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Pase y Escuela.

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    Conferencias y textos
  • 7 abr 2019
  • 22 Min. de lectura

Actualizado: 22 feb

Hugo Monteverde

Corpus institucional versus Corpus psicoanalítico


I

Nuestro documento de trabajo nos ejemplifica, clínicamente, algunas premisas desde donde sostenemos el desarrollo de esta ponencia.

No citaremos a Jacques-Alain Miller, sino simplemente subrayaremos un comentario que efectuó sobre un cartel de presentación de otras jornadas donde irrumpía el retrato de un cuerpo desnudo de mujer; seguramente mucho de Uds. lo recordarán, decía aproximadamente:

"...Tanto hablamos de sexualidad, de todas esas cosas del sexo, que lo mejor sería evitar este tipo de imágenes."

Por ello, las ilustraciones del documento de trabajo, creo que muestran de una manera ejemplar la masa inercial de toda institución.

Lo institucional dentro de lo particular de cada país, región o grupo presenta esta densidad cuasi inmodificable, masa inerte sintomática incurable, no maleable, en los términos en que normalmente se piensa la cura psicoanalítica de los sujetos.

II

No hay nada semejante a la destitución subjetiva, al cambio del sujeto frente a su goce pulsional, cuando nos ocupamos de los fenómenos de la masa. Muy por el contrario, esta última presenta una resistencia de inercia al cambio, una constancia en sus rictus, modos y modulaciones de su operar.

III

Frente a la metonímia sintomática del sujeto en trasferencia, su posible labilidad pulsional en la dirección de la cura y su cambio de posición subjetiva en relación al objeto "a" al final del análisis -Corpus psicoanalítico- oponemos la fijeza estructural de todo agrupamiento social -Corpus institucional.

Si algo se torna evidente con la experiencia de la práctica analítica, es que a nivel colectivo, del agrupamiento de analistas, no existe ningún dispositivo que produzca modificaciones radicales en el funcionamiento social, sino más bien podría afirmarse lo opuesto, que ciertos hábitos se refuerzan. Cuestión que creemos haber mostrado de manera ejemplar en nuestro ejemplo clínico.

IV

El Versus, presente en nuestro título en medio de ambos campos, más que señalando una oposición debemos pensarlo como un punto de inflexión entre ambos conjuntos o Corpus. Punto de capitón sobre el que debemos reflexionar en relación a nuestra Causa, "La Causa Psicoanalítica".

Es decir ¿como articular la movilidad posible, aunque no segura, de lo particular de cualquier sujeto analizado en relación a la fijeza cristalizada de lo instituido institucionalmente?

V

Es esta pregunta lo que nos a dirigido a pensar la estructura del "Pase", como en el mismo punto de ectópia que el Versus de nuestro título señala. Exterioridad que se auna con el concepto de sublimación, es decir:

Pensar la nominación de Analista de Escuela, no sólo como una verificación del final de una cura, sino además como el lugar donde se localiza un producto sublimatorio.

El Versus es el despliegue sublimado del sujeto al final de su análisis y que en un après-coup posterior a la nominación debiera ponerse en función.

VI

Es de este lugar precisamente donde ubicamos nuestra Dimensión pública del Pase. Lugar que todo pasante nominado debiera poner en juego al servicio de La Causa analítica.

Posición ética inexcusable más allá del natural trabajo de pasadores y carteles del Pase en la autorización de alguien que garantiza de manera solida su hacer clínico como analista.

VII

No se trata de una idealización del final análisis, sino más bien de una exigencia, cuando el término de una cura se articula a la posición del analista. Después de todo, el buen decir, es la premisa que necesariamente debe estar presente más allá de la destitución subjetiva o el atravesamiento de fantasma como condición sine cuanum para todo psicoanalista que se precie de tal.

Si no es posible transformar la rigidez de los hábitos sociales de cualquier comunidad, entonces porque no pretender abrir espacios de escucha ante lo diferente del uno por uno del final de los análisis.

VIII

El Versus de nuestro título no es por tanto una oposición entre un Corpus institucional y un Corpus psicoanalítico sino más bien el clivaje, la hiancia, Spaltung, de nuestra práctica por donde una nominación -la de Analista de Escuela- debe ser puesta al trabajo en una experiencia de trasmisión sublimatoria del discurso analítico.

