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¿Amor verdadero?

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    Conferencias y textos
  • 9 abr 2019
  • 10 Min. de lectura

¿Existe un verdadero amor?

Hugo Monteverde


Los amores son historias más o menos accidentadas que acontecen entre hombres y mujeres. En ellas intervienen factores innumerables que complican y enmarañan su proceso hasta el punto que, en la mayor parte de los casos, hay en los amores de todo menos eso que en rigor merece llamarse amor.

¿Qué es propia y puramente el amor? Se podría empequeñecer el tema si reducimos el estudio del amor al que sienten, unos por otros, hombres y mujeres. El tema es mucho más amplio. Dante decía que el amor mueve el sol y las estrellas. Convendría atender el fenómeno del amor en toda su complejidad. No sólo ama el hombre a la mujer o todas sus variaciones posibles, sino que amamos el arte o la ciencia, ama la madre al hijo y el religioso a su dios.

La ingente variedad y distancia entre esos objetos donde el amor se inserta nos hará cautos para no considerar como esenciales al amor atributos y condiciones que más bien proceden de los diversos objetos que pueden ser amados.

Se presenta una confusión entre apetitos, deseos y sentimientos. Pero es necesario realizar distinciones para poder llegar a lo específico, a lo esencial del amor.

No hay nada tan fecundo en la vida intima como el sentimiento amoroso; tanto, que viene a ser el símbolo de toda fecundidad. Del amor nacen en el sujeto muchas cosas: deseos, pensamientos, voliciones, actos, pero todo esto que del amor nace no es el amor mismo; antes bien, presupone la existencia de este. Aquello que amamos, en algún sentido y forma, lo deseamos también; pero, en cambio, deseamos muchas cosas que no amamos, respecto a las cuales somos indiferentes en el plano sentimental. Desear un buen vino no es amarlo; el morfinómano desea la droga al propio tiempo que la odia por su nociva acción.

Hay otras razones más rigurosas y delicadas para separar amor y deseo.

Desear algo es tendencia a la posesión de ese algo, es decir, que el objeto deseado entre en nuestra orbita y forme parte de nosotros. Por esta razón el deseo muere automáticamente cuando se logra, fenece al satisfacerlo. Tiene un carácter pasivo

El amor, en cambio, es un eterno insatisfecho, donde todo es actividad. En el lugar de que el objeto venga a mi, soy yo quien va al objeto y estoy en el. En el acto amoroso la persona sale fuera de si; es quizás el máximo ensayo que la Naturaleza hace para que cada cual salga de sí mismo hacia otra cosa.

Spinoza busca al sentimiento amoroso y de odio una base emotiva. Según él, el amor sería la alegría unida al conocimiento de su agente. Se confunden de nuevo el amor con sus posibles consecuencias.

¿Quién duda que el amante pueda recibir alegría de lo amado? Pero no es menos cierto que el amor es a veces triste como la muerte. Es más, el verdadero amor se percibe mejor a sí mismo y se mide y se calcula a sí propio en el dolor y sufrimiento de que es capaz.

Amar no es alegría, el que ama a la patria, tal vez muera por ella, y el mártir sucumbe de amor. Viceversa hay odios que gozan de sí mismos que se embriagan con el mal sobrevenido al odiado.

Estas definiciones no sirven para definir el acto amoroso. Intentemos filiarlo.

En el momento de comenzar se parece el amor al deseo, porque su objeto- cosa o persona - lo excita. Hay una estimulación que va del objeto al interior del yo. Tal estimulo tiene una dirección centrípeta; del objeto viene a nosotros. Pero el acto amoroso no comienza sino después de esa excitación, mejor incitación.

Por el poro que ha abierto la flecha incitante del objeto brota el amor y se dirige activamente a este, camina en sentido inverso a la incitación y a todo deseo. Va del amante a lo amado en una dirección centrífuga. Pero este hecho de hallarse psíquicamente en movimiento hacia el objeto, el estar marchando íntimamente de nuestro ser al del prójimo, es esencial al amor y al odio. Todos son actos exteriores que nacen del amor como efecto de él.

