Abuso y violencia.
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- 7 abr 2019
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Actualizado: 22 feb
Hugo A. Rotmistrovsky
Psicoanalista
UNA CUESTIÓN PRELIMINAR...ACERCA DE LOS ABUSOS SEXUALES -
San Sebastián- 28-4-2001
El tema que se me ha propuesto presenta una gran variedad de posibilidades de abordaje, ya que convoca perspectivas diversas conforme la óptica desde la cual se enfoque. Se puede optar por la vía sociológica, por la histórica, la psicológica, la periodística, la jurídica, etc. También se puede elegir el punto de vista desde el cual realizar un análisis conforme aquellos que son mayoritariamente los afectados por los abusos sexuales, como por ejemplo los niños o las mujeres.
Todas estas posibilidades tienen su especificidad, su pertinencia y su interés. Se puede establecer un debate entre los distintos saberes implicados, y de hecho, sobre el maltrato, ése debate existe en relación a los niños quizás desde el siglo XVIII, que es cuando se criminaliza el infanticidio. Respecto a las mujeres el debate adquiere mayor actualidad en la medida que la cuestión se plantea conforme los nuevos roles relativamente recientes de la mujer en lo social. En general la cuestión suele plantearse como maltrato en equivalencia al abuso.
Por razones históricas el psicoanálisis participa en este debate con una cierta demora respecto a otras disciplinas, sin embargo las tesis de Freud sobre la infancia, la sexualidad y la feminidad han sido decisivas para la comprensión y el abordaje que en el siglo XX se ha tenido sobre estas cuestiones.
Desde un comienzo, a finales del siglo XIX, Freud y sus discípulos libraron una dura lucha para que la propuesta psicoanalítica, que tiene en sus entrañas un principio subversivo, participara en el saber colectivo. Pero, hay que decirlo, el aporte del psicoanálisis no se puede limitar a una mera contribución explicativa en relación a una cuestión. Tiene una particularidad, una “dificultad del psicoanálisis” escribió Freud, que no le permite ocupar como uno más su plaza en la lista general de los saberes. La concepción que el psicoanálisis incorpora afecta no sólo a lo más íntimo del sujeto, sino que toca su narcisismo en tanto que se dirige a un saber rechazado.
El psicoanálisis existe y debe su existencia al progreso del discurso de la ciencia moderna, siglo XIX.
Lo que las primeras pacientes de Freud decían con sus síntomas rebeldes a la terapéutica de la época, era que había algo que el conocimiento médico no tenía en cuenta. No se trataba de una ignorancia, sino de algo que no se quería saber. Freud no descubre la implicación sexual de los síntomas histéricos, ni la sexualidad infantil, ni el inconsciente. Todo eso era conocido o supuesto. Lo que hizo Freud, escuchando y descifrando lo que éstas mujeres contaban, fue formalizar un saber sobre eso de lo que nadie quería saber.
Esa es la particularidad discursiva del psicoanálisis, su dificultad y su naturaleza subversiva.
Es una dificultad que afecta también a los psicoanalistas, como sucedió con los llamados post-freudianos, que suturando ésa condición subversiva, consiguieron que el psicoanálisis se volviera tan amable que su aporte se transformó en complicidad. Lo revolucionario de las tesis freudianas pasaron a integrarse en un cuerpo doctrinario de una psicología general destinada a adaptar el yo del sujeto a la realidad. La complejidad de la estructura psíquica descrita por Freud se redujo a una imaginarización de sus procesos quedando su clínica reducida a la idea de una comprensión a través del análisis de los afectos.
Es Jacques Lacan quién a mediados del siglo XX se propone el retorno a los principios teóricos que permitan al psicoanálisis participar del debate de los saberes con su propia perspectiva.
Desde entonces los psicoanalistas lacanianos hemos atravesado la experiencia interna de construcción y elaboración, primero del campo freudiano y actualmente nos encontramos construyendo el campo lacaniano.
El movimiento de los Foros se inscribe entonces en esta perspectiva, por una parte se propone el “retorno a los fundamentos de nuestra práctica” y por otra el de “nuestra inserción en el mundo de la cultura de hoy”, tal como lo señaló Colette Soler en noviembre de 1998*. En esta segunda línea de confrontación y estudio de los diversos discursos desde la perspectiva del discurso psicoanalítico entiendo que se inscribe esta convocatoria del Foro de Euskal-Herria, en éste trabajo de construcción del Campo Lacaniano que en diferentes comunidades intentamos realizar desde FeR-CL, los Foros en Red del Campo Lacaniano en España.
Entonces hemos indicado una perspectiva de discursos para indicar la referencia del psicoanálisis en lo social.