En otras palabras, nuestro Versus, no es más que la apertura de una rajadura que entre lo particular del uno a uno de los casos, Campo psicoanalítico y lo general en la teoría desplegada en un discurso, Campo institucional, abre ese espacio para la escucha. Escucha, por otro lado, tan dificultosa en nuestra comunidad de analistas.

IX

¿Pero que espacio de escucha es factible de abrir y de que funcione en una Escuela de Psicoanálisis?

¿Como pensar al Pase como tal espacio?

¿Tal cuestión sería factible?

Serie de preguntas que el tema de estas Jornadas pueden ilustrar. Al fragmentamiento corporal del "Estadio del Espejo", punto de anclaje del comienzo de la humanización de cualquier sujeto, su lugar unificado, su adjetivación obsesiva de dominio de la fragmentación no responde a otra cosa que al fenómeno sublimatorio de una escucha. Pues más allá de la maduración del neuroeje central su bipedestación se anticipa en una identificación formal al otro en tanto se lo solicita desde la algarabía del esplendor imaginario maternal.

Así, es entonces, como se visualiza los efectos pacificantes, anticipadores del orden corporal en la inflexión mental por la escucha realizada por ese otro que lo toma por el bípedo, cuando todavía no lo es, desde ese jubilo materno y que no entraña otra cosa que la escucha de un futuro próximo por venir. Escucha après-coup que redobla la estructura anticipatoria desde el otro, por un lado en tanto cuerpo unificado y por otro en tanto oráculo que le anticipa su porvenir humano de bípedo implume.

Pero no vayamos tan lejos, reflexionemos simplemente, como ya lo hemos efectuado en Bilbao, sobre las relaciones innegables de la escucha como conformadora de la estructura sublimatoria humana, de su saber y su erótica corporal.

Afirmábamos allí, que no hay sublimación que no entrañe una escucha.

X

Es en ese espacio primordial de escucha articulante de la estructura sublimatoria donde debemos insertar al Pase en tanto tal; no como un Corpus, un campo o un territorio, sino más bien como un cuerpo extraño dentro de una Spaltung, como una ectópia, desde donde se establece una articulación entre dos campos a saber:

El del individuo analizado haciendo lazo social en lo institucional, es decir, de como el fin de análisis hace lazo social en el único territorio posible, la corporalidad de un producto sublimatorio de la escucha. Deseo inédito de escucha, en la historia de los hombres, hasta la invención del psicoanálisis.

Es desde allí que el Pase se eleva como un lugar de trasmisión de una escucha, lugar efectivo de clivaje entre lo individual del análisis y su articulación en lo social.

XI

Un psicoanálisis llevado a su término es el conjunto de una serie sublimada que ha podido establecer una nueva cadena sintomática, unos originales posicionamientos del analizante en relación a su destitución subjetiva y un renovado orden en relación al cercamiento de su goce. Todo ello dentro de las posibilidades de cada ecuación personal, como nos lo indicara Serge Cottet en el último Encuentro Internacional de París, l994. Hay, por tanto, en el fin del análisis, un sujeto preciso de la sublimación.

XII

Este sujeto debe articularse en el Versus del Pase utilizando los propios espacios inerciales de lo institucional. Por ello atentar contra ellos, ejercer provocaciones para hacer desaparecer instancias y herramientas de la Escuela no es más que una tarea de canallas.

Preservar las instancias formales de trabajo para permitir la instalación del Versus, espacio de escucha de los trabajos de Pase, es un deber ético de primer orden.

XIII

La Escuela debe proteger los espacios donde puedan desplegarse las discriminaciones de una escucha.

Discriminar las diferentes articulaciones de los procesos en el orden de lo creacional es un lugar esencial en una política de Pase.

Para decirlo de una manera clara:

¿Que estatuto sublimatorio es el más conveniente para resguardar los fines del discurso psicoanalítico y la función de analista?

El psicoanálisis, por tanto, es un tratamiento que implica la producción sublimatoria como principio de la cura –por ello es una terapia no apta para todos- pero, si esta es posible y el sujeto es apto para una psicoterapia psicoanalítica, ésta comportará una variedad infinita en la particularidad de los casos.

¿Cómo establecer, entonces, un marco que nos permita conceptualizar modelos sublimatorios en los fines de análisis?

¿Como preservar espacios donde en grupos y secciones de la Escuela esto pueda desplegarse?

Son creo, preguntas que merecen respuestas urgentes, hoy por hoy.

¿Es decir, si dentro de lo particular de lo universal de una Escuela dada es factible ubicar lo específico del uno a uno del psicoanálisis como un valor de ella?

