Entrada y Dispositivo
- Conferencias y textos
- 7 abr 2019
- 8 Min. de lectura
Actualizado: 22 feb
Hugo A. Rotmistrovsky
Actualidad de la práctica psicoanalítica.
Voy a tomar la propuesta de estas Jornadas del lado del analista, y lo primero a decir es que no existe una entrada tipo como tampoco existe un analista tipo.
Entrar en análisis es entrar en una práctica que tiene por referencia un discurso específico con el que el analista está comprometido. No es un compromiso cualquiera.
Producir una entrada en análisis supone construir una demanda que no existe en la intención del paciente, que quiere saber que le pasa. Producir una distinción entre el “yo quiero saber” que recibimos y la verdad, es la primera operación que realizamos para apuntar a otro saber que es nuestra oferta.
Construimos una demanda de otro saber con el material propio de cada paciente porque en cada demanda está contenido un cálculo ignorado.
Esta operación en la interlocución produce un efecto del lenguaje que consiste en suponerle al otro un saber, otra lectura de lo que se dice, al tiempo que revela la división subjetiva que se manifiesta como una contradicción.
Entonces, construir la demanda es abrir el campo de la pregunta necesario para que esta pregunta pueda ir cambiando.
Sostenerse en esa suposición sin encarnar el saber, manteniendo la pregunta, implica aceptar una ignorancia, una renuncia a responder rápidamente desde un saber.
Freud abordó a las primeras histéricas desde esta estrategia, buscando en sus síntomas otra verdad diferente a la que proponía el saber de la ciencia en esa época.
Pero si Freud le dio la palabra a las histéricas fue porque estaba situado ante el saber en una posición de ignorancia bien construida.
Si en la experiencia analítica, el analista instituye la histerización del discurso, o como dice Lacan: “la introducción estructural en condiciones artificiales del discurso de la histérica”, esto nos marca un escenario con un sujeto destituido en su saber que se dirige a otro sujeto al que se le supone saber. Pero lo específico de este escenario es que se trata de un saber sin el saber.
Para que esto sea posible hay que localizar un consentimiento del sujeto a otro saber, un consentimiento a la destitución subjetiva. No se trata que esté de acuerdo, sino que pueda ser permeable a un saber no sabido. Sólo así podrá aparecer un analista, una presencia real que pueda conducir una cura psicoanalítica.
La entrada a un tratamiento psicoanalítico es una experiencia única con lo más íntimo del sujeto, no con su intimidad, sino con lo íntimo ignorado. Es una experiencia que se realiza bajo unas condiciones estructurales que se introducen en esta interlocución Estas condiciones estructurales son: la transferencia, el saber y el tiempo.
Con esto se establece lo que llamamos el dispositivo analítico, la atmósfera propia de esa experiencia.
Pero, tarde o temprano, con lo que nos vamos a encontrar es con una oposición, con un no quiero saber.
Freud designó como resistencias las dificultades que el paciente opone a la cura. Aunque el término de resistencia es confuso, luego lo reformula en la segunda tópica colocando del lado del yo a la defensa.
Hoy sabemos que la defensa es al deseo, está en el deseo y se expresa en el yo, que es el sujeto dividido.
De manera restringida podemos decir que en la experiencia psicoanalítica nos vamos a encontrar siempre con dos manifestaciones de la defensa:
-el horror al saber que atañe a la castración y
-la posición narcisística en el ser, que es el soporte imaginario en el que el sujeto sostiene su propia imagen y sus fijaciones de goce.
El sujeto que recibimos en nuestras consultas es el que está representado entre dos significantes, pero su posición subjetiva es la que él ha construido con la significación. Es un sujeto que se hace representar por ciertos significantes escogidos. Destituir esa subjetividad puede llevar mucho tiempo y trabajo, no es una operación salvaje, y supone un compromiso a largo plazo que compromete a ambas partes.
Es una operación sobre los saberes que revela que éstos transportan un cálculo inconveniente para el sujeto que se despliega en la palabra . Para acceder a eso hay que pasar la palabra a la cifra, para que pueda ser descifrado.
Entrar en análisis es un consentimiento a una suposición al saber que implica negativizarlo, una de-suposición donde trabaja la pregunta. Así se puede revelar otro saber separado del sujeto que no responde a la simetría narcisística del ser.
El sujeto no quiere saber porque el horror al saber, es la negativa del sujeto a revelar su ser de goce, que se presenta como no-sabido. Es un efecto del objeto a en el lenguaje que representa la pérdida pero que también permite la incidencia del significante sobre el significado, que se manifieste.
Este saber no-sabido- que se busca en una cura, es el estatuto de la verdad del discurso psicoanalítico y se pone en juego en la transferencia.
La transferencia pone en acto la realidad sexual del inconsciente y lo hace mediante la repetición.
Pero la transferencia no es solo lo que le sucede al analizante con su analista, también es lo que le sucede al analista con su práctica. Se puede tener muchas demandas, pero para producir una entrada en análisis, es necesario que el supuesto analista tenga orientado su deseo.
En la transferencia se anudan todos los registros, pero en el corazón de ese anudamiento está el ser del analista. Cuestión capital, ya que ahí no se trata solo de lo que hay que hacer o lo que no hay que hacer, lo que allí se juega es el deseo del analista.
Cuando un analista se autoriza a sí mismo se está autorizando a una complicada operación con su ser. Y hay que decir que en cada entrada en análisis se pone, o se debería de poner, siempre a prueba esta autorización. Producir una entrada en análisis no es una cuestión de oficio porque la única garantía que tenemos de ésta práctica es el deseo del analista.