¿A que nos referimos cuando hablamos de discursos?. No solo a la modalidad de ejercer una orientación en lo social, sino, y fundamentalmente, a qué se refiere cada modalidad discursiva, sea la del amo, la de la histérica, la del universitario o la del psicoanalista, que son los cuatro discursos que J. Lacan distingue en el funcionamiento de lo social.
A lo que se refieren es a lo que cada uno quiere dominar con su formula específica y que es el espacio del goce.
Cada discurso social en el que se inscribe el sujeto es una forma de tratamiento de esa condición de existencia del humano que es su satisfacción, satisfacción que generalmente es paradojal e ignorada y que en tanto tal llamamos el goce.
Bien, he hecho esta introducción para situar la perspectiva y la pertinencia desde donde intentaré decir algo sobre el tema que hoy nos reúne: los abusos sexuales.
Se trata de una cuestión compleja y delicada ya que inevitablemente convoca dos causas de la que no podemos sustraernos y que permanentemente nos colocan en el borde de los derechos y de las obligaciones que conforman nuestro compromiso con la cultura, con la civilización. Me refiero a la causa de los niños y la causa de las mujeres. Nadie ignora que ellos son las principales víctimas de lo que comúnmente llamamos abusos sexuales.
Si bien estas prácticas son antiquísimas, sólo hace poco tiempo que comienzan a ser problematizadas y sancionadas, por lo tanto promueve muchas cosas menos neutralidad. Luego no podemos sustraernos, en términos generales, de delimitar los protagonismos entre víctimas y victimarios, entre culpables e inocentes. Sin ninguna duda se tratan de cuestiones que a nivel social exige delimitar y distribuir las responsabilidades en tanto se trata de un perjuicio infringido a otro.
Hay distintas perspectivas de tratamiento de esta cuestión conforme los escenarios que se elijan: la familia, la escuela, la pareja, el trabajo, etc.
En los últimos tiempos los abusos sexuales forman parte de ése extraño y perverso fenómeno de goce colectivo por medio de la exhibición del horror en que se ha transformado la información periodística. Podemos analizarlo desde el lado de la violencia considerando el maltrato o el abuso como una manifestación de la agresividad, y en tanto tal podremos aislar numerosos factores desencadenantes que pueden pasar desde la explicación por lo biológico al análisis general desde un punto de vista de lo cultural, desde el factor psicopatológico a las experiencias infantiles traumáticas. En ésta orientación se trataría de la violencia de género relacionada fundamentalmente con factores de poder.
Algunos autores como Bonino Méndez** consideran que el elemento básico para la producción de maltrato no es la existencia de agresividad, sino la presencia de personas en desigualdad de poder: el maltrato se ejerce sobre un real o potencial subordinado. Este autor considera que entre iguales podrá haber agresión, violencia mutua, conflicto pero no maltrato. Y con quién tiene más poder existirá rabia, inhibición, rebelión, pero tampoco maltrato.
Si ubicamos la situación de abuso o maltrato en el ámbito doméstico entre adultos, éste surge en un contexto intersubjetivo de asimetrías de poder y a veces de escaladas de conflictos, donde el varón, futuro maltratador, necesita ejercer cada vez más dominio sobre la mujer, futura maltratada. Este dominio, o control, lo intenta afirmar o reafirmar abusando del poder con medios que provocan miedo o inhibición, tales como la descalificación, la intimidación o el golpe.
Esta perspectiva considera que no existe la entidad de maltratados o abusadores, sino la de protagonistas de incidentes abusivos, para enfatizar el carácter relacional del fenómeno.
Entre los factores básicos que determinan estas conductas del varón en modos dominantes, prepotentes o abusivos de relación, estarían fundamentalmente aquellos relacionados con:
-la masculinidad “tradicional” como ideal subjetivo
-el cuestionamiento a la autoestima masculina
-el ámbito domestico y el vínculo conyugal simbiótico.
Conforme esta perspectiva, el abuso siempre es de poder, y en tanto se trata de género, el del varón sobre la mujer, o viceversa adquiere su connotación sexual. Se trataría de realizar lo que es ser un hombre como resultado de un proceso de identificaciones, resultantes de la inscripción en el psiquismo de las figuras paternas fijadas como Super-yo e Ideal del yo. Este proceso es asimétrico en hombres y mujeres y daría como resultado diversas y desiguales formas de vivir, de gozar, de sufrir y de morir conforme el género. Se trataría de una identidad, en tanto ésta daría la forma de ser del género. En los varones, las capacidades para portar los atributos de la masculinidad están inscriptas en la cultura.
Bonino Méndez cita en referencia al soporte histórico-cultural, las condiciones estipuladas por los griegos como “el arte de la existencia”. Estas serían:
-los logros del dominio de sí,
-del dominio de quienes no estén en el valorado espacio de los iguales (mujeres, niños, inferiores) a quienes hay que gobernar, y
-del dominio de la naturaleza.
