Ciencia y sociedad
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- 10 abr 2019
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Actualizado: 22 feb
Hugo Monteverde
Las razones de Freud en nuestra época del fin de siglo*
Postular un instinto de muerte operando en el hombre es plantear un sentido de las cosas. Más allá, del sin sentido final de la destitución subjetiva; hay un carácter mórbido operando contra el hombre. Un sentido de goce en busca de la muerte.
El psicoanálisis no plantea estrictamente el sin sentido, sino uno particular:
Un rasgo de goce operando contra la vida.
Tánatos es un sentido singular de goce que se puede generalizar en la conducta de todos los hombres. Esto conlleva la universalización del principio en lo social postulándose un Malestar en la Civilización.
El Malestar en la Cultura es el resultado de la existencia de una pulsión de muerte en el individuo.
El sujeto del lenguaje es un individuo enfermo por su propia condición de hablante, como nos lo recuerda el profesor de la universidad de Rotchester, Norman Browm.
La pulsión de muerte es el correlato sintomático de estar sujeto a la lengua y esta disfunción se expande en el propio universo social del hombre. El Instinto de Muerte termina siendo la enfermedad de la humanidad.
Este es el marco del desarrollo de Sigmund Freud:
Del "Más Allá del Principio del Placer" -1919- al planteo "Del Malestar en la Civilización" -1929.
Dicho malestar no es exclusivamente la represión sobre los instintos "naturales", como nos lo presenta el profesor Freud, sino que implica además una operación producida por un dispositivo simbólico, a saber, en nuestra era:
El discurso científico.
La ciencia al operar sobre lo "natural" engendra reales de malestar que la transforman. Esta metamorfosis aleja al propio entorno biológico del hombre y no solamente a éste de lo instintivo por pura y simple represión en su sumisión a la cultura.
Enajenada la naturaleza, transformada en sus equilibrios y alienada de ella misma, el instinto de muerte haya por fuera de lo humano una cierta trascendencia y por lo tanto un cierto sentido finalista de las cosas, en el "horizonte imaginario" de nuestra humanidad.
En lo real de un goce que busca la muerte, la acción humana, va conformando en el registro de la "imagen" una trascendencia del desarreglo de lo "natural".
Lo "imaginario" nos muestra así su peso -más allá de la maduración gonodal del grillo peregrino. El registro de las imágenes aparece, desde este sesgo, de tanta envergadura como lo real o lo simbólico mismo. Los tres tienen su importancia equivalente en tanto son parte del mismo nudo.
Estos imaginarios que irrumpen desde lo real por la acción de lo simbólico son por lo tanto el resultado de la operación del Instinto de Muerte en lo social. Esta concepción, lleva al psicoanalista a una posición Etica más allá de sus intenciones.
Porque, precisamente, postular un Instinto de Muerte en lo humano implica una posición moral y toda una concepción del mundo, es que hubo tantos problemas en los postfreudianos para que fuese aceptado.
En la comunidad psicoanalítica siempre hemos tenido dificultades en consustancializar las evidencias a que nos conduce su propia práctica.
El quehacer psicoanalítico en tanto pone en evidencia un deseo de Muerte, y con él su generalización como malestar en lo social, no puede deslindar la práctica clínica del entorno y época en que se desarrolla la historia del individuo.
El discurso del psicoanálisis aborda los cambios sintomáticos de las personas a través de la historicidad, no sólo personal, sino desde la inscripción social de su tiempo. De allí, que la clínica analítica señale las diferencias sintomáticas de unas histerias de los años freudianos y otras de los noventa, en el fin de este siglo.
Es fundamental saber lo que ocurre en nuestra época, cual es la articulación del gozar del Instinto de Muerte, para conocer lo que sucede con las estructuras clínicas. Lo social, su malestar, determina el estatuto y transformación de muchos síntomas y con ello el propio lugar del analista en lo que supone como objeto causa del dispositivo.
Entender nuestra época, saber qué ocurre en nuestro tiempo, es esencial para la práctica con los analizantes y para comprender como se constituye la función del psicoanalista. No es posible el ejercicio del psicoanálisis desentendiéndose del presente que nos toca vivir.
Esto desplaza el acento del Sujeto a la estructura que conforma el objeto "a".
Los síntomas de las histéricas constituyéndose en relación a la sociedad de su tiempo muestran que tienen finalmente no sólo estatuto significante sino además una articulación princeps a nivel fantasmático con el objeto causa.
Es este sesgo el que hay que capturar entre el estatuto del objeto "petit a" y los significantes en la matematización de los discursos sobre la histeria, la obsesión, la ciencia y el psicoanálisis.
La histeria muestra en definitiva en que consiste la estructura del sujeto y como la articulación al objeto de la causa del deseo es donde se anuda el corazón del malestar. La neurosis obsesiva pretende adjetivar con más éxito que fracaso esta verdad de la estructura escondiendo el malestar que encierra. El obsesivo al disfrutar de su síntoma pretende esconder la real naturaleza del Instinto de Muerte, disimular el malestar estructural que conlleva su presencia.