Sin duda, hay algo en ella que se resiste.

La ejemplificación clínica que hemos expuesto nos lo confirma.

¿Pero resiste ante el sujeto psicoanalista o su discurso?

¿Es, en definitiva el psicoanalista, un valor en sí? ¿O es preciso discriminarlo del propio discurso analítico?

Pero aún discriminando al sujeto del final de análisis del discurso psicoanalítico, éste, ¿qué valor posee para el propio psicoanálisis como obra sublimatoria de nuestra cultura tecno-capitalista?

Este sujeto llamado psicoanalista ya ha sido reconocido -fuera de las escuelas, grupos o asociaciones analíticas- en nuestra sociedad, sus productos analizantes también, la IPA es ejemplo de ello, pero a condición de degradar su discurso.

¿Algo de esto puede sernos ajeno por el simple hecho de llamarnos freudianos, lacanianos o ambas cosas?

¿O cómo interpretar la resistencia de la que hacíamos referencia al comienzo de este trabajo?

Al final del análisis hay una posición que es la de psicoanalista y como tal entraña una ética con un valor en la cultura.

¿No es acaso menos cierto, que el producto de esa posición ética, cierne a un sujeto que en cuanto a su estructura es equivalente al momento mismo de la entrada en análisis?

Las estructuras clínicas no varían con el análisis, el neurótico pernocta neurótico y el perverso continua en su perdido territorio. Con la ética otro tanto, el hijo de puta permanecerá cretino y el alma bella nunca alcanzará las cotas de la imbecibilidad del cínico, aunque su "...ley del corazón" lo arrastre al padecer y a una creativa ingenuidad.

En una palabra, la capacidad ética, esa ecuación personal de un sujeto que antes trajimos a colación, es la misma antes y después del despliegue de un psicoanálisis.

No hay que tener por tanto ninguna esperanza en posibles modificaciones éticas, por efecto del psicoanálisis, de los sujetos en el juego institucional.

Tampoco como crisol de capacidades creativas. Una terapia analítica modifica posiciones del sujeto pero no su riqueza constructiva. El psicoanálisis no interviene en la capacidad productiva, sólo puede organizarla al servicio del sujeto, en función del buen decir en detrimento de su sufrimiento gozante.

Un psicoanálisis llevado a buen puerto, le hace disfrutar del inconsciente en lugar de padecerlo, pero no altera en la base las complejidades de sus producciones.

Para crear, escribir o realizar cualquier empresa de valor, en el universo de la cultura, no es necesario realizar un psicoanálisis.

Tampoco es necesario el análisis para ser un hombre de bien. Este simplemente, en el decurso de una cura, sólo puede modificar las relaciones de goce a una producción ya establecida en germen. O ha una ética que ya se posee.

Entonces ¿podría afirmarse que lo que cuenta como valor sublimatorio no es el sujeto sino el discurso psicoanalítico al cual sirve?

¿O que la debilidad mental del sujeto es un incurable irremediable?

En definitiva, el psicoanálisis no está hecho para remediar la estupidez.

¿El psicoanálisis sólo tiene valor como discurso más allá del sujeto?

Sin embargo ante lo más estúpido, cualquier orden de cura por más elemental que ésta sea, supone lo sublimatorio.

Pues el psicoanálisis es en sí un valor de sublimación y por lo tanto es difícil trazar límites estrictos entre su teoría y su praxis. Lo mismo para con el sujeto en donde es dificultoso delinear las fronteras entre éste y el discurso que lo constituye.

Se trata de saber, entonces, qué tipo de conocimiento se pone en juego en lo llamado didáctico de un análisis. Qué divisoria de aguas se pueden trazar entre el sujeto, el psicoanálisis en tanto tal y la sublimación. Cómo las particularidades se juegan discriminándolas del anudamiento general que supone una conclusión. Y al mismo tiempo qué tipo de producto hallamos al final y cuál es la diferencia en relación al principio del tratamiento.

De los saberes particulares que pueden existir a la entrada de análisis, que no sólo pueden existir sino que es necesario que se registren para iniciar un psicoanálisis, qué conocimiento, qué tipo de sabiduría encontramos en el término de la cura.

Y de como articulamos esto para ponerlo en circulación, al servicio de una Escuela que se precie de tal.

Las variantes en las salidas de análisis son posibles ante la presencia de una verdad invariante en su construcción, o sea a un saber general de la condición humana.