Se trata del acto amoroso en su intimidad psíquica como proceso del alma.

No se puede ir al dios que se ama con las piernas del cuerpo, y, no obstante, amarle es estar yendo hacia él. En el amar abandonamos la quietud y el asiento dentro de nosotros y emigramos virtualmente hacia el objeto y ese constante estar emigrando es estar amando.

El acto de pensar y de voluntad son instantáneos. Tardaremos más o menos en prepararlos pero su ejecución no dura. En cambio el amor se prolonga en el tiempo; no se ama en series de instantes súbitos, de puntos que se encienden y se apagan sino que se está amando lo amado con continuidad.

Esto determina una nueva nota del sentimiento que analizamos. El amor es una fluencia, un chorro de materia anímica, un fluido que mana con continuidad, es decir, no es un golpe único sino una corriente.

Hemos destacados tres rasgos comunes al amor y el odio:

- Son centrifugas.

- Es un ir virtual hacia el objeto.

- Son continuas o fluidas.

Vamos a intentar localizar la radical diferencia entre odio y amor.

1.- Ambos poseen la misma dirección y en ellos la persona va hacia el objeto, pero dentro de esa única dirección llevan distintos sentidos, opuestas intenciones.

El odio va hacia el objeto, pero va contra el, su sentido es negativo.

En el amar también se va al objeto, pero se va a su pro.

2.- El amor y el odio tienen calor, son cálidos y además su fuego goza de las más matizadas gradaciones. A diferencia, el pensar y el querer carecen de temperatura psíquica.

Todo amor atraviesa etapas de diversa temperatura, y sutilmente el lenguaje usual habla de amores que se enfrían y el enamorado se queja de la tibieza o frialdad de lo amado.

Esta temperatura del amor y odio se entiende mejor si lo miramos desde el objeto. ¿Qué hace el amor en torno al objeto? Se halle cerca o lejos, sea la mujer o el hijo, el arte o la ciencia, la patria o Dios, el amor se afana en torno a lo amado.

El deseo goza de lo deseado, recibe de él complacencia pero no ofrenda, no regala, no pone nada por si. El amor y el odio actúan constantemente: uno envuelve al objeto en una atmosfera favorable y es, de cerca o de lejos, caricia, halago, corroboración, mimo.

El odio lo envuelve, no con menor fuego, en una atmosfera desfavorable: lo maleficia, lo agosta, lo destruye, lo corroe.

El amor, pues, fluye en una cálida corroboración de lo amado y el odio segrega una virulencia corrosiva.

La manifestación de ambos efectos se refleja en él. En el amor nos sentimos unidos al objeto.

¿Qué significa esta unión?

No es por si misma unión física, ni siquiera proximidad. Es una convivencia simbólica, más allá de la distancia, en donde se siente una esencial reunión con lo amado. Es una adherencia a la persona y ser.

En cambio el odio separa del objeto, en el mismo sentido simbólico; nos mantiene a una radical distancia, abre un abismo.

Cara y cruz, reunión y separación imposibles de separar. Amor y odio caras de la misma moneda.

Hay pues una actividad, una laboriosidad que las difiere de las emociones pasiva, como alegría o tristeza; estos son efectos, estados y no afanes, actuaciones.

El amor llega en esa dilatación virtual hasta el objeto, y se ocupa en una faena invisible y la más actuosa que cabe. Por ejemplo, amar el arte o la patria es como no dudar un momento del derecho que tiene a existir; es como reconocer y confirmar en cada instante que son dignos de existir. Opuestamente odiar es estar matando virtualmente lo que odiamos, aniquilándolo en la intención, suprimiendo su derecho. Odiar a alguien es sentir irritación por su simple existencia, sólo satisfaría su radical desaparición.