De la fijeza en la articulación del objeto "a" a través de los tiempos en la obsesión -su procastinación colectivizada, por enunciarla de una manera primordial; verbigracia, su resistencia de base en las operaciones científicas a pesar de las apariencias, donde el orden y la mesticulosidad siempre se asociaron al científico -encontramos el reverso en el discurso de la histeria.
La neurosis obsesiva en el escrupuloso control del deseo, esperando la muerte del otro en la más absoluta de las inmovilidades, siempre ha pretendido lograr una fijeza en lo real. Es, en el fondo, su estructura religiosa y quietista una manera imaginaria de controlar las irrupciones de lo pulsional en lo real. Cristalizar, obturar, las eyecciones de malestar que el propio movimiento anudatorio estructural del sujeto con el objeto causa conlleva.
El obsesivo es el anverso del discurso de la ciencia.
En definitiva la quietud del obsesivo pretende coagular la movilidad significante, en la ritual y repetitiva insistencia de la misma combinatoria de palabras, a fin de lograr la detención de todo posible proceso de transformación de lo simbólico. La obsesión pretende paralizar la combinatoria del cálculo inconsciente, tornarla monótona y previsible, a fin de no alterar lo real, evitando su irrupción a la mínima expresión. La neurosis obsesiva presenta como goce normal las mayores aberraciones de displacer; con ello logra inmovilizar cierto goce en lo real, transformando el malestar que emana de éste en una situación placentera. Al inmovilizar así el sufrimiento en términos de placer coagula todo movimiento ya que en el fondo lo que preserva es la disfunción en lo real.
En este sentido es el reverso de la estructura histérica donde se funda la reflexión científica.
En esta entidad clínica, encontramos la poderosa metonímica transformación en relación al objeto causa, verdadero fundamento del ser del científico. La histeria en tal cercamiento articulatorio a lo real muestra de una manera primordial la importancia del discurso social -es decir, para nuestros tiempos, el despliegue colectivizado del discurso de la ciencia- en las estructuras clínicas.
Se observa, por lo tanto, como el espacio del síntoma cerca lo real insistiendo en su repudio -neurosis obsesiva- o maleándose en la propia axiomática del fantasma en sus transformaciones -histeria.
Este espacio del síntoma, por donde lo real abarca su peso, es donde se ubica el malestar y al mismo tiempo la producción de la operación científica.
Como hemos afirmado, el malestar no proviene del síntoma como tal sino de su articulación con el objeto "a".
Es en esta articulación del síntoma a lo real donde el malestar y el cálculo, por fuera del percepto, hallan su fundamento.
El psicoanalista ocupa el lugar del objeto "a" como representación del malestar que soporta su paciente. Por lo tanto, la clínica analítica no se reduce a despejar el sin sentido de la subjetividad estructural, sino que en un "...Más Allá" debe construir un proceso de reducción que apunte al malestar constitutivo; derivado de la articulación primordial del síntoma al objeto causa.
Para realizar tal articulación en relación al malestar, el psicoanalista debe operar como el científico en una construcción cuyo cálculo se halla por fuera de la percepción, el afecto y el sentido. Estos tienen su función en el manejo táctico de la transferencia pero no en la estrategia final de la cura, donde lo que cuenta es el cálculo que permite desabonar al sujeto del objeto causa de su malestar y su deseo.
El psicoanálisis postula el permanente deslizamiento del sentido, lo que no se fija y cristaliza. El engaño de los ideales, en tanto soporte de significaciones cristalizadas.
Más allá de este permanente deslizamiento del sentido arribamos al "pas-sens" -sin sentido. Pero la clínica analítica muestra que la cuestión no se reduce allí -en la falta de significación- sino que hay una reducción más que es la irrupción del goce como malestar. El sufrimiento del paciente, su goce sufriente, es un sentido que insiste "...Más Allá" de todos los deslizamientos posibles y que constituye el lugar de la articulación del analizante como sujeto sintomático con el objeto "a" que representa el psicoanalista.
El psicoanálisis no se detiene en un gnosticismo del sin sentido. Plantea el malestar, como significación universal de la cadena significante en la producción del objeto causa.
En otras palabras el malestar como resultado de toda operación de cálculo inconsciente por fuera del sentido.
Hoy, este malestar es primordialmente, aunque no exclusivamente, el resultado de la circulación del discurso de la ciencia en el mundo.
Como se ha afirmado anteriormente, la ciencia ha creado reales de malestar alejando, más y más, de manera imaginaria lo "natural" de lo "humano". Esto ha reforzado el malestar primigenio freudiano de la represión de los instintos por su sumisión a lo cultural.
Este alejamiento o transformación de lo natural posee rasgos homeomórficos. El discurso de la ciencia ha universalizado formas de malestar reduciendo la heterogeneidad de lo particular.
El homonorfismo de la imagen centra en el discurso científico paradojalmente su reino.
Por un lado la ciencia construye un discurso cuyos algoritmos permiten un conocimiento por fuera del percepto, por fuera de todo registro imaginario y perceptivo, pero introduciendo desde lo real un efecto donde adviene un malestar en el registro imaginario.