No existen varios saberes para nuestra disciplina, sino uno, el saber psicoanalítico en la ética del buen decir de la miseria del ser, aunque a éste se arribe en la particularidad de un recorrido analítico.

Más aún, radicalizando los términos podríamos afirmar que el saber psicoanalítico es un conocimiento ético que muy bien puede estar presente al comienzo mismo de la entrada en análisis. Y por tanto el tratamiento psicoanalítico sólo desplegaría esa presencia en los términos de un automatón analítico, más allá de lo mental. Es decir un saber de una determinada manera de gozar producida por un deseo inédito de escucha.

En una palabra, regularía el goce del sujeto para que éste pudiera adecuarse a la función analítica de la escucha clínica y operativa de una cura. Establecimiento de un nuevo orden pulsional que en lugar de apuntar a la destrucción del cuerpo, es decir en lugar de su articulación mental propone un no pensar en el automatón del funcionamiento discursivo en la extimidad de una imago.

Sin esa posición de entrada ¿podría validarse una formación como creadora de un saber verdadero?

Mucho me temo, que hoy por hoy, todavía no hemos podido pensar el psicoanálisis en un sentido restrictivo. En la restricción de su discurso más allá de los sujetos en cuestión, de los personajes encargados de soportar la trasmisión del discurso psicoanalítico.

Pero creo que será una cuestión esencial para articular el Versus donde ubicamos al Pase.

De allí, para no llevar la política del Pase a la promiscuidad de un lugar para todos, de una autorización generalizada, ni revertirlo en la cara opuesta de unos elegidos que ya de entrada poseen la ética necesaria, la conformación adecuada que sólo habría que pulimentar en un análisis didáctico, es que se nos torna necesario una adecuada teoría de la sublimación.

Y de como articular esto, el hecho sublimatorio, a una Dimensión pública del Pase.

Es decir, de una teoría que nos permita pensar la producción psicoanalítica más allá de un determinado sujeto. En definitiva, como simple resultado de un funcionamiento general del agrupamiento imposible de analistas en una Escuela, y que por supuesto, en un momento puede su enunciado estallar desde un personaje particular.

Creemos que esta es la única política posible que preservaría los fines de la reconquista del Campo freudiano, es decir una estrategia de la intensión prevaleciendo sobre la extensión.

Una teoría de la sublimación, es por tanto necesaria pues es lo que irrumpe en prima fase, en el Pase como verdad de la producción analítica.

Lo que nos permite en definitiva mantener a distancia lo peor del padre, es decir su dedo mortífero provinciano, con la fuerza de la interpretación. Fuerza en definitiva de lo sublimatorio frente a la identificación fascista del ideal. La sublimación por tanto debiera ser una posición constante y necesaria para evitar que el ser caiga en lo peor de lo institucional.

Tal vez el único precario remedio que poseemos contra lo peor de nosotros mismos y de la sociedad que nos ha tocado vivir.

XIV

Pensar al sujeto sublimatorio conlleva emprender una dirección hermética que desde siempre ha producido un halo de interrogante en los hombres.

Pregunta sin respuesta que se extiende en nuestra propia teoría psicoanalítica.

Sabemos que el inconsciente adulto no tiene que ver exclusivamente con la sexualidad infantil. Lacan se encarga de subrayar muy bien el hecho que la infancia, sus teorías sexuales, no son equivalentes al inconsciente humano como tal. Este ofrece una complejidad mayor que las simples coordenadas infantiles.

XV

La sublimación, es decir el proceso creativo, sea cual sea su naturaleza, siempre ha despertado lo intrigante de la cuestión, la imposibilidad de asir el núcleo del fenómeno fundamental en toda su complejidad.

La sublimación no sólo entraña la identificación vital al vaciamiento sino la escucha de lo cercado por ésta, por lo adulto inconsciente.

Hablar de Pase por tanto, no sólo está implicando dar cuenta de los avatares de un psicoanálisis, de lo que ordena una lógica de la cura exclusivamente, sino también de los resortes más íntimos de un sujeto y de lo que permite la producción del fenómeno sublimatorio.

En síntesis, del entramado de la producción cuyo pilar fundamental se articula a una escucha que da cuenta de como lo sublimado es posible de parir en la sublimación.

Este halo interrogativo en la articulación de la sublimación, es una cuestión que aún no ha hallado una acertada explicación y tiene su contrapartida en la propia historia de la cultura humana.

