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El futuro del psicoanálisis.

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    Conferencias y textos
  • 6 abr 2019
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 11 may

El Psicoanálisis en la sociedad actual

Hugo Monteverde


Es indiscutible, más allá de los acuerdos o desacuerdos que puedan tenerse con relación al psicoanálisis, que el discurso de Sigmund Freud influyó de manera radical en los valores y categorías sociales de nuestro tiempo.

El complejo de Edipo como constituyente de los vínculos familiares, la mayor permisividad sexual como concepto de salud o el revelar el lugar protagónico de la mujer en la modernidad, son cuestiones hoy perfectamente aceptadas por nuestra sociedad. En una palabra, los aportes freudianos se hayan ya íntimamente enlazados, de manera global, en nuestra cotidianidad.

El discurso psicoanalítico ha gestado una vocación, más allá de su quehacer clínico, participando en el debate social. Se ha unido a nuestra cultura de manera contundente, pero al mismo tiempo ha pasado desapercibida la fuerza de sus ideas.

Se tiene por lo general la percepción de que el psicoanálisis se ocupa de la sexualidad humana como origen de todas las otras manifestaciones culturales, éticas o estéticas de nuestra especie. Todos nuestros problemas, conflictos familiares, obras científicas y aún sociales, tendrían un origen en la propia conducta sexual del sujeto. Lo que ya no es tan conocido es que ésta es la vertiente más distorsionada de la enseñanza psicoanalítica dada su complejidad y la vulgarización a que ha sido sometida.

Más difícil es, por el contrario, reconocer la vertiente fundamental que el psicoanálisis introduce en nuestro convulsionado mundo y que es la idea de la responsabilidad del sujeto frente a su propio acto inconsciente.

¿Qué queremos decir?

Para el psicoanalista el hacer del sujeto es en principio inasible. El individuo cree actuar conscientemente en sus acciones, pero en realidad le pasan desapercibidas sus verdaderas intenciones. La mayor parte de las veces los resultados de su actuar le sorprenden pues no coinciden con su cálculo inicial. Los actos que creía dominar con total resolución y voluntad resultaron más ajenos a su consciencia de lo que concebía y por lo tanto no puede, en la mayoría de las ocasiones, reconocer como propio el producto obtenido.

Es decir, las consecuencias derivadas de sus propios actos le resultan sorprendentes, inesperadas y en muchas ocasiones insidiosamente molestas.

Aparece el sentimiento de extrañeza con relación a la propia vida:

“¿Cómo es posible que haya terminado en esto?” O “¡es lo último que podía imaginarme!”.

Esta extrañeza frente al destino es aún más fuerte frente a los propios hijos:

“¿Qué hemos hecho para que sean así?”

Los ejemplos de ajenitud frente al propio destino, o las circunstancias vitales que en determinado momento nos puede tocar vivir es el punto de repetición más común en la inmensa mayoría de los mortales.

Es Freud, precisamente, el que nos señala que el individuo “no es el dueño de su propia casa”. Hay esa otra parte desconocida por el mismo, pero no por ello menos suya.

Frente a esto el psicoanálisis nos advierte:

“Cuidado, no eres ajeno a lo que haces”. “Reflexiona”. “No vayas tan deprisa”. “Las cosas no son siempre lo que parecen.”

Sigmund Freud introduce en la cura psicoanalítica la función de la espera en la persona para poder calibrar con mesura el valor de sus acciones.

La buena voluntad muchas veces sirve de poco, pues al sujeto le cuesta valorar los reales efectos de sus actos y acciones:

“Le he dado todo, he hecho lo indecible, y así me lo paga”.

La queja de la traición es un ejemplo preclaro de lo que estamos explicando. En la mayoría de las ocasiones la buena voluntad es pagada con la más cruel de las monedas.

El discurso psicoanalítico permitió extrapolar este vulgar ejemplo individual al conjunto de la sociedad, en ella también puede vislumbrarse la ineficacia de las buenas voluntades.

En una sociedad como la actual, marcada por la urgencia, los automatismos por encima de la reflexión, las constantes transformaciones técnicas, científicas, culturales y morales, y por una llamada constante a las débiles ideas de la felicidad y el principio de placer ¿no viene el psicoanálisis a introducir una advertencia?

Cabria pensar que si hoy, en el ámbito social, el discurso psicoanalítico tiene una elevada dificultad de reconocimiento se debe no solamente a la impericia de sus practicantes, que sin duda existe, sino justamente a su gran actualidad.

El psicoanálisis es el único discurso que introduce la responsabilidad del sujeto en sus actos inconscientes. Responsabilidad que siendo en principio desconocida para cualquier individuo no debe por ello debe permanecer ajeno.

Esto conlleva la función de “hacer consciente lo inconsciente” frente a lo convulso del mundo actual, como la única posibilidad que posee el ser humano para vivir la vida como algo propio.

En una sociedad que marcha a pasos forzados a la satisfacción inmediata, a la falta de espera y poca tolerancia a la frustración el psicoanálisis chocará sin duda con el repudio social.

Hoy por hoy, los psicoanalistas tenemos no sólo la responsabilidad de las curas que se nos piden en nuestras consultas, sino además un cierto compromiso social de mantener, aún contra corriente, un discurso en el cual el sujeto encuentre su verdadero lugar ético en lo inconsciente; con el advenimiento de estos nuevos tiempos la cuestión no es nada sencilla.

Barcelona, 8 de octubre de 2000.

 
 
 

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