Allí la imagen encuentra su fuerza homogeneizadora, cuestión tan visible en nuestros tiempos.
La homogeneización de las particularidades, a nivel imaginario, es el rasgo distintivo de nuestra contemporaneidad.
La homogeneización es imaginaria y se anuda en lo real siempre como malestar.
Cuando los analistas de orientación lacaniana hablamos de la clínica de lo particular, este enunciado tiene el rasgo sintomático de enunciarse en un mundo donde cada vez son menores las referencias a lo particular.
Si los postfreudianos tenían problemas para aceptar el instinto de muerte, los analistas de hoy nos hallamos frente al desafío de articular los efectos homogeneizadores de malestar del discurso científico en una clínica de lo particular.
Lo estrictamente particular se disuelve en nuestro mundo por efecto de la colectivización del malestar y el discurso psicoanalítico plantea un rasgo distintivo frente a los efectos homogenizadores de la ciencia que debiera tornarse inabsorvible frente a la uniformidad de nuestra cultura seudouniversal.
Lo particular de nuestra práctica reside en nuestro discurso, el psicoanalítico, y no estrictamente en la clínica en si misma. Los fenómenos clínicos están atravesados por los efectos de universalización de la ciencia, ocultando -y a veces hasta disolviendo- las características particulares de los sujetos.
No se debe despreciar los efectos del registro imaginario en el sujeto.
El sujeto actual es el del automatón del cuerpo en la pobreza significante. Lenguaje del puro ensayo y error.
Sujeto fijado en la animalidad imaginaria desde la pobreza significante.
El psicoanalista tiene algo que producir, apuntando a lo particular frente a lo generalizable y homogeneizante de los efectos del discurso científico en el malestar de cada sujeto.
Particularizar el malestar es, por tanto, la tarea ética del psicoanalista actual.
La particularidad del malestar en cada sujeto es algo ha construir en una clínica del fantasma.
Rupturar el registro imaginario de la homogenizaación del sujeto en la dirección de una clínica del fantasma.
El malestar de la estructura deseante del sujeto se halla absorbido, disuelto en el malestar general de nuestra época.
A la entrada, en la demanda del paciente, no hallamos lo particular de su malestar, éste es algo ha construir paralelamente a la lógica del fantasma.
La particularidad del malestar es el fantasma mismo.
El comienzo de análisis del analizante actual está circunscrito con los efectos de malestar homogeneizados por la sociedad de consumo. El trabajo del psicoanalista es particularizar lo que a simple vista aparece como generalizado.
Es decir, ir de lo imaginario homogeneizado a lo particular de lo fantasmatizado.
Pero esta particularización no viene dada de entrada, es un trabajo arduo, y que sólo se cristaliza al final de la cura, cuando algo del fantasma halla una articulación.
Teniendo presente que lo fantasmático sólo se despeja en una construcción de lo simbólico.
La entrada en análisis por el lado del atravesamiento fantasmático es un fenómeno aislado y muy poco frecuente en la clínica psicoanalítica de nuestros días. En el analizante actual, es mucho más común encontrar, el sujeto de la inmediates reflexiva o del automatón del cuerpo en la pobreza de su cadena simbólica.
Al sujeto homogéneo -en lo imaginario- que introduce nuestra era científica, reducido en su batería significante, como forma de forcluirlo del discurso social, el psicoanalista debe reintroducirlo desde la escucha de los particulares malestares a construir, pues en la entrada, como hemos afirmado, no están discriminados.
Estos particulares malestares hay que construirlos en un proceso de reducción frente al malestar general que trae todo analizante en nuestro fin de siglo.
Podríamos definir la cura analítica, hoy por hoy, como la construcción fantasmática que cerca el "...Malestar en la Cultura" particularizándolo para cada sujeto.
Un trabajo de enriquecimiento significante, de aprendizaje sublimatorio, es hoy por hoy, y más que nunca, la dirección de la cura psicoanalítica verdadera.
De allí la importancia primordial de una Dimensión Pública del Pase, como se está introduciendo en la Asociación Mundial de Psicoanálisis, que de cuenta al final de cada análisis de la particularidad del malestar, uno por uno, frente a la homogeneización del mismo que se encuentra en lo social. No basta hablar de la pantalla frente a un no saber que más decir o la confirmación de la ignorancia cayendo el saber como ideal.
El psicoanálisis, por lo tanto, tiene el deber ético de reintroducir al sujeto en el discurso científico especificando los efectos de universalización que engendra la circulación social de la ciencia.
Toda ética es de lo real, hoy de lo real engendrado por la ciencia en prima fase, que determina una subjetividad homeomórfica imaginaria. A esto es a lo que debe responder el psicoanálisis.
Es desde esta perspectiva que se debe resituar una teoría de la transferencia como resorte y obstáculo en la creación humana; es decir, en la dirección de la cura, en los siguientes términos:
Del sujeto transferido en lo universal del semblante a lo particular del significante.
Barcelona, noviembre 30 de 1996
*El presente artículo se publico en la revista Freudiana nº 20 en 1997.
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