Esto es un síntoma sustancial. Amar una cosa es estar empeñado en que exista; no admitir, en lo que depende de uno, la posibilidad de un universo donde aquel objeto esté ausente. Pero, ¿no es esto lo mismo que estar dándole vida continuamente?

Amar es vivificación perenne, creación y conservación intencional de lo amado. Todo lo opuesto al odio que es anulación, asesinato virtual, pero no un asesinato que se ejecuta una vez, sino que estar odiando es estar sin descanso asesinando, borrando de la existencia al ser que odiamos.

Resumiendo

Los atributos del amor son: es un acto centrífugo del alma que va hacia el objeto en flujo constante y lo envuelve en cálida corroboración, uniéndonos a él y afirmando ejecutivamente su ser.

Con el vocablo del amor se denominan innumerables fenómenos, tan diferentes entre sí, que cabe dudar si tienen algo en común. Hablamos de amor a una mujer, a Dios, a la patria, al arte, amor maternal, filial, etc. Una sola y misma voz amparan y nombra la fauna emocional más variada. Hay una polisemia en el vocablo amor que remite a numerosas significaciones.

Entre el amor a la ciencia y el amor a la mujer ¿Existe alguna semejanza importante? Si los confrontamos estos estados del alma vemos que en ellos casi todos los elementos son distintos. Sin embargo hay un ingrediente idéntico que se podría aislar en uno y otro fenómeno.

El amor, es pura actividad sentimental hacia un objeto, que puede ser cualquiera, persona o cosa. Como actividad sentimental queda, por una parte, separada de todas las funciones intelectuales – percibir, atender, pensar, recordar, imaginar – por otra, del deseo con que a menudo se lo confunde. Nacen, sin duda, del amor deseos pero el amor mismo no es desear. El amor es previo a esos deseos, que nacen de él como la planta de la simiente.

La demanda, por el solo hecho de articularse como demanda, plantea expresamente al Otro como ausente o presente y como dando o no esta presencia. Es decir, que la demanda es en el fondo demanda de amor, demanda de lo que es nada, ninguna satisfacción particular, demanda de lo que el sujeto aporta por su pura y simple respuesta a la demanda. La originalidad de la introducción de lo simbólico en la forma de la demanda, en lo incondicionado de la demanda sobre fondo de demanda de amor, es donde se sitúa la diferencia con respecto a la necesidad.

La introducción de la demanda supone una perdida en relación a la necesidad que hay que encontrar más allá, porque más allá hemos de volver a encontrar algo en lo que el Otro pierda su prevalencia y en lo que la necesidad, en tanto que parte del sujeto, recupere el primer lugar. Solo como negación encontraremos lo que se ha perdido en dicha demanda, es decir, encontraremos el carácter de condición absoluta que se presenta en el deseo propiamente dicho.

¿Cómo formaríamos nuestros deseos si no fuese tomando prestada la materia prima de nuestras necesidades? Esto pasa de una incondicionalidad a una condición absoluta sin ninguna proporción con la necesidad de un objeto cualquiera. Esta condición puede ser llamada absoluta porque anula la dimensión del Otro, es una exigencia en la que el Otro no tiene que responder si o no. Este es el carácter fundamental del deseo humano.

El deseo es el margen, el resultado de la sustracción de la exigencia de la necesidad con respecto a la demanda de amor. Inversamente, el deseo se presentará como lo que, en la demanda de amor, es rebelde a toda reducción a una necesidad, porque en realidad eso no satisface nada más que a si mismo, es decir, al deseo como condición absoluta.

Como actividad sentimental, el amor se diferencia de los sentimientos inertes, como la alegría o la tristeza. Son estos a manera de una coloración que tiñe nuestra alma. Se está triste o alegre en pura pasividad. La alegría por si no contiene actuación ninguna, aunque pueda llevar a ella.