XVI

Tras el encumbramiento del sujeto, como artista renombrado, como nobel científico o marginal poeta, el fenómeno sublimatorio no queda aposentado ni desde el producto, es decir el objeto, ni desde la idealización del creador, sino que marca una interrogación en una extraña relación que siempre se nos ha revelado fenoménicamente como versión marginal y sin importancia en el acontecer sublimatorio.

Este halo interrogativo tiene su expresión en la figura del mecenas, lugar, que no ha desaparecido en nuestra época sino simplemente cambiado su característica. Transformación que no ha sido indiferente a la leyes de producción de nuestro universo tecnológico. Del mecenas romántico del renacentismo a la frialdad bancaria de nuestros días, al lado de la creación siempre aparece esta figura del mecenazgo. Mecenazgo que puede manifestarse como sostenedor de los recursos materiales para posibilitar el trabajo del artista, pero que otras veces, bajo la figura del coleccionista sostendrá el reconocimiento de un producto ya producido.

La Erscheinung, la apariencia, el aspecto, la aparición de la Cosa, como propiedad del objeto que puede rememorar la cosidad del vacío, no sólo se explica por su forma de cajón o de jarrón alfarero, está además aquello por donde es escuchado.

Es decir, hay que rearticular la dimensión mencionada por el mismo Lacan al señalarnos no sólo el cercamiento del vacío efectuado por las manos del alfarero en la construcción de la vasija, sino además su apilamiento en la inevitable caída. Es decir hay que reflexionar en el interjuego de la cosidad y Tánatos y de cómo esto se articula en una escucha que finalmente tiene una tendencia denegativa aleándose con lo más salvaje de la agresividad humana.

Por tanto en nuestro universo actual, como en los que nos preceden, sublimación y escucha contienen una relación intrínseca entre lo oído y lo producido, con el telón de fondo de la destrucción siempre posible.

En una palabra:

No se trata de la ignorancia hallada al final del análisis sino de su envoltura, del proceso terapéutico que la devela en un proceso de profunda sublimación en el decir de la asociación libre.

XVII

Sostendremos la premisa de que no es posible una sublimación sin una escucha -es decir un oír, que bien podríamos adjetivarlo de verdadero en tanto nos conduce a lo real del instinto de muerte.

Verdadero pues aparece igualmente como denegación, es decir como rechazo de lo escuchado. Estatuto de segregación que a veces puede desembocar en violentas respuestas en actos, diferente al simplemente no escuchar.

La sordera siempre ha significado a través de los tiempos la mayor degradación del ser, pero ésta no siempre es de la misma naturaleza.

No hay sublimación que no entrañe una escucha pues es la que fija los términos del après coup retroactivo de la creación.

Es esencial por tanto producir una Escuela en posición de escucha, más allá de lo peor de ella misma, que como toda institución es inevitable que posea.

Es esencial por tanto una Escuela en el lugar del mecenazgo y no del “vampirismo” –de preservar a toda costa la transferencia de saber de los “maestrillos” de siempre sin dar lugar a nuevos discursos que propongan caídas en el saber posible.

Lo que ocurre en el proceso analítico, la caída del Supuesto Saber del Analista, hoy por hoy, no tiene una correspondencia en la transmisión del psicoanálisis a nivel institucional. Esto es un hecho muy evidente.

XVIII

En otro orden de cosas y por estar precisamente implicada la escucha en toda creación hay algo de apócrifo en toda obra, pues todo producto nuevo implica el escuchar una anterioridad y al mismo tiempo un oír posterior que lo revela como diferente. Más aún, cuando muchas veces, nos enteramos de las fuentes de un autor, nos quedamos pasmados ante las semejanzas de unos productos que suponíamos del todo originales para el último de los creadores. Algo de esto se observa, por ejemplo, entre Freud y Le Bon, en "Psicología de las masas" para no ir más lejos. La dimensión del plagio siempre está presente en mayor o menor medida en toda obra.

El plagio no es más que el intento de apilamiento de la vasija y que nos conducirá a la inevitable caída.

Por tanto, insistimos, no hay sublimación que no implique el oír, en tanto que éste conduce al reconocimiento social del producto. Y toda escucha se halla determinada por la irrupción del instinto de muerte en el Dasein.

Al mismo tiempo cuanto más inmediata es esta escucha afirmativa, este reconocimiento social, más cercano de lo plagiario se encuentra lo realizado.