Bien, tenemos un abordaje desde un escenario posible que intenta una modificación de la conducta, y que para poder conceptualizar se ha recurrido a la teoría psicoanalítica. Nada que objetar, y mucho menos considerando que el autor es un profesional con una probada y dilatada experiencia en el asunto, que nos permite verificar situaciones constatadas.
Vamos ahora al escenario desde donde la teoría psicoanalítica en su especificidad podría entender la cuestión de los abusos sexuales. El escenario donde se desarrolla la escena no es nunca el del yo consciente. Se trata de Otra escena que es inconsciente, y que está en exterioridad al sujeto, se estructura en exterioridad al sujeto, determinándolo. Es el Otro del sujeto entendido como lenguaje, siendo éste, el lenguaje, la condición de existencia del inconsciente.
Los procesos que allí se desarrollan son los que construyen desde la infancia la perspectiva individual de la realidad. Por ello Freud siempre sostuvo que la única realidad es la realidad psíquica. Es una realidad determinada y sostenida por ese otro escenario que también podemos llamar: el Complejo de Edipo.
El Edipo es complejo, puesto que es el espacio de la subjetividad donde el niño tiene que resolver el complicado mundo de sus futuros lazos sociales, o sea, por una parte las cuestiones de su ser y por la otra, las de su existencia en el mundo en tanto hombre o mujer.
En consecuencia lo que allí se juega es el destino de la sexualidad en las relaciones con y entre sus padres. La sexualidad infantil es la condición del Edipo, y su articulación en la micro sociedad familiar es lo que proporciona al sujeto la forma y los límites con los que él va a amar y a desear.
¿A qué nos referimos los psicoanalistas cuando decimos “sexualidad infantil?”
Nos referimos al encuentro del viviente con el lenguaje. Este es un suceso fundamental que supone la confrontación del orden sexual entendido como instinto, como fuerza biológica, con el orden de la cultura, del lenguaje y que se realiza en la precariedad de lo infantil.
Es un encuentro prematuro que connota de entrada a la sexualidad con un carácter traumático, y de pérdida.
Podemos deducir entonces, que la sexualidad para el psicoanálisis es una consecuencia del lenguaje, y por ello Freud diferenció el Instink del Trieb, el instinto de la pulsión.
Lo que importa de este proceso constitutivo es su resolución, porque el niño debe resolver dos situaciones que podemos considerar que son de abuso.
La primera se refiere al propio cuerpo, sede de la sexualidad, cuya imagen, que tiene que construir, lo desborda. El niño se encuentra de entrada, con las sensaciones corporales a las que debe responder desde un cuerpo que se le presenta como fragmentado y que no domina. Tiene ante sí una imagen ya articulada por las relaciones físicas a las que está expuesto (a su imagen en el espejo).
Podemos decir que se encuentra frente a un exceso en condiciones de precariedad.
Como señalé anteriormente, éste es el primer encuentro que todo ser humano tiene con la sexualidad, un encuentro traumático.
Pero la consecuencia de este pathos de los inicios es la constitución de la estructura del sujeto. Este es el carácter que la sexualidad tiene para el Psicoanálisis, entonces nada que ver con una sexología o cosas por el estilo.
Freud se encontró con esto por los relatos de sus primeras pacientes histéricas. Estas le contaban siempre una escena donde ellas eran víctimas de una seducción o de un abuso sexual realizado por un adulto, generalmente el padre. Luego descubrió que ésta escena era imaginada, que no era real, que era un fantasma que intentaba dar forma relacional a ése primer encuentro traumático con la sexualidad.
Entendemos lo abusivo de lo sexual como aquello que del orden pulsional representa un exceso para las posibilidades simbólicas del sujeto. A eso responde el sujeto construyendo una escena que se puede contar, que se puede simbolizar.
Todos los sujetos, hombres o mujeres, tenemos en nuestra estructura subjetiva un fantasma de abuso sexual.
Esto no quiere decir que éste tenga que ser realizado para obtener una satisfacción verdadera. Todo lo contrario. La resolución del Complejo de Edipo quiere decir que se establecen los límites de la sexualidad en la relación con los demás, con lo social y además la particularidad de satisfacción de cada individuo en el mundo. Es la función constitutiva de la represión.
Esta aventura sexual que vive el niño con tintes de tragedia griega, se resuelve en la relación con y entre sus padres. En esto hay algo que tampoco depende de él, y que constituye la segunda situación de abuso a la que está expuesto.