En cambio, amar algo no es simplemente estar, sino actuar hacia lo amado. No se trata de los movimientos físicos o espirituales que el amor provoca, sino que el amor es de suyo, constitutivamente, un acto transitivo en que nos afanamos hacia lo que amamos.

Hay una actividad sentimental específica, distinta de todas las actividades corporales y de todas las demás del espíritu, como la intelectual, la del deseo y de la volición. Esto es importante en un análisis del amor dado que cuando se habla del amor siempre se describen sus resultados.

Hay muchos amores donde existe de todo menos autentico amor: hay deseo, curiosidad, obstinación, manía, sincera ficción sentimental, pero no esa cálida afirmación del otro ser, cualquiera sea su actitud hacia nosotros.

El enamoramiento es un fenómeno de la atención.

El enamoramiento es un fenómeno de la atención, anómalo, detenido en otra persona, ya que supone un esfuerzo desprender de él el pensamiento, movilizarlo hacia otra cosa. No se trata de un enriquecimiento de nuestra vida mental, más bien todo lo contrario, hay una progresiva eliminación de las cosas que antes nos ocupaban. Sólo se contiene un objeto, quedando la atención fija, rígida, presa de un solo ser. Platón la llamaba manía divina. Sin embargo el enamorado tiene la impresión de que su vida es más rica, su mundo se concentra más, todas sus fuerzas psíquicas convergen para actuar en un solo punto y esto da a su existencia un falso aspecto de superlativa intensidad.

Al mismo tiempo se dota al objeto de cualidades portentosas, no es que se finja el perfeccionamiento. A fuerza de sobarlo, de fijarse en él, adquiere para la conciencia una fuerza de realidad incomparable. El mundo no existe para el amante, la amada lo ha desalojado y sustituido. Existe a todas horas, está siempre ahí, más real que ninguna otra cosa. Las demás tenemos que buscarlas, dirigiendo penosamente nuestra atención.

Semejanza entre el enamoramiento y el estado místico.

El místico habla de la presencia de Dios, es un fenómeno autentico. A fuerza de orar, meditar, dirigirse a Dios, llega esta a cobrar tal solidez objetiva, que le permite no desaparecer de su campo mental. Todo conato de movimiento le hace tropezar con Dios, es decir, recaer en la idea de él. Igual pasa con el científico o el escritor.

DE GRADO Y SIN REMISIÓN

El enamoramiento es un estado inferior del espíritu, una especie de imbecilidad transitoria. Sin anquilosamiento de la mente, sin reducción del mundo habitual no se produciría tal fenómeno.

El amor es obra de arte mayor, magnífica operación de las almas y de los cuerpos, pero para producirse necesita apoyarse en una porción de procesos mecánicos, automáticos y sin espiritualidad verdadera. No hay amor sin instinto sexual, usa de este como de una fuerza bruta. También el enamoramiento es un mecanismo que el amor aprovecha. Como dice el dicho popular “sorber los sesos”.

La mayor parte de los amores se reducen a este juego mecánico sobre la atención del otro. También se puede quedar fija la atención en otras circunstancias de la vida: políticos o económicos, de gravedad y urgencia que retienen la atención. Pero hay una diferencia radical. En el enamoramiento la atención se fija por si misma en otro ser, en las demás circunstancias hay una fijación obligada, a disgusto. Es decir atendemos de grado y sin remisión, siendo un fenómeno distinto al de la obsesión. El obseso no se fija en su idea por propia inclinación, lo característico es que siendo suya la idea, aparece en su interior con carácter de imposición ajena, emanada por otro anónimo e inexistente.

Solo en el odio se fija nuestra atención por su propio pie, odio y amor son dos gemelos enemigos, idénticos y contrarios pero inseparables.

El enamoramiento tiene un carácter mecánico ya que su proceso transcurre con una monotonía desesperante, todos los que se enamoran se enamoran lo mismo: el listo y el tonto, el joven y el viejo, el burgués y el artista. Y en todos palpita el odio latente.

Málaga Febrero 2012

 
 
 

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