El reconocimiento instantáneo de una obra siempre es un índice de desconfianza sobre la validez de la creación, lo cual no deja de tener consecuencias en nuestro mundo, verbigracia, para el mencionado "séptimo arte", y no digamos en lo instantáneo de la llamada "cultura televisiva".

Lo que en la obra creativa se juega es un reconocimiento contemporáneo en los términos retroactivos de un espacio de producción o el horizonte de un futuro donde la retroacción discursiva es posible al haberse completado la irrupción de un nuevo discurso. Y es verdad que unas obras parecen más adecuadas a la contemporaneidad del reconocimiento del otro que otras.

Es indudable que en la dificultad en la aceptación social de una obra, es decir su escucha a través del rechazo, muchas veces se vislumbra la ausencia de significantes nuevos que no permiten una acomodación adecuada de lo sublimado a su momento histórico.

Cuando una obra está muy adelantada a su tiempo es difícil que su autor logre efectivamente algún tipo de reconocimiento social, pues faltan los eslabones discursivos intermedios que faciliten un oír afirmativo en el lazo social. Esta es una manera en que puede articularse la resistencia inconsciente al progreso.

Cuestión que en esencia no describe la falta de un significante, sino la ausencia de un despliegue en la combinatoria de la cadena discursiva por falta de productos sublimatorios en tal sentido. Esto produce la no existencia de discursos intermediarios que no le permitan al vulgar neurótico escuchar lo que está fuera de su tiempo histórico. A tal punto esto es así, que para muchos hasta les es difícil escuchar la cultura de su pasado más inmediato, pues la cadena discursiva constituyente de un sujeto no supone al hegelianismo es decir a un reservorio intercultural de todo lo producido por la humanidad.

El ser humano sólo es un fragmento cultural de una época, y esto en el mejor de los casos ya que la gran mayoría ni siquiera tiene las herramientas básicas para escuchar su propio tiempo. Enfoque, este último, que muy bien podríamos ejemplificar con las segregaciones de goce de nuestra "modernidad", es decir con el propio fascismo, fenómeno que en cuanto tal destituye al sujeto del orden de la palabra para destruir en acto todo aquello que le es ajeno a su pobre cadena discursiva. Es verdad que la hipocresía política de las llamadas democracias occidentales han catalogado el fascismo como un fenómeno entre los vectores del atentado contra la vida de las personas en formas más o menos masivas; pero esto no es más que la fase terminal de un fenómeno muchísimo más profundo y que precisamente hallamos su germen contemporáneo en la llamada pluralidad cultural del viejo continente. Pues es esa pluralidad precisamente la que se reclama un denominador común, frente a todo lo excluido entre ellas mismas. Ayer fue el nacional socialismo y hoy es nuestra democrática comunidad, en las constantes segregaciones culturales a las que se entregan tan encantadas tantas ciudadanías.

Es allí donde encontramos "el huevo de la serpiente", lo salvaje humano de la agresividad constitutiva.

Pues es el padre común, ese que hoy por hoy asume en Europa la figura del derecho, el comercio y el estado del bienestar, aunando bajo su económico brazo la unidad homogénea de todas las diferencias.

¿Pero esto será posible en el tiempo?

Me temo que no y la fragmentación reaparecerá reclamando cada uno un padre, renegandose de la Comunidad Económica Europea, en la iatrogenia de supuestos países artificiales y naturales.

La segregación de goce, es por tanto el resultado de una sordera constitutiva del ser, tanto en su nivel intrínseco como plural, ocasionada por la ausencia de cadenas discursivas intermediarias que impiden la escucha afirmativa de las eyecciones sublimatorias de la pluralidad cultural y sus heterogeneidades de goce.

Así toda reivindicación particular siempre toma el sesgo nacionalista a la espera de un proyecto común con otras particularidades que puedan simplificarse frente a un denominador paterno común.

La búsqueda de un padre homogenizador, que proteja de lo que falta para poder escuchar, es la demanda implícita ante cualquier reclamo en la defensa de un ideal. Lo peor del padre estriba precisamente en que su lugar reprime como tal los posibles vacíos discursivos presentes en todo sujeto.

Reprime no ya la falta del sujeto, o su posición escindida, sino que lo peor se ubica en tanto encubre lo que está presente en toda cultura sujetadora de sujetos, la necesidad de establecer vacíos discursivos reprimidos para afirmarse en el ideal.

Vemos así entonces lo sublimado de la cosidad, la escucha que lo determina y a Tánatos como los elementos esenciales en una dinámica de oposiciones que debemos articular en una teoría consistente de la sublimación.