Todo ser humano viene al mundo, si tiene suerte, como objeto de deseo. Del deseo de una madre, y en algunos casos del amor entre un hombre y una mujer. Pero el deseo materno no es un deseo cualquiera, es un deseo que devora, que te traga, que no tiene límites y que necesita de una función de separación entre ése deseo y su objeto, el niño.
Es lo que entendemos por función paterna, una función que no siempre coincide con el padre de la realidad, y que instituye el lazo del niño con la ley, la relación con lo simbólico que es lo que establece los límites. Es lo que pone una barrera al empuje pulsional. Podemos decir que es lo que socializa la pulsión sexual.
Bien, he realizado un pequeño desarrollo, para intentar delimitar algo del escenario desde donde puede establecerse una óptica específicamente psicoanalítica. El establecer un límite supone una cuestión ética y legal. Respecto a la disciplina desde la cual se considera el problema, si intentamos una especificidad en la consideración de un hecho, el límite establecido es el que marca el borde de posibilidades de un saber específico. Luego éste saber se enmarca con los otros saberes en lo que conforma el marco social, el marco legal. Pero si no posee un saber específico, ésa disciplina no aporta nada al colectivo.
Entonces, establecido algo del saber específico del psicoanálisis respecto al abuso y a la sexualidad, quisiera señalar algunas consecuencias que se pueden extraer a propósito de ésta cuestión.
Tenemos que en el proceso de constitución del sujeto existe una escena inconsciente, reprimida, que podemos decir que es la de un niño que padece pasivamente un abuso con connotaciones sexuales. Esta escena tendrá tantas variaciones como sujetos existen y marca el estilo y la forma de realización que cada adulto tiene de su propia sexualidad. La clínica ha demostrado que cada persona tiende a realizar activamente aquello que ha padecido en su historia personal de forma pasiva. Entonces cuando tenemos que considerar el abuso sexual desde ésta perspectiva las cosas se complican. Esto nos lleva a otra consecuencia que afecta a la responsabilidad de los actos.
El psicoanálisis ha aportado algo al saber del sujeto al mostrar que el límite entre lo patológico y lo sano no es tan claro, es más, ha desplazado ése límite en muchos de los casos y ha aportado una nueva perspectiva desde donde evaluar la responsabilidad de un sujeto.
Tenemos que decir que el psicoanálisis ha complejizado el entendimiento de lo que es un acto al establecer sus raíces en ésa Otra escena que referí anteriormente, y que es el inconsciente.
Esto quiere decir, que la cualidad del acto no va a ser la misma conforme la manera en que haga la travesía entre lo inconsciente y su realización.
Entonces hay diferentes perspectivas desde donde evaluar la responsabilidad de las personas con sus actos, ya que además la hipótesis del inconsciente permite verificar que los sujetos son actores sin saberlo, en activo y en pasivo, de la mayoría de sus actos pulsionales.
Tenemos las variaciones fantasmáticas de la perversión que se realiza en general dentro de un consentimiento, aunque no excluya el abuso, y por otra parte la entidad patológica de la perversión que supone la normativa sadiana: “tengo el derecho, entendido como obligaciòn, de gozar de tu cuerpo”.
Existe también la perspectiva de las psicosis, pero ésta la dejo de lado ya que considero que la problemática que supone es fundamentalmente diagnóstica.
Entonces podemos aislar conductas que se realizan en un marco que hace invisible la responsabilidad del acto para el propio sujeto. No entro en si es o no punible.
Distinto es cuando la invisibilidad es para un tercero, cuando el sujeto es conciente de su responsabilidad e intenta ocultar el acto. Aquí estamos en el orden de lo delictivo, aunque suponga una modalidad particular del goce.
Entonces el maltrato puede designar el acto donde existe una responsabilidad consciente del mismo, y se podría reservar el término de abuso para aquellas situaciones que, punibles o no, designen un predominio de lo inconsciente, dado el hecho de que éstas existen y se manifiestan de forma indirecta.
Sin duda el psicoanálisis ha colaborado en la compresión de estas situaciones y lo seguirá haciendo, cada vez más, en la medida que su propio desarrollo conceptual acompañe sin desvirtuarse, a los cambios sociales.
Lacan señaló, retornando a Freud, que la ética del psicoanálisis es la ética del Bien decir.
Esta indicación señala que la palabra también es un acto, es más, es el único acto que puede tocar algo de ésa Otra escena, modificando los modos de gozar de un sujeto. Pero dicho acto sólo es posible en el marco de un dispositivo clínico psicoanalítico
Señala también la especificidad clínica del saber analítico.
*Colette Soler: El psicoanálisis y las Eticas del siglo XXI-(Forum Psicoanalític de Catalunya). Noviembre/98
**Luis Bonino Méndez: Varones y abuso doméstico- (Jornadas sobre Salud Mental y ley-A.E.N.). Noviembre/91
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