Lacan dice que si hay resistencias, éstas son las del analista ya que debe renunciar a ese saber otorgado por la transferencia, una renuncia al ser de sujeto para colocarse ahí como objeto de la transferencia, como agalma de sujeto supuesto saber y no extraviarse. Al final del seminario 16 dice: “La única solución es entrar en el desfiladero sin perder el hilo, es trabajar para ser la verdad del saber”. Esa es la posición del analista a sostener en la transferencia.
Entonces el saber del analista consiste en un “saber hacer” desde la posición que le otorga la transferencia, ya que lo que allí se pone en acto es el amor y el cuerpo.
En el amor están las demandas del sujeto, siempre orientadas por el Ideal del Uno. El saber hacer del analista buscará separar el Ideal del Uno, para que al final quede este Uno como síntoma fundamental de un sujeto, su estilo propio de goce al que puede identificarse. Es su identidad posible, una identidad de goce.
En el cuerpo están las experiencias de pérdida de un sujeto marcadas por el objeto a. Son los unarios del goce fijado y que a diferencia del amor que suele ser ruidoso, son los unos silenciosos que se expresan en la repetición. En la transferencia, el sujeto irá verificando un saber discontinuo que es su ser de goce y que es diferente al ser del fantasma que es un ser novelado. Eso produce un saber, un saber nuevo que se obtiene en la experiencia psicoanalítica.
Entonces el saber hacer de un analista también consiste en hacer saber… un saber sin sujeto ya contenido en el inconsciente. Es lo didáctico de un análisis.
Respecto al tiempo tenemos en el dispositivo dos tiempos en juego. El tiempo del analizante y el tiempo del analista. Ambos se anudan en la transferencia.
El tiempo del analizante es el de la repetición que es retroactivo. Retroactivo no significa regresivo. No se trata de la regresión, sino de lo que vuelve siempre al mismo lugar. Lo que se repite no es la versión novelada de la historia de un sujeto, no es “siempre me pasa lo mismo” que es una repetición visible en la vida. Lo que se repite es la cifra, efecto de los unos del goce, lo real del objeto en el registro simbólico del sujeto. Son las faltas de su historia personal que agujerean su simbólico, su cuerpo.
El tiempo del analista es el del acto analítico. Es el de la interpretación, y está regulado por un operador lógico, que no tiene presencia formal, el objeto a. Es el lugar del analista desde donde puede causar.
El acto analítico es el tiempo que interrumpe la cronología regresiva del fantasma, separando el goce de la palabra. En la asociación libre el goce se manifiesta en el sentido, en la continuidad de un relato. El acto analítico, introduce la discontinuidad en ese sentido, ya que apunta al inconsciente saber, cuyo tiempo es discontinuo.
Si esto sucede, la presencia del analista ya es la interpretación. El trabajo de la transferencia entonces podrá descifrar al Otro del sujeto, a su universo simbólico, que está marcado en su cuerpo como goces unarios y que son las faltas desconocidas de su propia vida. Podrá entonces descompletar este Otro.
La entrada a un análisis es la entrada a esta experiencia analítica, es la invitación a realizar el recorrido de la falta que es la experiencia del deseo.
Entonces, si el saber del analista es el saber hacer con el dispositivo podemos decir que el analista es el dispositivo, ya que su saber es un saber que se manifiesta en acto.
Asumir este saber es la responsabilidad de un analista. Esto concierne a su formación.
El dispositivo analítico es la puesta en acto de la formación de un analista.
Pero no lo es de cualquier analista, sólo lo es del que se constituye en ese dispositivo como una formación del inconsciente. Entonces el dispositivo es también un lugar donde se puede identificar un analista, en su práctica.
Pero existe otro dispositivo donde se puede identificar un analista, el dispositivo del pase. Aunque en realidad lo fundamental de este dispositivo no consiste en identificar un analista sino que está en identificar el saber adquirido en un análisis.
En el dispositivo del pase se pone un saber por fuera de lo íntimo del sujeto supuesto saber y se pasa a un dispositivo compuesto de varias personas. Si bien eso afecta a la comunidad de los analistas este dispositivo socializa un saber. Pone en lo social un saber.
No existe en lo social otro lugar para el psicoanálisis que el que le otorga su discurso.
La existencia del dispositivo del pase en la sociedad de los analistas tiene consecuencias más allá de los efectos de una cura. Es una referencia para saber qué analista producimos y en consecuencia qué psicoanálisis ponemos a circular.
El Psicoanálisis contradice al amo y esa es su dificultad. Esta dificultad puede hacer síntoma en los analistas mismos.
Un apunte histórico puede ilustrar esta cuestión.
En 1913 Freud escribe “La iniciación del tratamiento” , son unas propuestas técnicas que realiza para garantizar la práctica del psicoanálisis y preservarlo de lo que llamó los “análisis silvestres”.
Este trabajo fue incluido en los llamados “Escritos técnicos” y fue el comienzo de lo que luego se transformó en una de las desviaciones fundamentales del psicoanálisis: la teoría de la técnica.
La teoría de la técnica consistió en confundir el dispositivo con el encuadre.
Consistió en poner en lo social un analista tipo garantizado por una Asociación ordenada por la jerarquía con prestigio en lo social. Una negociación con los discursos.
Para finalizar, la entrada a un análisis es la entrada a un dispositivo que es el analista mismo y que éste es una respuesta del discurso analítico al malestar en la cultura, que no siempre se manifiesta de la misma manera.
Sabemos que no es una solución, es una respuesta posible que no está exenta de riesgos.
Sostener el Psicoanálisis, hacerlo posible es, recordando a Freud, sostener el porvenir de una ilusión.
Vigo 25/5/2019
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