Proponemos por tanto abrir la vía de una teoría de la sublimación que traspase las coordenadas exclusivamente del significante y articule cadenas de discurso confrontadas a la escucha y el après-coup del instinto de muerte.

Creo que es una tarea política elemental en nuestra praxis tanto clínica como teórica.

Política de exigir una Escuela más allá del plagio, pero siendo, a la vez, tolerante con él y que cree hiancias donde puedan escucharse las eyecciones sublimatorias a pesar de ella misma, de su propio funcionamiento institucional.

En síntisis, una Escuela del mecenazgo intelectual, del amor al saber en su articulación a la verdad, como indicabamos más arriba.

XIX

Si en la estructura psicótica articulamos el concepto de forclusión, en torno al significante ausente, no inscrito -cuestión también aplicable a ciertas formas alucinatorias visuales en las neurosis llamadas graves- es en relación a nuestra posición en referencia a la falta de eslabones intermediarios en el discurso que apuntamos a una articulación absolutamente diferente a pesar de sus semejanzas imaginarias con el funcionamiento de la Verwerfung en el campo de la alucinación y que Freud extrajo tan brillantemente del "Hombre de los lobos"; ya que en nuestro caso lo forcluido no hace referencia al significante sino a los trozos de discurso que pueden faltar como producto sublimatorio en un determinado entramado social.

Trozos de discursos faltantes, pero que determina en su vaciamiento un estatuto muy especial de la falta, es decir ubicable en lo real mismo en tanto siempre podrá irrumpir y muchas veces como por fuera de lo simbólico.

Porción discursiva que podríamos categorizar con el neologismo "indesplegado", no-desplegado.

Forma de la represión a nivel de la combinatoria discursiva producida por el propio funcionamiento de la estructura del lenguaje, marcando lo excluido que aún por no estar devenido permanece ausente y ajeno en la constitución del sujeto, es decir equivalente a la cosidad producida por el vacío, aunque lo constituye en sus posibles enunciaciones desde la exterioridad estructural. Es decir lo discursivo no desplegado de la estructura es por donde ésta se anuda, en definitiva, discurso no manifiesto en su devenir, ausente, pero presente en la sujeción como vaciamiento.

Cuestión que el psicoanálisis ha podido visualizar mostrando que si la salida de un tratamiento analítico es equivalente aunque no idéntico al lugar de su entrada, entonces todo el discurso que debe producirse para arribar al final ya está determinado por esa entrada antes de su despliegue; presencia que aunque no haya advenido aún se encuentra excluida del sujeto, en la equivalencia a un vacío primordial, pero no indeterminada en su única producción preposicional posible si llega a desarrollarse.

Esta producción preposicional, es decir este trozo no desplegado de discurso y que ocupa la exterioridad del sujeto como algo más que un simple eje paradigmático, hace referencia no tanto a una materialidad concreta en el orden de aparición de una determinada cadena de significantes sino más bien a lo que una particular modalidad pulsional puede consistir como estilo en las leyes del discurso.

Es decir el discurso no desplegado y que efectivamente se organizará en su irrupción a través de unos determinados significantes reprimidos hace referencia a la secuencia de un goce más que a la de un sentido por un determinado orden significante.

El orden significante se halla sujeto al azar, no así la modalidad del viraje del goce que no esta desplegado. Es desde este ángulo que debemos pensar nuestro discurso "indesplegado"

Se ve así a nivel de la estructura discursiva una dislocación supradeterminada entre lo enunciado y lo que esta por enunciar, fractura entre enunciado y enunciación, por donde se muestra como lo dislocado sujeta a la estructura, determinando así un goce actual y uno por advenir. Lugar además donde lo no desplegado del discurso determinado en su advenimiento muestra en la equivalencia de su vacío presente el horizonte del objeto "a".

Es decir, que frente al sentido jurídico de recusación del significante en el término Verwerfung, anteponemos el geológico presente también en esa palabra alemana. Es así, que para evitar mal entendidos semánticos en lugar de hablar de una Verwerfung para el discurso en el sentido de un dislocamiento del mismo ante sus porciones no desplegadas hemos preferido hablar de un "indesplegado", es decir no desplegado.

Se marca así entre lo que se halla desplegado -enunciado- y lo no desplegado -no enunciado- una dislocación fundante del propio funcionamiento del discurso en relación a los posibles virajes del goce.

