la cuestión de cómo responde el sujeto a ese real que lo ha constituido.
Se trata, por lo tanto, de la particular relación que cada uno pueda establecer con ese goce, relación imposible, por otra parte y lo verdaderamente productivo es la forma en cómo puede abordarse esa “no relación” de cada uno con ese goce cercenado.
El intento de reducción de ese imposible, de aliviar al sujeto de esa carga “agrava el malestar y enriquece los mercados…”[1], quedando el sujeto sin punto de amarre, debilitado y perdido en la búsqueda de su propia identidad.
Posición ética, por lo tanto, ligada a la cuestión de cómo responde el sujeto a ese real que lo ha constituido. Este real le viene dado, no todo síntoma permite cualquier posición y ha de hacer con eso.
Ética de lo singular que, al contrario de la ética de lo particular, ligada al significante, no es pluralizable puesto que, convertida al silencio, no es transmisible.
Encontramos aquí un punto de divergencia preciso con la pendiente actual de la reivindicación del modo de gozar. Ese modo o esos modos de gozar particulares no hablan de la singularidad del sujeto, esos modos particulares se pluralizan, cosa que podemos comprobar (neurosis, psicosis… heterosexual, gay, lesbiana…) puesto que remiten, la mayoría de las veces, a la elección de objeto, quizás también a ciertas elecciones de goce, siempre ligadas de una u otra manera a alguna contingencia significante (recordemos el caso del brillo en la nariz de Freud) mientras que eso singular encontrado al final de la experiencia de un análisis no remite a ninguna elección del sujeto sino a la forma en cómo éste fue constituido.
Reconocerse allí, en ese goce cercenado, nos dice Colette Soler, designa la posición ética del sujeto; posición que no puede deducirse de ningún avatar de la historia… y es en consecuencia incalculable[2].
Insondable decisión del ser, nos dice Lacan, que convierte un encuentro particular y contingente de un cuerpo con el goce, en un síntoma singular, detrás del cual el sujeto así producido, no podrá dejar de correr hasta tanto no pueda “entender” que es el síntoma el que lo conduce a él, siendo de su responsabilidad el uso que ha hecho de ese síntoma.
Saber hacer con eso, por lo tanto, forzados a arreglárnoslas, a valernos de astucias, a bordear ese imposible.
Lugar donde ética y política confluyen. Esta ética de la singularidad, no es el ideal, no es lo bueno o lo malo, sino el terreno político de lo posible que toma en cuenta al síntoma y la marca de goce que lo acompaña y que permite al sujeto liberarse de toda exigencia de lo imposible. Es allí donde el super-yo se vacía de su demanda sádica.
La ética del psicoanálisis consiste en conducir al sujeto hasta ahí, hasta su propia singularidad, “rozarla con los dedos” podríamos decir, pues siempre es desvaneciente y que podríamos definir, esta singularidad, perfectamente de la misma forma en como lo hace la física:
“… el punto del universo donde las ecuaciones de la física dejan de funcionar y no siguen las normas establecidas”.
Así, la ética del psicoanálisis a través del “bien decir” y la búsqueda de “la diferencia absoluta”, planteada necesariamente como universal en relación con el discurso que la promueve (el discurso analítico), se engarza a lo singular del uno por uno, ahí donde solo queda la marca de la constitución del sujeto que ningún saber vendrá nunca a recubrir.
El análisis opera sobre el fantasma, pero nada puede hacer con la marca dejada por esa constitución. Ética convertida al silencio, puesto que el sinthôme no habla, es una escritura en donde la letra resta siempre igual a sí misma.
Me surge entonces una pregunta.
Lacan, nos previno, sobre la posibilidad de ofrecer el análisis a los canallas:
¿Quiere esto decir que el análisis no puede nada en relación con la ética del sujeto?
¿Es posible una nueva elección a este respecto?
¿Hay síntomas más proclives que otros para alojar el deseo del analista?
El análisis conduce al analizante a ese punto donde la teoría se destruye a sí misma nos dicen los físicos de nuevo, punto de responsabilidad absoluta en donde el goce ha de ser tomado a su cargo, ningún discurso vendrá a ordenarlo y por lo tanto pone un límite a las posibilidades del acto analítico. Es decir, introduce la castración en el corazón mismo del acto.
El deseo del analista, como deseo de producir “la diferencia absoluta” apunta siempre a ese incalculable que supone lo singular de cada parlêtre. Límite entonces para el psicoanálisis mismo.
[1] Genma Sanz Botey. Trabajo presentado en la Jornada de los colegios clínicos celebrada en Tarragona en junio de 2023
[2] Colette soler “Incidencia políticas del psicoanálisis”. Ediciones S&P Tomo 1. Pág. 230
Comments