Así al final del análisis en el recorrido particular de una cadena significante arribamos a un cierto universal de goce que determina la posición del analista.

A este universal de goce pudiendo determinarse en una cadena preposicional de un decir que apunta a un deseo de escucha inédito en la historia del hombre es por donde articulamos el estatuto de la materialidad del discurso "indesplegado" para pensar el estatuto de la sublimación.

XX

Lo "indesplegado" es lo desplegado en la hiancia de nuestro Versus, en el Corpus ectópico mismo del Pase, que como cuerpo extraño se aloja en nuestra Spaltung entre el Corpus institucional y el Corpus psicoanalítico.

XXI

Que el no conocimiento de la ley no disculpa su no cumplimiento, es una respuesta ética elemental del saber inconsciente de los pueblos de lo que aquí desarrollamos y que trata de poner coto a su propia brutalidad producto de la permanente dislocación entre enunciado y enunciación.

Punto al mismo tiempo por donde deberemos dar cuenta de una teoría de la sublimación en el orden del discurso pero articulándose igualmente a los fundamentos mismos del significante, es decir de lo particular del inconsciente a su anudamiento general.

El inconsciente como tal es fundado desde la metaforización de la función del padre.

Es decir, por tanto, que su resultado como fracaso en la ecuación es el Pase en su dimensión pública al final de un análisis su lógica conclusión.

XXII

La dimensión pública del Pase se nos presenta no tanto como un dar cuenta de un final de análisis bajo los auspicios de una nominación de A.E, cuestión que de ninguna manera se excluye a igual que el de supervisar la cura en los carteles del Pase, sino más bien como una estrategia que más allá de los avatares institucionales produzca un verdadero avance en la producción teórica del psicoanálisis.

XXIII

Creemos que hoy por hoy, ese despliegue teórico debe producirse, entre otros, en torno al concepto de sublimación. Tarea política esencial en nuestro quehacer de psicoanalistas frente a todas las formas de segregación de goce. Deuda, en definitiva, que el discurso psicoanalítico tiene contraída con el malestar en la civilización. Único lugar por donde podemos encontrar la singular puerta de salida para matematizar nuestro saber como articulable a la ciencia.

XXIV

La articulación primordial de la que debemos partir para una teoría de la creación humana presenta la siguiente estructura; por un lado el vacío encontrable desde el objeto perdido de la satisfacción que conlleva a una identificación primordial de una estructura de vaciamiento que establece una búsqueda de la cosidad. Por otro lo ausente de la cadena discursiva no desplegada, en la extimidad de la estructura del sujeto en relación a los únicos virajes posibles en su goce y por donde encontramos el horizonte del cercamiento circular del objeto "a". Y finalmente, equivalencia entre el objeto "a" como cosidad del vacío y el discurso no desplegado que al advenir al yo como objeto producido en esa igualdad, pero ahora en lo consciente, establece lo que denominamos sublimación. En esta terceridad, agreguemos a Tánatos para ya encontrar la estructura cuaternaria de la que tendremos que partir para producir una teoría de la sublimación humana.

25.V.1995, Ciudad de Barcelona.


POST-DATA AÑO 2019.

Han pasado veinticuatro años de este artículo, escrito en el fragor y vigor de una joven madurez, y lo que constatamos tanto en la École Européenne de Psychanalyse como en la École de Psychanalyse de les Forums du Champ Lacanien, todos estos años, como los Analistas de Escuela nominados en ambas instituciones van articulando sus testimonios de fin de análisis y pase para revalidar la posición de los maestros de siempre; dando razón de sus discursos como ejemplos clínicos de una relevancia muchas veces desfalleciente y a los dos años su lugar queda reducido a la insignificancia de la Escuela casi siempre.

Mas que achacar esto a una cuestión de perversión institucional para preservar patéticamente a los maestros de siempre como “Valdemares” envejecidos y sostenidos en su lugar -que también- y cuestión que en principio tampoco resulta muy cuestionable, si no fuese por los impedimentos reales de crear espacios en la Escuela para una transmisión solida y de años en los Analistas de Escuela.

Lo central esta en las propias disciplinas de la salud mental, incluido el psicoanálisis, que denotan una muy precaria relación al discurso de la ciencia y con ello a la falta de rigor a nivel de un discurso atravesado por las mezquindades de la subjetividad de cada cual.

Hugo Monteverde.

25.V.2019, Ciudad de Barcelona.

 
 
 

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